¿Iguales, selectivos o confundidos?

Meritocracia e igualitarismo se hallan en tensión dentro de las sociedades democráticas, al igual que selección académica y acceso irrestricto o formación masiva y de élites. Ninguna sociedad puede eliminar estas tensiones. Son parte inseparable de la existencia colectiva. Ni siquiera las revoluciones han podido superarlas.

La Francia napoleónica creó las grandes écoles a comienzos del siglo XIX, cuna desde entonces de las élites burocráticas, tecnocráticas, empresariales e intelectuales del Estado. Por su lado, la revolución leninista dio lugar a colegios y universidades altamente selectivos que -junto al ejército y al partido “obrero”- produjeron a la clase dirigente de la URSS.

De hecho, en el mundo hay un resurgir de la sociología que estudia la educación de las élites, por ejemplo en EE.UU., Francia, Inglaterra y Holanda (P. Brown, A. van Zanten, J. Wai); también en Brasil (Nogueira) y México (Camp).

Al contrario, en Chile reina por el momento un enfoque cándido-entusiasta, que se pronuncia -retóricamente, al menos- contra cualquier selección académica por mérito y se declara contraria, asimismo, a las élites expertas, técnicas, científicas y académicas. En nombre de esta visión, el gobierno (que apoyo) propone eliminar la selección académica en los liceos que tradicionalmente han servido para educar a las élites laicas y mesocráticas del país, inspiradoras de nuestras tradiciones republicanas y democráticas. ¡Es un contrasentido!

Un derivado extremo de ese enfoque sueña -más ingenuamente aún- con poner fin, asimismo, a la selección para el ingreso a las carreras de mayor estatus del sistema universitario, como derecho en la U. de Chile, medicina en la PUC, algunas ingenierías en la UTFSM, etc.

Parece no entenderse que las sociedades -cualquiera que sea su orientación, modo de producción o régimen político y cultural- están forzadas a cohabitar con las jerarquías, el poder, la selección por mérito, el estatus diferencial y los grupos de clase y estamento. Misma razón por la cual en su seno no dejarán de existir reclamaciones -nunca completamente satisfechas- por mayor libertad, igualdad, fraternidad, acceso universal y expansión de derechos individuales y sociales.

La educación en particular se halla en el entrecruzamiento de estas fuerzas que pugnan entre sí. Es un aparato de reproducción social (como enseña la sociología), al mismo tiempo que crea oportunidades (como prometen las filosofías liberal y socialdemócrata); es fuente de conservación cultural, a la vez que critica y renueva las tradiciones; sirve al disciplinamiento de los cuerpos y las mentes, junto con alimentar la creatividad y la innovación. En particular, debe asegurar la formación de élites junto con formar a las masas hasta el grado más avanzado que cada época y circunstancia nacional hacen posible.

Envuelta en este campo de fuerzas, la educación puede ser más reproductora o igualadora; mayormente elitista o abierta y accesible; más proclive a distinguir a los herederos, o bien a promover los grupos sociales emergentes.

Si emplea dispositivos de selección al inicio de las trayectorias educacionales, en salas cunas y jardines infantiles, por ejemplo, o durante los primeros grados del ciclo básico, inevitablemente -como ha ocurrido y ocurre aun en Chile- se vuelve discriminatoria más que meritocrática, pues elegirá a los alumnos en función de la cuna y los capitales familiares.

Al revés, si se anula la selección académica en el nivel secundario subvencionado y superior o se impide diversificar las opciones y que se manifiesten las preferencias individuales, se favorece a las familias ricas en capital cultural y a los colegios privados -la parentocracia, en vez de la meritocracia- y se inhibe la existencia de canales educativos para élites en formación, surgidas de la movilidad social y el esfuerzo personal.

Particularmente los sectores medios, y a su interior los segmentos asociados a la expansión educacional y el nuevo capital cultural, necesitan contar con oportunidades para formarse en colegios que valoran el mérito, y no solo el dinero, el azar o las conexiones parentales. De hecho, la elección de escuelas, el copago, la selección auténticamente meritocrática y el estatus basado en certificados educacionales forman la base de estos grupos.

De allí la importancia crítica de que la reforma proceda con inteligencia y sin equivocarse en estas áreas. Debe suprimir la selección temprana, sustituir dinero privado por público en colegios y liceos subvencionados, erradicar cualquier discriminación y evitar el cierre escolar de las élites sujetándolas a la competencia; todo esto, sin transformar la educación en una lotería ni la cultura del esfuerzo en un juego de azar.