Aún cuando el próximo presidente sea electo de manera justa y transparente, y podamos evitar así la repetición del bochorno que caracterizó el comicio en Tucumán, el nuevo mandatario deberá consolidar su autoridad y construir su poder a partir de un vínculo mucho más cooperativo, intenso y normal con los gobernadores, fundamentalmente con los peronistas. Representa la manera más efectiva y sustentable de construir gobernabilidad. En los últimos 12 años el aparato y los recursos del Estado fueron utilizados como botín de guerra para generar desde arriba una red de apoyo al proyecto presidencial que difícilmente sobreviva en la dimensión actual luego de que Cristina Fernández de Kirchner entregue en diciembre el bastón de mando. Eso fue posible gracias a la impresionante expansión del gasto público (que se incrementó más de 10% del PBI en términos absolutos, sobre todo en gasto corriente) y a la implementación de políticas extremadamente estatistas e intervencionistas, que crearon un sinnúmero de rentas y cuasi rentas que fueron distribuidas de forma discrecional para cooptar a actores económicos, políticos y sociales. Para el kirchnerismo, gobernar implica gastar mucho, aunque no existan mecanismos de evaluación del impacto de esos programas y casi siempre se derrochen una inmensa cantidad de recursos en la marco de la ausencia de prioridades fundamentadas en una planificación racional, plurianual y estratégica de las metas del gobierno. Pero, como decía la canción que inmortalizó Tanguito, “todo concluye al fin”. Y en este fin del ciclo K, y en el contexto de la inminente pérdida del control del Poder Ejecutivo, ¿qué capacidad efectiva tendrá la actual presidenta de sostener ese enorme aparato de poder, que incluye a los miles de empleados públicos que integran los cuadros del kirchnerismo? El tiempo ha pasado y, con la excepción de algunos movimientos sociales, como la Tupac Amaru de Milagros Sala o el Movimiento Evita que lidera Emilio Pérsico, el tejido de organizaciones sociales autónomas que apoyan el kirchnerismo es hoy endeble y superficial. Y aún estas, reciben ingentes sumas de dinero proveniente del enorme esfuerzo que hacen los contribuyentes por cumplir con sus obligaciones tributarias. ¿Cuán autónomo y sustentable es en efecto el sistema de poder que construyeron los Kirchner desde la cúspide del aparato estatal?
Puede argumentarse que, paradójicamente, la gran fortaleza del kirchnerismo representa ahora su principal debilidad: su absoluta dependencia del dinero público. Se trata, en efecto, de un fenómeno populista enraizado y fundamentado en el Estado y el intervencionismo dirigista, en los riesgos y amenazas que esto tiene para los actores sociales, en las ventajas que de esos resortes de poder saben sacar quienes desconocen la importancia de fomentar la inversión privada como motor del desarrollo. Por eso, surgen muchas dudas sobre la capacidad de sobrevivir políticamente con autonomía del liderazgo presidencial, en un entorno más autónomo y alejado de las ventajas que otorga estar en el poder. El hecho de que la autoridad de la actual mandataria tienda gradualmente a reducirse como resultado de estas elecciones y del consecuente cambio en el liderazgo y las prioridades de política pública, no implica necesariamente que el próximo presidente herede sus atributos y condiciones.
El nuevo balance de poder que emergerá de las urnas será muy distinto al que predominó durante la era K. Sobre todo, en relación a la capacidad efectiva que tendrá el próximo titular del Ejecutivo para continuar utilizando los resortes del hiper presidencialismo para acumular poderío formal e informalmente y así, disciplinar a los actores políticos y sociales. Por el contrario, el ganador de esta larga y pesada carrera electoral se verá obligado a reconstruir un sistema de acuerdos en el cual los gobernadores tendrán un rol primordial. En un país con un sistema político mínimamente funcional y estable lo que podrían hacer los partidos políticos (canalizar, ordenar y priorizar las demandas de los ciudadanos y tratar de responderlas con programas de política pública) deberá estar en manos de gobernadores y de algunos intendentes. Es cierto que el federalismo funciona muy mal y que es necesario repensar seriamente la relación entre la Nación y las provincias. Y también es cierto que muchos intendentes se han en la práctica convertido en mini gobernadores por la importancia demográfica y política de sus distritos. Pero lo importante es destacar que la territorialización de la dinámica política, un proceso que gradualmente fue redefiniendo los contornos básicos de nuestro sistema político en las últimas décadas, les otorga a estos líderes provinciales y locales un protagonismo fundamental. En primer lugar, para facilitar las mayorías necesarias en el Congreso a los efectos de implementar un programa lógico estabilización económica. En segundo lugar, para contener y administrar las reacciones y demandas que habrán de surgir como consecuencia de esas reformas. En suma, los líderes provinciales y locales serán un resorte fundamental para mantener la gobernabilidad, sobre todo en los grandes distritos urbanos.
Muchas veces son vistos como parte del problema. La Argentina los necesita como una parte central de la solución. Y el peronismo, con sus contradicciones y su heterogénea y cambiante cultura política, puede darle algo de orden a esa potencial turbulencia en la que puede entrar el país cuando el próximo presidente decida afrontar con realismo la agenda de problemas que sin solución de continuidad se han ido acumulando en estos años de inédita indisciplina monetaria y fiscal.
Una versión original de este artículo fue publicada en el diario La Gaceta el 26/9/15.