Funes el memorioso, Jeniffer Aniston y la posibilidad de mejorar la enseñanza

Papá: ¿Cómo te fue hoy en la escuela hija?

Franie: Tuve una prueba de geografía muy aburrida. Me preguntaron sobre el recorrido  de los ríos. ¿Para qué quiero memorizar eso si lo puedo googlear? Sería mejor entender la diferencia entre un rio y un mar, y no memorizar el recorrido de los ríos.  

Buena parte de la educación aun estimula y fomenta la repetición y memorización para un examen de información que al poco tiempo olvidamos completamente.

No se trata solamente de que ahora además esa información la tenemos disponible en nuestro teléfono, sino, más importante aún, que contrario a lo que le ocurría a Funes el memorioso, tendemos a olvidar detalles y a recordar conceptos que solo se afianzan a través de la reconsolidación y la formación de asociaciones. Rodrigo Quian Quiroga, investigador argentino, profesor de la universidad de Leicester en Inglaterra, escribió un libro fascinante sobre estas cuestiones en el que basaré esta entrada (Borges and Memory, MIT Press, 2012).

Borges, sin dudas, tuvo la agudeza de comprender la importancia de la abstracción y del olvido. Escribió sobre Irineo Funes:

“Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, generalizar, abstraer.”

Borges fue influenciado, entre otros, por William James, quien es considerado por muchos el padre de la psicología moderna, y quien escribió: “Si recordamos todo, estaríamos la mayoría de las veces tan incapacitados como si no recordáramos nada… el resultado paradójico es que una condición para recordar es que debemos olvidar.”

El primer caso científicamente documentado de memoria extraordinaria es el de Salomon Shereshevskii (S), quien fuera estudiado por el célebre psicólogo ruso Alexander Luria. S poseía una muy fuerte sinestesia –la involuntaria relación entre distintos sentidos, como la de asociar números con colores– lo que daba a sus memorias un contenido mucho más rico y consecuentemente más fácil de recordar.

Sabemos ahora que solo procesamos un mínimo de la información que nos llega a los ojos, aquello a lo que prestamos atención. A partir de esta información extraemos signos, creamos conceptos y una representación interna que es la base de nuestro pensamiento. Luego formamos recuerdos y mantenemos solo aquellos que son más relevantes, decantando el resto en el reino del olvido. Técnicamente, el cerebro hace la transformación de un código denso, implícito y de detalles en la corteza visual, a un código sparse, explícito y de conceptos en el hipocampo. En este proceso intervienen ciertas neuronas presentes en el hipocampo, denominadas neuronas de Jeniffer Aniston, que fueron estudiadas por Rodrigo Quian Quiroga. Estas neuronas contribuyen a la abstracción de conceptos que usamos para guardar recuerdos. Codifican conceptos, y es así que tendemos a recordar personas, hechos y lugares genéricos, olvidando la gran mayoría de los detalles asociados a estos. Si no tuviéramos este tipo de neuronas terminaríamos como Funes el memorioso, sin capacidad de abstracción, sin poder siquiera pensar, recordando solo detalles irrelevantes.

Pensar es justamente abstraer, asociar conceptos, crear relaciones y categorías. Esto es lo que la escuela debe fomentar y no la memorización de detalles que estamos programados, evolutivamente, para olvidar.

El proceso de abstracción, la clave del pensamiento, aquello que hacen las neuronas en el hipocampo, es algo que usamos todos los días. La escuela, y me refiero tanto a la escuela primaria como secundaria, debe dejar de bombardear a los estudiantes con información y, en cambio, debe hacer que los alumnos se detengan a pensar, a extraer las ideas importantes para asociarlas y compararlas con otras.