Publicado por La Tercera, 2 de febrero de 2013
El discurso inaugural de Barack Obama, en una mañana gris y helada, fue una pequeña joya. Una alocución de 16 minutos que destiló la filosofía política de su segundo mandato en forma magistral.
Los conservadores reaccionaron con incredulidad y rabia, y lo acusaron de doctrinario, ideológico y pequeño. También, de falta de magnanimidad y de no tenderle la mano a la oposición. Según los comentaristas de derecha, el discurso inaugural es una ocasión para construir puentes, para invitar a los adversarios a unirse a un proyecto nacional, para hablar de inclusión política; no es un momento partisano ni activista. Hay, dicen, otras oportunidades para eso.
Aquellos con una perspectiva histórica recordaron a Martin Luther King y su famoso discurso “La feroz urgencia del ahora”, dado en Nueva York en el momento en que la guerra de Vietnam recrudecía y el país se convulsionaba con las marchas por los derechos civiles. Un discurso, al mismo tiempo, duro y esperanzador.
Es verdad que Obama fue ideológico y que presentó una visión progresista del mundo; pero de eso, precisamente, se trataba. De delinear en forma clara y sin dobleces los principios que regirán a su gobierno durante los próximos cuatro años. Principios basados en las ideas que guiaron la fundación de la república, en 1776. El presidente perfiló con claridad dos cosas: las aspiraciones de su gobierno y las áreas de acción para lograr esos objetivos.
Los dirigentes de la Concertación debieran escuchar este discurso con atención.
Si bien el ideario de Obama responde a una realidad diferente a la chilena, hay en este discurso una mezcla de frescura y profundidad que trasciende las fronteras geográficas. Hay una serie de principios generales que debieran transformarse en banderas políticas del progresismo en todas partes del mundo, incluso en nuestra angosta franja de tierra. Los aspirantes a liderar la Concertación debieran aprender de Obama a presentar un programa en forma sucinta y a la vez poética, con fuerza y compasión, con argumentos de fondo y sin pedir disculpas por su contenido soñador, progresista y liberal.
Obama comenzó con una referencia a la declaración de la independencia y leyó el primer párrafo del documento emancipador, ese que dice que es una verdad autoevidente que todos los seres humanos fueron creados iguales, con derechos inalienables, entre los que destacan la vida, la libertad y el derecho a perseguir la felicidad. Luego citó las primeras líneas de la Constitución, “Nosotros, la gente” (We, the people…). A lo largo del discurso usó estas palabras en forma reiterativa, como una muletilla para enmarcar sus ideas, para resaltar de dónde venían, para recordar que Estados Unidos es un país cuyas acciones políticas nacen de un respeto profundo por las leyes y las instituciones, para enfatizar que son profundamente democráticas y emanan de la voluntad de la población.
Luego dijo que si bien las verdades de la Declaración de la Independencia son autoevidentes, no son autoejecutantes. Sólo si actuamos juntos y con el esfuerzo de todos podemos aspirar a la felicidad. El énfasis fue en “todos” y en “juntos”. Dijo que, a través de los años, juntos decidimos terminar con la esclavitud, juntos decidimos que el país necesitaba carreteras e infraestructura moderna, juntos concluimos que una economía de mercado sólo funciona con regulaciones adecuadas, juntos determinamos proteger a los desvalidos y a los necesitados.
La parte que enfureció a la derecha conservadora vino en ese momento. Dijo Obama que si bien los estadounidenses no sucumbían ante la ilusión de que el gobierno podía curar o prevenir todos los males ni abandonaban la celebración del espíritu de emprendimiento y del trabajo duro y abnegado, entendían que la defensa de los derechos individuales y la obtención de la felicidad requerían de una “acción colectiva”.
Para los republicanos, estas dos palabras – “acción colectiva”- son un sinónimo de acción del gobierno, intrusión del sector público y regulaciones excesivas. Son, precisamente, lo que detestan, y porque el presidente las mencionó, porque se animó a hablar de ese modo, los comentaristas conservadores lo acusan de partisano y poco patriótico.
Los demócratas, desde luego, ven las cosas de una forma muy diferente. Para ellos, la “acción colectiva” captura una verdad esencial: en estos días, el individualismo es incapaz para enfrentar los desafíos que se ciñen sobre el país y el mundo.
Dijo el presidente: Nosotros, la gente, entendemos que nuestra nación no puede tener éxito cuando a unos pocos les va bien y la mayoría apenas sobrevive económicamente. Luego agregó que la prosperidad de los EE.UU. tenía que descansar sobre los anchos hombros de la clase media. Nosotros, la gente, continuó, aún creemos que todos los estadounidenses merecen sentirse seguros y vivir en dignidad.
Las generaciones futuras fueron un tema central de la alocución.
Nosotros, la gente, dijo Obama, entendemos que el país tiene que reinventarse, que hay que usar ideas y tecnologías nuevas para mejorar los servicios públicos, que hay que reformar la educación y la salud. Pero, agregó en un tono serio y grave, rechazamos la idea de que hay que elegir entre proteger y servir a la generación que construyó al país, e invertir en las generaciones futuras. Es necesario, dijo, continuar con la red de protección social; es necesario lograr ambos objetivos. Proteger a los necesitados de ahora y asegurar el bienestar -y, por cierto, la felicidad- de nuestros hijos y nuestros nietos. Y la de los nietos de sus nietos.
Aquí vino un segundo pasaje controversial, y por el que el presidente ha sido fustigado por la prensa de derecha: Nosotros, la gente, dijo Obama, entendemos que nuestras obligaciones no terminan con nosotros mismos, sino que se extienden a la posteridad. Es por ello que responderemos al desafío del calentamiento global; no hacerlo sería traicionar a nuestros hijos y nietos. Algunos, agregó, podrán negar la evidencia masiva de las ciencias, pero no pueden desconocer los costos de las sequías, de las nieves que desaparecen, de los incendios agobiantes. Mantendremos nuestra vitalidad económica desarrollando nuevas tecnologías, nuevos métodos para enfrentar el tema del medioambiente. Para la derecha, eso de “la evidencia masiva de la ciencia” es una gran falacia. Para ellos, el tema del medioambiente no tiene que ver con las acciones humanas ni con el CO2 ni con la industrialización forzada. Enfrentamos, dicen, fluctuaciones cíclicas y pronto regresaremos al patrón histórico de temperaturas.
Nosotros, la gente, continuó Obama, creemos que la seguridad del país y la paz duradera son posibles; más aún, no requieren de guerras permanentes. Debemos impulsar, en el mundo entero y por medio de la diplomacia y la persuasión, nuestros principios básicos de tolerancia, oportunidades, dignidad humana y justicia.
Luego vino la parte más emotiva del discurso, en la que el presidente se refirió a las luchas pasadas por la igualdad de las mujeres, de las minorías raciales y de las minorías sexuales. Nosotros, la gente, dijo en un tono solemne, declaramos hoy día que la más evidente de las verdades, el que todos somos creados iguales, aún es la estrella que guía nuestro destino. Pero también entendemos que nuestras libertades individuales están inevitablemente unidas a la libertad de los demás. Nuestro viaje no estará completado mientras nuestros hermanos gay no sean tratados con igualdad y dignidad; nuestro viaje no será completo si no aceptamos con cariño a los nuevos inmigrantes, con sus sueños y miedos.
Con este discurso breve -brevísimo para los estándares latinoamericanos, ¿o no, señor Chávez?-, Obama delineó el camino político de sus próximos cuatro años. Acción colectiva pero no intrusa, lucha por ampliar los ámbitos de la libertad para todos, mayores oportunidades; igualdad de género, racial, y de preferencias sexuales; relaciones internacionales basadas en la diplomacia y la paz; protección del medioambiente; reformas modernizadoras, sin dejar de lado la necesidad de mantener las redes de seguridad social.
Lo más importante, quizás, es que en los primeros 10 días del nuevo gobierno ya comienzan a esbozarse las acciones tendientes a transformar este ideario en realidad: el Pentágono acaba de eliminar la prohibición a que mujeres participen en combates; en las próximas semanas, una nueva ley de inmigración será presentada al Congreso; iniciativas tendientes a controlar la tenencia de armas ya fueron presentadas y se llevarán a cabo. Acciones colectivas, pero no intrusas.
En Chile, la Concertación se ha desdibujado. Sus contornos son difusos y están borroneados. ¿Qué plantean? ¿Cuáles son sus idearios? ¿Adónde quieren conducir al país? Nadie lo sabe, ni siquiera sus propios dirigentes.
Chile tiene un progresismo huérfano. Huérfano de ideas y de líderes. En lugar de una plataforma proactiva, la Concertación nos presenta un puñado de nostalgias mal entendidas, de ideas añejas, de quejumbres destem- pladas.
Pero este mal no está restringido a la dirigencia. Hasta los estudiantes, que por algún tiempo capturaron la imaginación del mundo de izquierda, hoy en día aparecen mustios y ajados.
Hay que mirar a Obama. No para copiarlo ni para emularlo en todas sus dimensiones, sino que para aprender cómo el espíritu del progresismo se puede revivir, se puede ordenar en torno a un cúmulo de ideas matrices, poderosas y permanentes.
Un proceso de primarias amplias, ordenadas, justas y transparentes son, sin duda, el mejor mecanismo para generar estas nuevas ideas dentro de nuestros concertacionistas. Imaginemos la riqueza de una serie -10 o 12, porque menos que eso no serviría para nada- de debates entre Andrés Velasco, Michelle Bachelet y Claudio Orrego. Una fiesta para el intelecto; una bendición para el país.