La Casen, Lavín y Piñera: el pecado original

Publicado por El Mostrador, 4 de septiembre de 2012

Sebastián Piñera y Joaquín Lavín están metidos en un lío con los datos de la Casen. Anunciaron una baja supuestamente histórica de la pobreza a sabiendas de que el dato no tenía significación estadística. El director de Estudios del Ministerio de Desarrollo Social renunció, declarando que “me sentí utilizado por el ministro Lavín”. El jefe de la División de Estadísticas Sociales de la Cepal también renunció, afirmando que “no es técnicamente robusta la conclusión de que la pobreza en Chile disminuyó”.

Ahora diputados de la oposición hablan de Casengate. Tamaño lío.

Pero el problema no parte en agosto de 2012. El pecado original viene de mucho antes. Vale la pena recordarlo, para entender el por qué de la polémica actual.

En julio de 2010, y con gran parafernalia comunicacional, el gobierno de Sebastián Piñera anunció que según la encuesta Casen el porcentaje de pobres en Chile había subido entre 2006 y 2009. El Presidente aprovechó la oportunidad para proclamar el fracaso de las políticas sociales de la Concertación.

Los estrategas de la derecha sin duda estaban felices. Habían logrado meter un gol jugando de visita, en una cancha que hasta entonces le pertenecía a la centroizquierda: la reducción de la pobreza.

Incluso los sectores autoflagelantes de la Concertación se sumaron al festival de críticas al balance social de 20 años de sus propios gobiernos. Francisco Vidal y Libertad y Desarrollo tarareando la misma canción. Qué mejor razón podían tener en La Moneda para descorchar champaña.

Excepto, claro está, por un pequeño problema: las cifras de pobreza entregadas eran cuestionables. Y tanto La Moneda como el Ministerio de Planificación de entonces (hoy de Desarrollo Social), Felipe Kast, lo sabían.

El problema radicaba en que la Cepal, organismo encargado por décadas de verificar las estimaciones de la pobreza en Chile (y en el resto del continente), había decidido medir el número de pobres de un modo. Y el gobierno de Chile había decidido hacerlo de otro modo. Más temprano que tarde, esta diferencia crearía problemas.

La diferencia tenía —y tiene— que ver con el precio de los alimentos y su impacto en el poder adquisitivo de los más pobres.

La pobreza se mide con una línea de pobreza: el valor de una canasta básica de consumo. Los que ganan menos son considerados pobres. El problema viene cuando los precios de esos bienes suben. Quien mide la pobreza tiene que decidir, ojalá juiciosamente, cómo reajustar la línea de pobreza.

Como históricamente los pobres gastaban casi todos sus ingresos en alimentos, y el precio de los alimentos no se comportaba de modo muy distinto que el de otros bienes, en Chile y en el resto de los países de América Latina la Cepal siempre estimó la variación de la línea de indigencia utilizando la variación del precio de los alimentos. Para estimar la línea de pobreza, se suponía que el valor de los bienes no alimentarios considerados en la línea de la pobreza se comportaba igual que el de los alimentos. Llamemos a éste el método A (de alimentos) para fijar la línea de pobreza.

Pero con el tiempo los ciudadanos pobres fueron gastando una menor parte de sus ingresos en alimentos (en Chile el porcentaje cayó de más de dos tercios a menos de la mitad). Además —y este punto es clave— a partir de 2007 el precio de los alimentos saltó en todo el mundo, con lo que suponer que el resto de los precios se comportaban del mismo modo dejó de ser válido.

Comprendiendo que su metodología tradicional ya no funcionaba, Cepal la cambió. Empezó a usar también el precio de los productos no alimentarios incluidos en el IPC. Llamemos a este el método I (de IPC) para actualizar la línea de pobreza.   El gobierno de Sebastián Piñera, sin embargo, se negó a hacer el cambio. Así, los datos de la Casen 2009, divulgados en 2010, se aplicaron usando el tradicional método A, a esas alturas notoriamente obsoleto.

Esta decisión, a primera vista pequeña y técnica en extremo, tuvo consecuencias grandes y nada de técnicas. Resulta que entre 2006 y 2009 el precio de los alimentos subió 32%, mientras que el precio del resto de los productos subió sólo 6%. Reajustar la línea de pobreza como lo hizo el entonces ministro Felipe Kast resultaba a todas luces muy poco representativo del costo de vida para las personas cuyo poder de compra se pretendía medir.

Pero para qué fijarse en tecnicismos cuando los réditos políticos de la estrategia eran evidentes —y cuantiosos—. El gobierno de Sebastián Piñera sostuvo que en 2009 la pobreza subió del 13,7 al 15,1%, y estos guarismos (computados con el antiguo método A) se tomaron los titulares de los medios. La Cepal, usando el correcto método I, afirmó que la pobreza cayó al 11,5% en 2009, pero de esto se enteraron sólo unos pocos entendidos.

A primera vista, este fue un triunfo comunicacional total para el gobierno. Excepto que, como es sabido, a la larga las malas prácticas no reditúan. El monstruo que creó Sebastián Piñera empezó a penarle un par de años más tarde.

Claro, porque así como el precio de los alimentos experimentó un salto en 2007-2008, también tuvo otro salto en 2010-2011. Y, por lo tanto, el método A para reajustar la línea de la pobreza, que tan conveniente había resultado en aquel primer período, amenazaba con volverse peligroso para los intereses del gobierno. El pecado original amenazaba con exigir expiación.

A mediados de 2012, entre los que siguen estos asuntos comenzó a correr el rumor que las cifras de la Casen 2011 venían malas y que el porcentaje de personas que viven en la pobreza subiría o en el mejor de los casos se mantendría estable.

Y hoy sabemos que se mantuvo estable, al menos en el primer informe que entregó la Cepal al gobierno a mediados de julio, usando el método A, preferido por el Ministerio de Desarrollo Social, dirigido a esas alturas por Joaquín Lavín. La Cepal computaba entonces, según informó Ciper, una tasa de pobreza del 15,0%. Clave en ello era la exclusión de la controvertida pregunta y11 de la encuesta, que no se había contemplado en versiones anteriores. Y si uno le agregaba el 0,2% correspondiente al bono que debió haber sido mensualizado pero no lo fue, la pobreza llegaba al 15,2% en 2011, una cifra levísimamente mayor al 15,1% anunciado con bombos y platillos por el actual gobierno para el año 2009.

Este resultado habría sido una derrota para Sebastián Piñera. O, al menos lo habría leído así un gobierno más obsesionado con las encuestas que con la realidad que viven las personas.

Entonces el gobierno hizo lo que nunca antes gobierno alguno había hecho: le devolvió su informe a la Cepal. Alegó, envió minutas, insistió, hasta que al cabo de un proceso cuyos detalles todavía no se conocen, y utilizando aún el método A, Cepal emitió un segundo informe con la cifra de 14,4%. Así desaparecieron por secretaría más de 120 mil pobres. Y, dos días más tarde, sin dar tiempo para discusiones adicionales, Piñera y Lavín hicieron una conferencia de prensa para anunciar esta baja supuestamente extraordinaria de la pobreza.

Peor aún: Piñera y su ministro, economistas con posgrado ambos, omitieron decir que la baja anunciada está dentro del margen de error de la encuesta, y que por lo tanto carece de significación estadística.

La polémica que siguió es conocida. Dante Contreras, director del Departamento de Economía de la Universidad de Chile, encaró a Lavín en un seminario en el Centro de Estudios Públicos, pero el ministro eludió responder. Otros terciamos en el debate. Destacados treinta economistas exigieron ciertas precisiones al gobierno. Este, por su parte, filtró a la prensa que existiría otra carta con treinta y tantos economistas proclives a su postura, pero dicha carta no llegó a publicarse. Y así sucesivamente.

El asunto adquirió otro carácter con la renuncia de Andrés Hernando al MDS y de Juan Carlos Feres a la Cepal. Cuando un asesor dice que se sintió utilizado por su jefe y ministro, el asunto transita rápidamente de lo técnico a lo político, y de ahí derechamente a lo ético.

Llegamos así a la improvisada conferencia de prensa dominical de Joaquín Lavín y la subsecretaria Soledad Arellano, en el Salón Azul de La Moneda. Con los argumentos a su favor ya en fase de agotamiento, Lavín y Arellano redescubrieron… ¿adivinen qué? … el método I de la Cepal para actualizar la línea de pobreza.

Los televidentes debimos entonces tolerar el espectáculo de Joaquín Lavín alabando para las cámaras el mismísimo método que su antecesor Felipe Kast había descartado. Las vueltas de la vida.

Utilizando el método I, la Cepal informó que la pobreza habría caído a 10,4% de la población. El ministro Lavín celebró este hallazgo, confirmando el principio que nunca es tarde para cambiarse de caballo si resulta conveniente. Lavín omitió decir, por supuesto, que ese mismo método arroja una baja mucho mayor y estadísticamente significativa de la pobreza en 2009, dato que echaría por tierra la tesis del fracaso de las políticas sociales del gobierno anterior.

No está demás anotar, en todo caso, que ese 10,4% presumiblemente incluye el bono no mensualizado y la controvertida pregunta y11. Si se corrigen estos factores, la tasa probablemente es algo más alta.

Tras un mes de dimes y diretes, las cosas empiezan a estar claras. Si se utiliza el correcto método I de la Cepal, el mismo que el gobierno acaba de redescubrir, la pobreza cayó en 2009 —a pesar de la crisis— y se estancó o tuvo una baja leve, acaso sin significado estadístico, en 2011. Esto lo sabremos con certeza cuando el gobierno entregue el margen de error definitivo de la encuesta. Pero en ningún caso los resultados son para descorchar champaña, como ha querido hacer Sebastián Piñera.

Debates estadísticos más o menos, dos millones y fracción de chilenas y chilenos aún viven en la pobreza. Sus vidas cotidianas están marcadas por el esfuerzo, la incertidumbre y, demasiadas veces, por el sufrimiento. ¿No será hora de que el gobierno confiese sus faltas, de modo que podamos empezar a conversar de esta realidad, que es la realmente importante?