Otro “Chicago boy” ganó el Premio Nobel de Economía. Ya no sé cuántos son, pero los ganadores asociados a la Universidad de Chicago constituyen, por lejos, la mayoría de los galardonados. Algunos -incluyendo la revista New Yorker- han dicho que Richard Thaler no es un verdadero miembro de la escuela de Chicago, que más bien es un representante de los escépticos, de los antimercado. Nada puede estar más lejos de la realidad. Thaler resume lo mejor que siempre ha ofrecido esa casa de estudios: una enorme curiosidad intelectual, un respeto ilimitado por la evidencia histórica y empírica, y un análisis exhaustivo del comportamiento humano. Un aspecto central de su trabajo es la combinación de dos disciplinas: economía y psicología.
Los economistas de Chicago siempre se han interesado por la conducta humana. Ted Schultz, quien ganara el Premio Nobel en 1979, fue un pionero en este campo. Sus investigaciones se centraron en la toma de decisiones de campesinos pobres.
Los análisis del nuevo laureado también pueden ser interpretados como una extensión de las investigaciones de otros tres premios Nobel de Chicago: George Stigler (1982), Gary Becker (1992) y Ronald Coase (1991). Stigler fue un precursor de la llamada “economía de la información” y analizó la toma de decisiones ante conocimientos imperfectos. Becker revolucionó el campo de la microeconomía cuando en los años 1960 argumentó que el enfoque económico podía ser usado en forma fructífera para analizar todo tipo de fenómenos sociológicos, incluyendo cuestiones relacionadas con crimen y castigo, matrimonios y divorcios, preferencias sexuales, suicidio y otros. Coase, de otro lado, fue el padre de la escuela de pensamiento jurídico “law and economics”. Además, desarrolló el concepto de “costos de transacción”, o costos involucrados en firmar un contrato óptimo.
Racionalidad acotada
Thaler ha argumentado que no todas las decisiones son tomadas en forma completamente “racional”, como proponen los libros de textos primerizos. Muchos individuos enfrentan información incompleta -un punto enfatizado por Stigler-, otros no conocen todas las opciones disponibles, y para muchos, los costos de transacción son elevados (el punto de Coase).
Ante esta realidad, los consumidores desarrollan reglas de comportamiento en las que siguen a otros individuos que consideran más hábiles o mejor informados. Esto explica los “comportamientos de manada”, las reglas heurísticas, las decisiones basadas en la intuición, las modas y los “copia monos”. Según Thaler, estos consumidores actúan bajo una racionalidad acotada (“bounded rationality” en inglés).
Un aspecto importante de las teorías de Thaler es que predicen que una vez tomada una decisión, los individuos alteran su comportamiento con mucho menos frecuencia que lo sugerido por los economistas más clásicos. En el mundo real, nos dice el nuevo premio Nobel, hay mucha inercia. La gente sigue rutinas antiguas y se “queda pegada”, aun cuando lo “racional” sea alterar el comportamiento. Este aspecto de su análisis ha sido utilizado en muchos países para reformular los sistemas de pensiones. Por ejemplo, muchas empresas en Islandia y EE.UU. han usado el enfoque de Thaler para enrolar en forma automática a todos sus empleados en planes de ahorro voluntario. Quienes no quieran participar en estos programas tienen que informarle a la compañía. Y, como hay una enorme inercia, muy pocos lo hacen. Como resultado, el ahorro voluntario ha aumentado en forma importante. Los principios detrás de estas políticas fueron desarrollados por Thaler en conjunto con mi colega de Ucla Shlomo Benartzi. En estos momentos, una serie de países, incluyendo Suecia, están considerando reformas de pensiones basados en estas ideas.
Un empujoncito
Uno de los libros más influyentes de Thaler es Nudge, escrito con el profesor de la Escuela de Derecho de Harvard Cass Sunstein, quien fuera el encargado de desregulación en el gobierno de Obama. En esta obra, Thaler y Sunstein argumentan que, como es difícil tomar decisiones con información incompleta, al decidir dónde invertir, o qué comprar, o qué alimentos comer, o dónde ir de vacaciones, o en qué establecimiento estudiar, las personas siguen reglas ad hoc que no son siempre las más convenientes. En estas circunstancias, nos dicen, los gobiernos deben jugar un rol importante. Pero no se trata de prohibir ciertas acciones, sino que de guiar a las personas, de proponerles soluciones, de hacer uso de la psicología para alterar su comportamiento en la dirección adecuada.
De lo que se trata, afirman, es darles un pequeño “empujoncito -“nudge” en inglés- en la orientación correcta. Pero, claro, un empujoncito no es lo mismo que forzar, prohibir, imponer u obligar. El “empujoncito”, dicen, debiera ser el principio rector de la mayoría de las políticas públicas.
Thaler y Susstein llaman a este enfoque “liberalismo paternalista”. A las personas se les respeta su libertad de decisión, su irrevocable derecho de decidir qué hacer con sus vidas. Este es el “liberalismo”. Pero se les guía, se les da un suave empujón en la dirección que les conviene. Este es el componente “paternalista”.
Una aplicación interesante y simple de este enfoque es cómo organizar el buffet de comidas en las cafeterías escolares. La tradición era que las primeras opciones sobre los mesones correspondían a las hamburguesas, papas fritas, pizzas y otros alimentos poco saludables. Los estudiantes llenaban sus bandejas con esta comida chatarra. Al final del buffet estaban las ensaladas, las frutas y las legumbres. Pero las bandejas ya estaban repletas y casi nadie optaba por estas opciones. El invertir este orden, y poner las comidas sanas al principio, fue dar un empujoncito en la dirección correcta. No hubo coerción ni obligación de comer sano. Sin embargo, la dieta de los estudiantes en los colegios que realizaron esta alteración cambió radicalmente, siendo mucho más saludable.
Chile y el liberalismo paternalista
A mucho político chileno -tanto de izquierda como de derecha- le gusta la coerción: obligar, prohibir, eliminar opciones, definir carriles estrechos de comportamiento. Lo vemos a cada rato. Dos ejemplos: la prohibición del copago en la educación por parte de la izquierda, y la oposición a la ley de aborto por tres causales por parte de la derecha. En Chile vivimos en un mundo alejado de la propuesta del nuevo Nobel. Esta ausencia de liberalismo es preocupante. Sin libertad no hay creatividad, y sin creatividad no hay progreso, ni armonía, ni felicidad.
Los políticos chilenos debieran leer algunas de las obras de Thaler -sus memorias, Misbehaving o Portándose mal– son particularmente interesantes. Pero además de leer, debieran considerar seriamente el “liberalismo paternalista” como principio. Este es un enfoque moderno y pragmático, respetuoso y solidario, alejado de los dogmas y de las posiciones extremas. Combina el principio de la libertad -principio que la campaña de Piñera ha enfatizado en forma repetida- y la idea de que los mercados no siempre funcionan como los libros primerizos señalan hace mucho sentido. Basar las políticas públicas en este principio nos permitiría movernos con vigor hacia adelante, aceptar con tolerancias las diferencias entre los individuos y ser más inclusivos.