En los últimos tiempos, nuestro desempeño económico ha dejado mucho que desear. Estamos creciendo a menos de la mitad que hace tan sólo unos años. La pregunta, por tanto, no es si nos está yendo mal, en eso todos están de acuerdo. La pregunta que causa polémica en los programas radiales y de televisión, y en los debates de las primarias, es a qué se debe este fenómeno. ¿Es el resultado, en lo esencial, de las malas reformas de este gobierno, como afirman los líderes de Chile Vamos? O, por el contrario, ¿es esta mediocridad, principalmente, la consecuencia de una situación mundial adversa, como aseveran los funcionarios de la administración?
La pregunta ha cobrado mayor importancia una vez que el senador Alejandro Guillier declarara que el objetivo de su posible gobierno sería profundizar estas reformas. ¿Estamos condenados a más penurias? ¿O todo cambiará una vez que cambie el ciclo económico mundial?
De Gregorio a la palestra
José De Gregorio es uno de los mejores economistas chilenos. Sus opiniones son respetadas, sus consejos son solicitados internacionalmente y sus trabajos académicos son frecuentemente citados por estudiosos de todo el globo. Además, es un economista tranquilo y equilibrado, con una larga tradición de medir sus palabras y no entrar en polémicas estériles. La semana pasada, sin embargo, decidió saltar al ruedo y opinar sobre esta disputa en un artículo en El Mercurio. Pero en vez de hablar del crecimiento en términos generales, argumentó que para entender lo que estaba pasando era necesario analizar el comportamiento de la inversión.
Según datos recientes, dijo el ex banquero central, en los últimos años (2013 a 2015) la inversión minera cayó en más que la inversión total, como porcentaje del PIB (2% versus 1,2%). Además, agregó, durante el mismo período la inversión en sectores que no son minería aumentó levemente, también en proporción al PIB (0,5%).
Según el profesor De Gregorio, estos datos desagregados sugieren que el ciclo de inversión minera ha tenido un efecto fundamental -de primer orden, en palabras del propio economista- en el comportamiento de la economía chilena. Vale decir, la caída del crecimiento estaría explicada en parte importante -aunque no necesariamente en forma total- por factores externos relacionados con la minería, factores sobre los cuales ni el gobierno ni el sector privado chileno pueden influir.
El profesor De Gregorio ha hecho una contribución significativa al sugerir que dirijamos nuestra atención hacia la inversión. Pero el enfoque seguido por el economista también genera una serie de preguntas. Quizás la más relevante es la siguiente: ¿Es posible descartar factores internos -incluyendo la falta de confianza- como determinantes del pobre comportamiento de la inversión minera? O, ¿no será que, en parte, esta caída profunda es también consecuencia de las políticas de esta administración?
Malas políticas y caída de la inversión minera
Desde hace años, el Fraser Institute de Canadá realiza un estudio anual sobre distintas jurisdicciones mineras en el mundo entero, y determina, sobre la base de una serie de indicadores, cuáles son las más atractivas, competitivas y deseables. En estos estudios, el Fraser Institute divide el atractivo de una jurisdicción en dos componentes: por una parte están los aspectos puramente geológicos, relacionados con los recursos existentes y la ley de los minerales, mientras que, por el otro lado, están las políticas económicas de la jurisdicción en cuestión, incluyendo aspectos impositivos, regulatorios, de conflictividad laboral y certidumbre jurídica. A partir de información proporcionada por empresas internacionales de gran prestigio, el Fraser Institute construye un índice sobre qué países representan, desde un punto de vista de política económica y sectorial, las jurisdicciones más atractivas para invertir.
Y sucede que en este importante índice Chile ha caído en forma sistemática durante los últimos años. Hemos retrocedido en casi 20 posiciones.
En el año 2009, Chile era el tercer país más atractivo para hacer inversiones mineras (esto considera tan sólo las políticas del gobierno, y se abstrae de la calidad de los yacimientos). Sólo éramos superados por algunas provincias de Canadá, y por Finlandia. Este era, desde luego, un lugar de privilegio, al cual habíamos llegado después de enormes esfuerzos y de desarrollar durante muchos años una política estable, razonable y segura respecto del tema de la minería.
Hace unas semanas, el Fraser Institute hizo público su último estudio, correspondiente al año 2016. Chile ya no es un país líder. Según este análisis, hoy en día nuestro país se encuentra en el lugar 20 del ranking. Nos superan naciones como Costa de Marfil, Botswana, Ghana, República Democrática del Congo, Zambia y Perú. Todos ellos tienen políticas -y perspectivas de políticas- que hacen que la inversión minera sea más atractiva que en Chile.
Más de alguien podrá pensar que la razón por la cual estos países están mejor clasificados tiene que ver con restricciones medioambientales o leyes laborales laxas. Sin embargo, este no es el caso, ya que también nos superan países avanzados, donde estas legislaciones son estrictas. Por ejemplo, en esta última versión del estudio canadiense, Chile es superado, entre otros, por Finlandia, Suecia, Australia, Canadá, España, Polonia, Portugal, Irlanda, Estados Unidos y Noruega.
Una conclusión inevitable es que la caída en la inversión minera, a la que hacía alusión el profesor De Gregorio, tiene un importante componente local. Es cierto que el ciclo de las materias primas ha influido, pero no es el único factor, ni siquiera parece ser el más importante. Hace tan sólo siete años, Chile era el tercer país más atractivo del mundo en lo que a políticas pro inversión minera se refería. En un leve lapso, ha caído en más de 15 puestos, un derrumbe que no tiene precedente en la historia moderna de nuestro país.
Hay otras interrogantes: por ejemplo, ¿qué rol ha jugado Codelco en todo esto? Porque resulta que si esta importante compañía deja de invertir, la inversión minera como un todo se verá resentida. Información de la propia minera estatal señala que en el año 2015 su “capex” disminuyó en un billón de dólares (0,4% del PIB). Es evidente, para cualquiera que haya seguido los problemas de Codelco, que esta caída en inversión no fue sólo el resultado del ciclo minero, sino que también tuvo que ver con todas las trabas institucionales que la compañía tiene para poder funcionar en forma eficiente.
Los puntos aquí planteados -la percepción global que el riesgo de invertir en Chile ha aumentado, y las trabas de Codelco- sugieren con claridad que la caída de la inversión minera en Chile es, en parte, de responsabilidad nuestra, de nuestras políticas recientes y de nuestra pobre institucionalidad. Responsabilizar tan sólo al precio del metal no es otra cosa que el refrán donde “el cojo le echa la culpa al empedrado”.