Algunas Ideas Académicas sobre la Opinión de los Economistas (*)

Hace unas semanas, expresé en un comentario que en Foco Económico también estábamos muy interesados en el análisis político, si bien algunos lectores habían expresado su preferencia por limitar las entradas al campo de la economía positiva (el cual es un campo claramente menos aventurado). Recibí varios emails que me mostraron que había cierta confusión entre algunos seguidores y amigos, así que voy a aprovechar esta entrada para aclarar esta cuestión, según mi mejor saber y entender, y hacer luego una reflexión académica sobre el rol de los economistas en la sociedad.

Tres Enfoques:

  • Economía Positiva: el economista, en este caso, toma el punto de vista de un observador externo y tiene como objetivo estudiar el funcionamiento del sistema económico. Se busca entender las causas y consecuencias del comportamiento social observado.
  • Economía Normativa: en este caso, el economista adopta la postura de consejero hacia un gobierno benevolente. La economía normativa toma como insumo el conocimiento generado por la economía positiva para poder evaluar los efectos de las distintas decisiones políticas. Sin embargo, en este caso los economistas deben hacer explícita o implícitamente supuestos acerca de las preferencias sociales que no pueden derivarse de la teoría económica. Al hacer estos supuestos, actúan como filósofos políticos.
  • Economía Política: es una extensión de la economía positiva dentro del área de políticas públicas. Sin embargo, en lugar de considerar el comportamiento de los decisores de política como exógeno, se lo toma como endógeno. El gobierno entonces no es más considerado un Deus ex machine que monitorea y conduce la economía en nombre del interés general. En cambio, se considera que los decisores de política son jugadores racionales cuyo comportamiento persigue objetivos específicos y enfrenta restricciones específicas. La Economía Política no excluye juicios normativos, pero sí tiene implicancias respecto de su alcance. James Buchanan, Premio Nobel en Economía y uno de los pioneros de esta área de estudio, afirma que dichos juicios son válidos solamente si se aplican sobre el régimen de política que determina la política económica: la constitución, reglas, instituciones, etc. Por supuesto, queda abierta la pregunta sobre la endogeneidad de los regímenes políticos (ver también la Lecture de Sargent en su recepción del Premio Nobel).

¿Cómo hablarle a la sociedad como economista?

Esta es una pregunta cuya respuesta, siendo optimista, es difícil. Es cierto que la economía positiva, la economía normativa, y la economía política coexisten. Por supuesto, resulta deseable poder clarificar si una afirmación es positiva o normativa, pues su naturaleza es diferente.

Por otra parte, muchas veces no es sencillo encontrar el punto justo entre las predicciones positivas y de economía política. Un caso que podría parecer fácil es aquel en el cual uno asume que el gobierno se equivoca al elegir las políticas que aplica. Claro que ello implicaría, entonces, que el gobierno enfrenta alguna falla de información, la cual además no es sistémica.

Un caso más difícil es aquel en el cual la prescripción positiva se choca, de alguna forma, con la predicción del equilibrio político. Uno podría pensar, por ejemplo, que la autarquía tiene serias consecuencias económicas, pero que a la vez es el equilibrio político de una sociedad. ¿Qué decir en ese caso? Encontrar el balance entre ambas visiones requiere cierto compromiso. Una solución es pensar que el equilibrio político no depende de las preferencias de la gran mayoría de los agentes económicos, quizás por falta de competencia política, y que entonces, uno podría focalizarse en las predicciones positivas. (Si hubiese competencia política, tendríamos que explicar cómo un gobierno que no incorpora las preferencias mayoritarias logra reelegirse, por ejemplo. ¡Debemos entender la política!). Sin embargo, en ese contexto político, ¿Por qué pensar que estas opiniones tendrán alguna relevancia?

Otra posible solución es pensar que hay equilibrios políticos múltiples, algo que, una vez que consideramos equilibrios de economía política, resulta bastante probable imaginar (aunque no siempre se dispondrá de un modelo analítico con estas propiedades).

Supongamos entonces que una vez que hacemos endógenas las políticas públicas y las instituciones económicas y políticas encontramos que vivimos en un mundo con equilibrios múltiples. Podemos pensar, como dice Ken Binmore, que el juego de la vida es un juego con equilibrios múltiples. Muy probablemente la sociedad estará “jugando” uno de esos equilibrios o, en términos más técnicos, decimos que la sociedad está coordinando en uno de esos equilibrios. Sin embargo, cualquiera de los otros equilibrios son opciones posibles. Es decir, podríamos coordinar en otro equilibrio. Lo interesante es que distintos equilibrios tienen distintas características normativas. El caso extremo es cuando existe un equilibrio “malo”, en el que todos están peor, y otro “bueno”, en el que todos están mejor. Más técnicamente, uno de los equilibrios domina en el sentido de Pareto al otro equilibrio. Sin embargo, hay muchos otros casos.

El punto clave aquí es que cuando tenemos equilibrios múltiples, la economía normativa y los economistas pueden tener una función muy interesante. Imaginemos que la sociedad está coordinando en un equilibrio “malo”. Entonces, un economista puede proponer una reforma para que la sociedad se mueva hacia el equilibrio “bueno”. Lo interesante es que el economista no estará proponiendo una reforma no sostenible, sino que su intención es que la sociedad pase de un equilibrio al otro.

Existe otro argumento distinto pero muy importante que también motiva el rol de los economistas en la sociedad. La idea es que un economista puede aprender sobre determinados fenómenos sociales de una forma más rápida que los ciudadanos. Si ello fuese así, y si a su vez lograse convencer a los ciudadanos de su saber, podría, por ejemplo, ayudar a evitar un mal equilibrio ocasionado por estos sesgos en las percepciones de los agentes económicos y políticos (ver, por ejemplo, Piketty (1995)).

Así, creo que uno puede justificar que las opiniones informadas y bien fundamentadas que pueden aportar los economistas, a veces, podrían tener un rol importante en la sociedad. Por supuesto, las ideas que desarrollé en esta entrada aún son preliminares y los economistas académicos debemos seguir trabajando en ellas.

(*) Agradezco, sin implicarlos, a G. Torrens y D. Heymann por conversaciones que a lo largo del tiempo hemos mantenido sobre estas cuestiones.

Referencias:

Binmore, Ken (1994), Game Theory and the Social Contract. Volume 1: Playing Fair. The MIT press, Cambridge, Massachusetts.

Binmore, Ken (1998), Game Theory and the Social Contract. Volume 2: Just Playing. The MIT press, Cambridge, Massachusetts.

Piketty Thomas (1995), Social Mobility and Redistributive Politics, Quarterly Journal of Economics, vol. 110, No. 3, pp. 551-584.

Sargent, Thomas J.(2012), United States then, Europe now, Journal of Political Economy, vol. 120, No. 1