Esta nota fue publicada en el diario Perfil el 31-May-2015.
La oposición no repite aciertos preelectorales que logra en el medio término. Manual kirchnerista.
“Peronismo es ganar”, definió una vez un ex ministro noventista cuya experiencia personal reflejaba un sincretismo vivencial casi pagano: de Guardia de Hierro a los elegantes claustros de Harvard; de los debates fundacionales de la Renovación a los directorios más selectos del mundo corporativo nacional (y no precisamente popular). Sin duda, el pragmatismo siempre fue una característica constitutiva de la tradición peronista a lo largo de toda su historia, en particular en cuanto a su capacidad para amalgamar una pluralidad de voces e intereses alineados con el objetivo de llegar al poder. Y de mantenerlo.
En las últimas semanas, esa obscena cualidad irrumpió en la escena preelectoral con una desfachatez admirable: el oficialismo abrió las puertas de par en par para que pudieran regresar todos aquellos que se habían ido. No hubo preguntas ni rencores. Los “sin tierra”, que pugnan por controlar sus distritos, competirán en internas con los fieles que nunca abandonaron el rebaño y que aceptan presurosos, apostando al volumen que en conjunto pueden lograr. Los más demandados son los intendentes hasta hace poco díscolos, que tienen preparada una generosa alfombra roja en su regreso al pago. Mientras tanto, Scioli y Randazzo, con su obsesión ferroviaria, afinan una banda para tocar ese tema tan popular de Sui Generis: Bienvenidos al tren. Pero la que canta es Ella.
Este realineamiento de fuerzas contrasta con una oposición que tiene otros ritmos y recaudos, otros criterios éticos y estéticos, que se traducen en restricciones y obstáculos para constituir una oferta competitiva dadas las características del proceso electoral. En otras palabras: la ausencia de ese mismo descaro pragmático se convierte en una desventaja para la oposición ante la cercanía de las urnas. El kirchnerismo elaboró una estrategia ad hoc para acelerar los regresos. Cristina en persona armó el equipo: dos de punta para canalizar una contraofensiva que apuntó sobre todo al Frente Renovador. Así, la dupla Aníbal Fernández-Wado de Pedro desplegó un esfuerzo donde hubo, por una vez, menos palos que zanahorias. Vaya que funcionó.
De este modo, se repite la vieja fórmula que aplica el FpV en los años impares: todo el pragmatismo político posible, todo el populismo económico necesario. Kirchnerismo de manual, hasta donde dé el motor, al palo. Por eso se dispara el déficit fiscal a niveles récord. Sin prioridades, sin focos ni racionalidad: si “peronismo es ganar”, “kirchnerismo es gastar”. Por eso es justo y adecuado que en un país donde un tercio de la población vive en la pobreza, la mayoría sin vivienda digna ni cloacas, a diez cuadras de los teatros Colón y San Martín, todo en el nuevo Centro Cultural del Bicentenario se llame Néstor Kirchner.
Lo que llama la atención es que es la tercera elección presidencial desde que el kirchnerismo es oficialismo (2007, 2011, 2015): nadie puede alegar que no sabe de qué se trata. Las reglas son las que son, no las que uno quisiera que sean. Los personajes, también. Como decía Marx en sus Tesis sobre Feuerbach, para transformar la realidad primero hay que conocerla a fondo. En 12 años, el Gobierno ha expuesto todo su repertorio.
He aquí una paradoja: la oposición coordina exitosamente esfuerzos cooperativos, al menos en los distritos más significativos (como la provincia de Buenos Aires) para las elecciones de mitad de mandato (2009 y 2013). Sin embargo, tiende a fragmentar la oferta, o a proponer opciones no competitivas, cuando está en juego el premio mayor: la presidencia de la Nación. Más aun, en este turno hay unos cuantos distritos provinciales donde se ha concretado la articulación de la multiplicidad de expresiones opositoras, incluyendo la UCR, el PRO y el FR (como Mendoza, Tucumán, Jujuy y La Rioja). Es decir, donde el radicalismo constituye aún una fuerza importante, sus socios menores reconocen ese liderazgo y se acomodan a su sombra. Pero esto no ocurre en las provincias demográficamente más significativas (CABA y PBA, en conjunto casi la mitad del electorado), donde impera el vacío de institucionalidad que generó la gran crisis de 2001, sobre todo en el sistema de partidos.
¿Cómo explicar esta renuencia a aprender de la experiencia y a elaborar un plan acorde con las circunstancias que garantice por lo menos la posibilidad de una alternancia? La respuesta no es fácil ni evidente. Una hipótesis es que predomine una puja de egos entre los principales líderes, que sea genuina o bien que exprese cierto miedo de ganar. Que no se animen a pegar el salto, a crecer, a dar el gran golpe. Tener buenos partidos en las ligas menores siempre es mucho menos riesgoso que demostrar que se está listo para jugar en Primera. “Vuele bajo, porque abajo, está la verdad”, sermoneaba Facundo Cabral cuando volvía por fin la democracia. Algo parecido le ocurría a Cyrano de Bergerac, dueño del don que le permitía escribir una poesía hermosa, pero incapaz de leerlas por sí mismo por su bajo nivel de autoestima. Este potencial temor de la oposición de hacerse cargo de gobernar le asegura la continuidad al kirchnerismo, en una versión más “friendly”, “light” or “unplugged” como las que representan Scioli o Randazzo. Como ocurrió en México en los años dorados del PRI, cuando se alternaban presidentes más nacionalistas y radicalizados (como Lázaro Cárdenas o Luis Echeverría) con otros previsibles y moderados (como Miguel Alemán o José López Portillo). Matices dentro de un mismo régimen de estatismo autoritario, proteccionista y prebendario.
Pero existe una segunda hipótesis. ¿Qué ocurre si todo esto no es un mero error, sino una estrategia premeditada con miras a que se cumpla por una vez el principio de “el que las hace, las paga”?
¿Y si la oposición, cuyo principal referente es hoy Mauricio Macri, sólo busca hacer una muy buena elección para mejorar su presencia parlamentaria, triunfar en varias provincias importantes, eventualmente forzar una segunda vuelta, pero no ganar la presidencia? El objetivo, en este caso, sería que los responsables de todos los desarreglos económicos y políticos que vive el país sean los mismos que estén forzados a repararlos. En otras palabras, volviendo al paralelo mexicano, la idea consistiría en que el próximo presidente enfrente una situación similar a la de Ernesto Zedillo con la crisis del Tequila, que debilitó al aparato del PRI y facilitó luego el triunfo del PAN.
Ya sea por “miedo de volar” o por tratarse de un cauteloso “paso a paso”, en las próximas horas se tomarán decisiones que impactarán en la política argentina por muchos años. Queda poco espacio para el debate. Es hora de ejercer el liderazgo. Estamos en sus manos.
Fuente: http://www.perfil.com/columnistas/Miedo-de-volar-20150531-0021.html