Reformas pensionales, ¡pronto! (I)

Esta es la primera de tres entradas que abordan la necesidad de abordar ambiciosas reformas en los sistemas de seguridad social de la región. Aparte de esta primera donde se describe el problema de la falta de ahorro para la vejez y las consecuencias económicas, políticas y sociales que esta situación puede conllevar, publicaremos una segunda entrada analizando algunas iniciativas que se han tomado en países de la región y de fuera para resolver este problema. En una tercera entrada se presentarán una serie de propuestas  para abordar de forma integral, equitativa y sostenible estos problemas

Hay cosas que aunque sabemos que es importante hacer, como hacernos un chequeo médico o comprar un seguro de accidentes, vamos posponiendo porque las urgencias cotidianas nos arrastran.  ¡Cuantos dramas se pueden ahorrar cuando estas acciones se hacen a tiempo, antes de que aparezcan los problemas, o al menos cuando éstos son todavía incipientes!

Ahorrar para la vejez es otra de las cosas que sabemos debemos hacer pero es difícil encontrar el momento. Las personas somos malas planificando en temas que nos cuesta enfrentar, tales como nuestro ocaso físico o nuestra finitud.  ¿Cómo convencer al yo joven que quiere recursos ahora cuando la energía  acompaña y las necesidades abundan –educar a los niños, comprar una casa, invertir en el negocio– de que guarde recursos para el yo adulto mayor? ¿Cómo anticipar las necesidades de ese yo tan distinto y poco imaginable cuando nos cuesta hacernos a la idea de que efectivamente algún día también nosotros seremos adultos mayores?  La solución tradicional es hacer el ahorro para la vejez obligatorio. La justificación es que en caso contrario es muy probable que el Estado tenga que hacerse cargo de nosotros cuando mayores y pobres, a un costo social, económico y fiscal mucho mayor. Así nació la seguridad social en Alemania, la cual se exportó a prácticamente todo el mundo.

Pero los Estados también sufren de problemas de inconsistencia temporal, ya que al fin y al cabo están conformados con los votos de personas que sufren de cortoplacismo.  Mientras la población es joven y predomina el “queremos gastar ahora” poco estímulo habrá para promover reformas que fuercen un ahorro adecuado para la vejez. Pero la demografía es uno de los hechos más previsibles que existen. De forma lenta pero inexorable la correlación de fuerzas va cambiando, y muchos de los países jóvenes van dejando de serlo, cerrándose la ventana de oportunidad sin haber tomado medidas para que su futuro sea sostenible. El drama, por supuesto, emergerá cuando la correlación de fuerzas cambie y empiecen a predominar los ancianos. Éstos, queriendo consumir más de lo que ahorraron, pedirán que se les transfiera una proporción quizás insostenible de los recursos nacionales… y muy probablemente lo conseguirán dada su mayoría electoral.  Al igual que a nivel individual, existe una inconsistencia temporal entre el país joven y el país anciano.

Este es un desafío que enfrentan todos los países, pero en América Latina toma dimensiones particularmente complejas por varias razones:

En primer lugar porque la población, aunque joven, está envejeciendo rápidamente. Según datos de población de las Naciones Unidas, en los últimos 40 años la esperanza de vida en América Latina ha crecido mas del doble de rápido que en los países industrializados (de 60 a 73.4 en América Latina versus de 71.2 a 76.9 en los países industrializados). En un espacio de tiempo relativamente corto, en América Latina la vida promedio de las personas se ha prolongado en más de un 20 por ciento. Aunque no hay mucha información al respecto, es muy probable que las personas no hayan incorporado plenamente este hecho en sus planes de vida. La persona promedio que en el año 2008 tenia entre 45 y 55 años en Perú creía que iba a morir a los 77 años, y en México a los 78. Sin embargo, la esperanza de vida de estas personas a esa edad, y para los dos países es de 80 años. [1] Es decir, en ambos países las personas estarían subestimando sus necesidades de recursos en la vejez.

Segundo, por que el mecanismo de traspase obligatorio de recursos del presente al futuro no está funcionando. En todo el mundo, la captación de recursos de las personas en situación de actividad económica se realiza a partir de retenciones al ingreso laboral. Sin embargo, debido a la gran proporción de relaciones laborales asalariadas informales, en promedio un 44 por ciento de los asalariados de América Latina no contribuye para una pensión.[2] Además, la legislación de muchos países exime de contribuir a la seguridad social a los que trabajan por cuenta propia, quienes constituyen casi un tercio  de la fuerza laboral en la región.[3] Éstos  dejados a su libre criterio, y enfrentados a su inconsistencia temporal, contribuyen poco o nada para tener una pensión en su vejez.  Ello no sería preocupante si hubieran encontrado otros mecanismos de ahorro. Sin embargo, por las razones indicadas anteriormente, muchos no ahorran de ninguna otra manera. Así poniendo nuevamente el ejemplo de Perú, casi un 60 por ciento de los trabajadores por cuenta propia que no contribuyen a un plan de pensión, los cuales son la gran mayoría, no tendría ningún ahorro.[4] En total, sumando asalariados y cuenta propias, un 61 por ciento de los ocupados no esta contribuyendo a un sistema de pensiones en la región.[5] Valga decir que esta situación se da con independencia de que el sistema de pensiones sea de reparto o de capitalización, público o privado.
Pero la fuente de preocupación no son tan sólo los que nunca han contribuido a un sistema de pensiones. Cuando se sigue a las personas en el tiempo a través de encuestas longitudinales o con los propios registros de la seguridad social, se encuentra que la mayoría de los afiliados, particularmente aquellos de bajos ingresos, contribuyen muy irregularmente. Por ejemplo, en Perú, el 40 % de los afiliados al sistema privado de pensiones ha contribuido menos de una cuarta parte de su vida laboral. En México, solo un 40% de los hombres entre 60 y 65 años han contribuido más de 20 años.[6] Entre las mujeres esta cifra es todavía menor.  Sin embargo, dado que muchos sistemas de pensiones imponen límites mínimos en los años de contribución, muchos afiliados habrán contribuido pero no se pensionarán, creando una perversa redistribución interna dentro de los sistemas – de aquellos de bajos ingresos y mujeres que contribuyen unos años pero no alcanzan al mínimo a aquellos de mayores ingresos, generalmente hombres, que si alcanzan. Cálculos recientes del BID indican que un 44 % de los afiliados al sistema de reparto en Perú no llegaran a pensionarse en el 2030 y que esa cifra alcanzará a más de un 70% en el 2050.

Así las cosas, los países no ya tan jóvenes de América Latina están en su mayoría ahorrando muy poco para su vejez.  No se trata tan sólo de afinar tasas de contribución o edades de jubilación para aquellos que han contribuido por muchos años. El gran problema,  el elefante en la sala, es la falta de ahorros para la vejez de la mayoría de la población. ¿Se va a ignorar el problema hasta que una mayoría de ancianos fuerce una reforma tarde y mal? Serán muchos votos y puede salir muy caro satisfacerlos. Es el momento de emprender una senda de ambiciosas reformas que promuevan sostenibilidad, equidad y universalidad en los sistemas de pensiones de la región.

 

Carmen Pagés

Jefe Unidad Mercados Laborales y Seguridad Social, BID.

 


[2] Cálculos BID a partir de promedio simple de cifras por país obtenidas a partir de Encuestas de Hogares de la Región.

[3] Cálculos BID a partir de promedio simple de cifras por país obtenidas a partir de Encuestas de Hogares de la Región.

[4] Encuesta Protección Social, BID 2008, Perú.

[5] Cálculos BID a partir de promedio simple de cifras por país obtenidas a partir de Encuestas de Hogares de la Región.

[6] Encuesta Nacional de Seguridad Social, México 2009.