¿Importa, acaso, quién gane las elecciones? Parece mentira, pero ésa es la pregunta que con frecuencia se escucha en distintos círculos, sobre todo en el exterior. Esto surge de un hecho ahora evidente: el contexto internacional, económico y político, experimenta una combinación de incertidumbre, turbulencia y volatilidad creciente, incluyendo la nueva irrupción bélica de Rusia en Siria con objetivos por ahora poco claros. Al deterioro del entorno externo se le suma una comprobación poco original: el legado que recibirá el próximo presidente será sumamente complicado teniendo en cuenta los recursos extremos a los que está apelando el actual gobierno para sostener la ilusión, casi el espejismo, de que todo está relativamente bajo control, fundamentalmente en materia económica.
Como resultado de esta combinación de factores externos e internos, y teniendo en cuenta las restricciones inevitables que enfrentará la próxima administración, muchos observadores entienden que las diferencias entre los potenciales presidentes serán menores frente a los problemas que deberán resolver en el corto plazo.
En efecto, a este ritmo de caída de reservas netas (unos 2 mil millones de dólares mensuales), el próximo presidente tendrá a lo sumo un trimestre para recuperar la confianza y revertir una crisis autoinfligida, fruto del cepo, la decisión de no acordar con los holdouts y la expansión inusitada del gasto público financiada con emisión monetaria. Esto requerirá inevitablemente una modificación de la política exterior, errática y sumamente confrontativa que mantuviera CFK respecto de las principales potencias de Occidente. En este sentido, ya no genera sorpresa aunque sí cierto desconcierto que, en su último discurso ante la Asamblea General de la ONU, hiciera tanto énfasis en asuntos de política doméstica (como el caso Stiuso), ignorando otros asuntos de tradicional interés para la Argentina, como la cuestión Malvinas. Hubo acuerdo en todos los líderes mundiales en la condena al terrorismo, sobre todo a EI. Pero incluso en ese plano, Cristina marcó diferencias, ratificando sus dudas respecto de su sustento financiero (abandonó al parecer la hipótesis de que se trata de un mero invento de Hollywood).
El retorno a una mínima sensatez en materia de política exterior será una condición necesaria aunque no suficiente para que el próximo presidente, sea quien sea, pueda volver a interactuar cooperativamente con los principales países democráticos, eliminando obstáculos en el complejo camino hacia la necesaria estabilización de una economía que hace cuatro años no crece ni genera empleo genuino. Algunos observadores muy informados suponen que se buscará acelerar los desembolsos por parte de los organismos multilaterales, como el Banco Mundial, el BID y la CAF, así como también la asistencia del Bank of International Settlements y el Banco de Francia, para incrementar las reservas del Banco Central. Todo eso requerirá apoyo de (y coordinación con) las grandes potencias. No habrá tiempo que perder: Hasta aquí las similitudes en las cosas que deberían ocurrir independientemente de quién gane las próximas elecciones: la agenda de política económica (los “qué se debe hacer”) serán los mismos. Sin embargo, se comprende que existen matices no menores, y que pueden hacer la diferencia: hay distintas ideas en cómo enfrentar la complicadísima situación que ya existe y que seguramente no habrá de mejorar en los próximos dos meses. Cada uno podrá elegir no sólo la estrategia, sino los equipos con los que asumir tamaña responsabilidad. Naturalmente, se advierten sus peculiaridades y las oportunidades y restricciones que habrán de enfrentar en caso de ganar las elecciones, ya sea en octubre o noviembre. Voluntad política, equipo, consistencia y respaldo.
Pruebas. El primer test consistirá en la voluntad política que muestre el próximo presidente en avanzar en la agenda de reformas. Debe no sólo tener la decisión, sino comunicarla de forma contundente y sostenerla en el tiempo (indefinido) que durará el esfuerzo de estabilización. En este aspecto, hay dudas respecto de Scioli en función de su potencial autonomía, es decir, del poder residual, incluso de veto, que puede retener CFK y los segmentos más leales que capturaron agencias clave dentro del aparato del Estado y de la Justicia. Es cierto que ningún ex presidente fue particularmente importante luego de abandonar el poder, con la excepción de Néstor Kirchner, a expensas precisamente de la autoridad de su esposa. ¿Le aplicará Cristina a Scioli la misma medicina que su marido experimentó con ella? Es espantoso siquiera imaginarlo, pero los múltiples significantes del concepto “Cámpora” alimentan un sinnúmero de hipótesis conspirativas. La clave de este enigma reside en una tensión ya existente pero que se podría profundizar en las próximas semanas y meses: el PJ, representado sobre todo por los gobernadores, se apresta a retomar protagonismo empujando a Scioli a tomar posturas algo más audaces de las que está acostumbrado. Juan Manuel Urtubey se florea por los círculos más representativos del establishment de negocios neoyorquino con un mensaje pro mercado tan nutritivo como inusual. Desde el sciolismo insisten en que ésa es la visión genuina del candidato, pero que por cuestiones de elemental equilibrio es necesario continuar jugando el juego de las ambigüedades con el kirchnerismo duro. Puede que sea cierto, pero los operadores del mercado no tienen demasiado tiempo para interpretar las minucias de la política doméstica, sobre todo cuando se trata de comprender al peronismo.
Mientras que muchos suponen que tanto Macri como Massa tendrían menos restricciones políticas para avanzar en el programa económico, existen con ellos otros interrogantes como el equipo de gobierno, la consistencia de la política económica con el resto de las prioridades, la capacidad para avanzar a pesar de las dificultades y las previsibles protestas. ¿Podrán llegar a las elecciones de 2017 con suficiente apoyo para consolidar la vocación reformadora? Abundan las referencias al Brasil de Dilma, la Grecia de Tsipras, el México de Zedillo y la Argentina de De la Rúa. Nadie le presta importancia alguna al transfuguismo de figuras de cuarto orden, a los oportunistas actos de campaña (pobre Perón: lo metieron entre Agustín P. Justo y la Aduana, un entorno simbólico impregnado de hiperpresidencialismo, fraude y corrupción) y a la triste polémica sobre el “chamuyo” televisado que en las sociedades civilizadas se conoce como democracia deliberativa. Cuestión de fundamentals.
Una versión original de este artículo fue publicada en el diario Perfil el 4 de octubre de 2015.