Esta semana murió Ben E. King, cantante que se inició en la década de los cincuenta como integrante de The Drifters, pero cuya fama mundial la conseguiría 10 años después con su famoso tema “Stand by Me”. Tratándose de una de las cinco canciones más tocadas en la radio el siglo XX, y cuyas múltiples versiones congregaron a compositores como John Lennon, Mickey Gilley, Maurice White o Prince Royce -en lo personal, mi favorita es la múltiple interpretación de “Playing for Change”, con Grandpa Elliot como uno de sus protagonistas- esta canción se transformó en un himno para acompañar a quienes se sentían desamparados y vulnerables.
Traigo esto a colación, ya que por estos días algunos han recordado cómo Michelle Bachelet logró sortear la grave crisis económica mundial durante su primer gobierno, lo que entre otras cosas significó disparar su popularidad hasta niveles que no conocíamos desde que tenemos registros. Y aunque muchos asignan gran responsabilidad a quien fuera su ministro de Hacienda, Andrés Velasco, por la forma como éste y su equipo afrontaron la tormenta, creo que fue algo más profundo lo que detonó ese punto de inflexión.
Empeñada por esos días en su concepto de la protección social, la Presidenta de la República dirigió la implementación de varias políticas públicas cuyo propósito fue acompañar y auxiliar a personas que vivían una situación objetivamente injusta. Dicho apoyo y mayor seguridad se hizo carne, pasando de la teoría a la práctica, al evidenciarse las posibles consecuencias de la crisis económica, contribuyendo a una sensación de amparo y resguardo que rápidamente se extendió en la mayoría de la población. De esa manera, no importaba cuán dura fuera la tempestad si teníamos un lugar para refugiarnos y confortarnos.
Pero quizás lo ocurrido este primer año de su segunda administración fue al revés. Pese al amplio y mayoritario acuerdo en torno a la necesidad de reformas estructurales, la manera en que éstas técnicamente se diseñaron, comunicacionalmente plantearon y políticamente discutieron, generó incertidumbre y resistencia en muchas personas. De pronto Bachelet se hizo irreconocible, una mujer más distante y menos comprometida, que dejaba hacer sin importar mucho las quejas de los ciudadanos y la opinión pública, cuyos silencios incluso lesionaron gravemente su imagen cuando se cuestionó el comportamiento ético de su familia y colaboradores más cercanos.
Hoy afrontamos una severa crisis política. La forma en que Bachelet ha asumido personalmente el liderazgo en esta cruzada por la reconstrucción de la confianza, pudiera ser una gran oportunidad para volver a generar un quiebre. En efecto, el profundizar y hacer más solvente nuestra democracia, regulando la relación entre lo público y lo privado, para así devolvernos el necesario respeto que los ciudadanos debemos tener por nuestras instituciones, es el más significativo legado que podría dejar su gobierno, junto con reivindicar su figura, y así sentirla nuevamente a nuestro lado.