@MelendezMarcela
En Colombia los partidos políticos no están armados sobre una visión de sociedad compartida que los cohesione como colectividad. Los contenidos programáticos de las campañas, en general, no van precedidos por un acuerdo básico sobre esa visión de sociedad y están al vaivén de posturas o visiones individuales que a veces son incluso contradictorias entre sí.
Los grupos que respaldan la reelección de Santos cubren el espectro casi completo de izquierda a derecha. El 14 de Mayo amanecimos con la noticia de que Gustavo Petro y (parte de) los Progresistas apoyarían al Presidente Santos en su búsqueda de la reelección. El 15 de Mayo, con el anuncio de que Cesar Gaviria sería su jefe de campaña. ¿Por qué es posible una alianza como esta, entre gente que no comparte una visión acerca del curso que debe seguir la política pública? Una explicación posible es que los une simplemente el deseo compartido de gobernar. Otra explicación un poco menos simple, es que comparten visceralmente la misma percepción de riesgo frente a un mal mayor, donde no importa tanto la visión que se tenga sobre el rol de los mercados, sobre la apertura económica, o sobre el curso adecuado de la política social. Donde lo que importa asegurar es que en Colombia se construya alrededor de la idea de una sociedad en paz y no se validen, con la elección de Oscar Iván Zuluaga y el empoderamiento a Alvaro Uribe, los métodos de la extrema derecha que irrespetaron durante dos períodos consecutivos de gobierno algunos de los derechos más fundamentales de la ciudadanía, como el derecho a disentir.
Es patético que nuestra decisión acerca de quien gobernará a Colombia deba tomarse entre visiones de país y mapas de ruta tan desdibujados, y que sea el miedo por un mal peor lo que nos impulse a apoyar la reelección de Juan Manuel Santos. No quiero votar de esa manera.
He hecho un esfuerzo por rescatar los mayores aciertos del gobierno de Santos. Aquí va mi lista:
- Organizó de manera impecable y con un buen equipo, la negociación de un acuerdo con las FARC para detener la guerra en Colombia y gracias a esto hoy existe la esperanza de poder empezar a trabajar por una sociedad en paz.
- Devolvió al país la institucionalidad perdida bajo el gobierno anterior, acatando desde el ejecutivo las decisiones de las cortes y respetando su independencia.
- Cambió de manera radical el tono de las relaciones internacionales de Colombia. La cancillería de María Angela Holguín sacó al país de las rencillas innecesarias con los vecinos más cercanos que fueron el día a día del gobierno de Uribe. Es una pena el tema del conflicto con Nicaragua, pero tuvimos 4 años de una gran Canciller.
- Tuvo continuidad en el manejo macro. Mauricio Cárdenas continuó el trabajo iniciado por Juan Carlos Echeverry en el Ministerio de Hacienda y pasó la reforma tributaria más importante que hemos tenido en mucho tiempo. No es perfecta, ni suficiente y su implementación ha sido espantosa, pero está pensada en la dirección correcta en al menos tres direcciones: reduce la carga parafiscal, elimina exenciones tributarias y busca que los más ricos paguen más.
- Tuvo 4 años al frente de la DIAN a un tipo del talante de Juan Ricardo Ortega, que dedicó sus horas a limpiar, limpiar y limpiar, con riesgo de su vida y grandes resultados.
- Juan Camilo Restrepo lideró una iniciativa de restitución de tierras que ha encontrado mil trabas en el camino, pero era pendiente y necesaria.
- Separó el Ministerio de Protección Social en dos, el Ministerio de Salud y el Ministerio de Trabajo y esto era necesario para retomar actividad en áreas que habían quedado abandonadas durante el período en el que los dos temas se asignaron a un sólo ministerio.
Del lado malo, hubo una rotación de cabezas lamentable en áreas claves bajo su mandato de cuatro años: tres Directores de Planeación, tres Ministros de Minas y Energía, tres Ministros de Agricultura, tres Ministros de Transporte, dos directores de la Agencia Nacional de Infraestructura y tres directores del SENA. Unos sin duda mejores que otros, pero todos enfrentados a tiempos muy cortos para materializar algo sustantivo, y con grandes bandazos de dirección, porque como no hay posturas de gobierno sino posturas individuales, cada nuevo funcionario llega al cargo, aprende un poco y decide el rumbo. Y entonces los cambios de cabeza son como si fueran cambios de gobierno. Una de las bondades de la reelección de Santos sería por ejemplo asegurar que Gina Parody pudiera completar la tarea que viene intentando adelantar desde comienzos de 2013 en el SENA (mi voto subjetivo para Santos sería por la continuidad de su equipo en el SENA).
Y hubo algo terrible durante el gobierno de Santos, que es la manera de encarar los paros campesinos, que deja a Colombia amarrada con una visión de política de desarrollo rural asistencialista y decidida a ignorar las fuerzas del mercado, con un costo potencial altísimo para el mismo desarrollo rural y para los campesinos.
Repartir platas y puestos para pasar reformas no es una práctica exclusiva del gobierno de Santos; uno puede pensar que es necesario trazar con claridad las líneas que no deben cruzarse, y que tal vez en algunos frentes a este gobierno le faltó hacer eso, pero no creo que haya un sólo gobierno del mundo que gobierne sin hacer transacciones políticas. No creo que estas prácticas y la corrupción hayan sido peores en el gobierno de Santos que en otros gobiernos y no creo que existan medidas objetivas que soporten las acusaciones que se hacen en este sentido a Juan Manuel Santos. Me preocupa más bien, qué tantas peleas verdaderas, además de la pelea por la negociación de un acuerdo de paz, estaría dispuesto a darse Juan Manuel Santos en un segundo período de mandato. Qué tan claro tiene el rumbo, una vez que se firme la paz.
Pero mi balance de gobierno hasta aquí es más bueno que malo y creo que con el reto de dejar armado el país para el pos-conflicto, sin la necesidad de planear la reelección, y con una buena dosis de autocrítica, Juan Manuel Santos tendría todo a favor para lograr un buen segundo período de gobierno.
¿Sería distinto Enrique Peñalosa, el político más despreciado por el electorado colombiano? En algunos frentes, posiblemente.
Creo que a Enrique Peñalosa le pasa en buena medida lo mismo que a Santos: su candidatura surge en un partido que tampoco tiene una visión cohesionada de país y de política pública; sus propuestas programáticas también recogen más posturas individuales que posturas de partido, y en las que ha habido un intento por recoger posturas de partido, como en la posición frente a los tratados de libre comercio, lamentablemente lo que ha prevalecido es la postura ideológica de algunos segmentos por encima de la discusión objetiva.
Además de que, como Santos, está convencido de la necesidad de parar la guerra, Peñalosa tiene al menos tres cosas que me gustan: una preocupación profunda y verdadera por lograr una sociedad más igualitaria, revelada en la práctica por las cosas a las que dio prioridad durante su paso por la alcaldía de Bogotá; la capacidad demostrada por conformar equipos de primer nivel priorizando perfiles por encima de razones políticas; y la decisión de dar las peleas necesarias, así eso signifique echarse en contra a los grupos más poderosos del país. No es gratuito que entre su equipo programático se encuentren personas tan valiosas como Daniel Mejía o Juan Fernando Vargas – sangre joven y educada que quiere un país distinto.
El país no-uribista no le perdona a Peñalosa haber aceptado el apoyo de Uribe en la última elección a la alcaldía y a él le ha costado desmarcarse de esa “alianza” con la extrema derecha y que el país se acuerde que él es otra cosa. Quien sabe cómo le cobrará la derecha a Germán Vargas por aceptar el apoyo de Gustavo Petro. Mi sospecha es que esa factura de cobro no será tan fuerte como la que se le ha pasado a Enrique Peñalosa. Peñalosa es un político muy torpe, pero un gran candidato y sería un gran gobernante. Es una pena verlo caer en las encuestas de intención de voto.
¿Y Clara López? A mi del Polo Democrático me cuesta sobre todo el respaldo a la Anapo y a Samuel Moreno en su paso por la alcaldía de Bogotá, más allá de algunos desacuerdos fundamentales con la visión de política pública de las voces más salientes de la izquierda tradicional colombiana. Pero puedo reconocer en Clara López a una persona íntegra y preparada, que llegaría al gobierno con un compromiso verdadero por el país. Creo que un gobierno suyo aseguraría el respeto por los derechos fundamentales en Colombia.
Dicen que los pueblos tienen los gobiernos que merecen. El próximo domingo sabremos qué elige Colombia entre la paz y la guerra, y sobre todo sabremos si se validan en las urnas los métodos de la extrema derecha que violentaron durante ocho años el derecho a disentir, e instauraron el “todo vale”, llevando a la segunda vuelta a Oscar Iván Zuluaga. Espero que no. Sea cual sea la decisión, espero que Colombia elija entre Juan Manuel Santos, Enrique Peñalosa, y Clara López y que desaparezca la posibilidad de que vuelva a gobernar en nuestro país la derecha de Alvaro Uribe (me parece que Marta Lucía Ramírez no tiene suficiente distancia con el Centro Democrático para ser una opción posible).
Quiero un país distinto para mis hijos, que crea en la necesidad apremiante de defender los derechos fundamentales y que tenga un norte moral más claro.
A manera de corolario: vi con fascinación “Borgen”, la serie de televisión danesa que cuenta sobre la mecánica de la política en el seno del parlamento de Dinamarca. Habla de un mundo en el cual se hacen las transacciones políticas necesarias, a veces a un costo muy alto, pero también de un mundo en el que existen posturas que se defienden contra todo; que jamás se negocian: partidos que tiene una lista, aunque sea corta, de cosas en las que creen, que los diferencian entre sí y ante el electorado. Son partidos que han tenido que elegir entre posturas que son incompatibles y que buscan el respaldo de un electorado que comparta sus elecciones: o se cree en defender las libertades individuales, como el derecho al aborto, o no se cree; o se cree en cobrar impuestos a los ricos o no se cree; o se cree en proteger a ultranza el medio ambiente o no se cree; o se cree en la apertura comercial o no se cree; o se cree en vincular al capital privado a la provisión de servicios o no se cree; o se cree en la gratuidad de la educación y la salud o no se cree. Estos son sólo algunos ejemplos de decisiones necesarias. Claro, es cierto que Dinamarca es un país con un nivel medio de educación más alto, donde los ciudadanos entienden el valor de su derecho al voto. Pero tendríamos que ir andando en esa dirección y es necesario comenzar por algún lado.
Causa gracia y al mismo tiempo asombro ver tanta ingenuidad: «que los ricos paguen más», en esa prédica malsana nacida de la envidia y la confusión propias de la izquierda. Los ricos deberían pagar en la misma proporción que los pobres, y en ello su contribución sería mayor, punto y aparte. Pero creer que una sociedad justa se construye castigando a quienes generan más riqueza es una ilusión. Quieren cobrarle más a los ricos, ignoran entonces que entre ellos se cuentan los mismos políticos, los que tienen mil formas de evadir el discursillo y las acciones de los «redistribuidores», tanto como el poder del narcotráfico al cual se asocian. Por otro lado, si los auténticos productores de riqueza son las víctimas de la renovada voracidad fiscal los impuestos, como siempre ocurre, los terminarán pagando los trabajadores. Recortar la rentabilidad es amenazar las fuentes de trabajo.
¿Peñalosa cae en las encuestas? No puedo dejar de alegrarme si es que entre sus preocupaciones se encuentra aquella de alcanzar «una sociedad más igualitaria». Me pregunto en qué momento se sustituyó el principio de igualdad ante la ley por la peregrina idea de que los politicos deben lograr la igualdad por medio de la ley; vale decir, a fuerza de medidas empobrecedoras que atentan contra la inversión y la formación de capital mientras acostumbran a quienes designan como «más vulnerables» a vivir de las dádivas asistencialistas. No necesitamos otra igualdad que no sea la de considerarnos iguales ante la ley, y la ley ha de respetar la vida, la libertad y la propiedad.
Jorge,
Colombia es el segundo país más desigual de América Latina. De lo que se trata es de asegurar la igualdad de oportunidades. Es una necesidad apremiante en una sociedad polarizada y en guerra donde una proporción grande de la población tiene determinado lo que puede conseguir en la vida por sus circunstancias al nacer y no depende de su propio esfuerzo.
Colombia tiene además un sistema tributario muy poco progresivo porque los más ricos, que derivan su ingreso de dividendos, simplemente no pagan impuestos.
Tus comentarios pueden ser válidos en otros contextos, pero claramente hablas de una realidad que no conoces.
Estoy de acuerdo contigo Marcela. América Latina es de las regiones más desiguales. Para el caso de Colombia, se le agrega que la baja movilidad social hace que la desigualdad se acentúe aun más. Sin embargo, es válida la postura de Jorge en la medida en que se interroga lo que hay detrás del lema «Una sociedad más igualitaria»
María. Por supuesto, detrás de los lemas repetidos hasta el hartazgo por la clase política, y por aquellos que los secundan desde centros de poder y claustros universitarios, está nada menos que la conveniencia… de los propios políticos. Porque los deseos a veces pueriles de una sociedad más igualitaria son la puerta de entrada a un cúmulo de pretensiones que convienen solamente a quienes ejercen el poder. Cuanto más chilla la opinión pública contra la desigualdad, más prerrogativas han de disfrutar los gobiernos, más posibilidades de intervenir (siempre en nombre de los más pobres), de crear regulaciones (y de vender a buen precio las vías de escape), de engrosar las arcas del estado y también sus propios bolsillos, de reclutar voluntades a cambio de dádivas a costa de los contribuyentes.
Un peligro demasiado grande para la libertad, y por ende para la prosperidad es un pueblo dependiente que lloriquea por más intervenciones. Un pueblo libre ni siquiera se acuerda de la política puesto que está muy ocupado en sus propios asuntos.
No existe tal igualdad de oportunidades, y nunca podrá haberla puesto que cada individuo es único y está determinado por sus propios valores, los que asimila del entorno y sus elecciones diarias. Lo que hace la política, eso dalo por seguro, es destruir oportunidades al tiempo que dice crearlas. Si pretendemos -en lo cual coincido- que las circunstancias al nacer no sean un destino inexorable, tenemos que recurrir nada menos que a la libertad, liberalización en todos los ámbitos: en la ley laboral, en el comercio exterior, en la posibilidad de emprender y disfrutar del esfuerzo propio. La movilidad social es un signo de las sociedades libres, que construyeron su prosperidad con un sistema de libre empresa, mucho antes que llegaran los charlatanes del socialismo a montar su esquema de parasitismo, antes de que los estados de bienestar empezaran a cargar de impuestos y «responsabilidades sociales» a quienes arriesgaban su capital. Para concluir mi respuesta podría decir: no me interesa la desigualdad porque no soy envidioso… ¡Saludos!
Jorge Contartesi no entiende la complejidad de la sociedad. La superioridad otorgada por él a la frase «igualad ante la ley», lo deja afuera de cualquier posibilidad de comprensión del tema. Qué bueno que no es envidioso, esa por lo menos es una gran cualidad.
Marcela, interesante la columna y suscribo varios puntos que esgrimes de aciertos del gobierno Santos. Considero que los partidos políticos reflejan en alguna medida la personalidad cultural e ideosincracia colombianas, somos poco cooperativos, minimamente solidarios y como sociedad entendemos de formas diversas la prosocialidad y la gobernanza comun. No hemos sido capaces de construir una imagen de país comun a todos, con matices obviamente, pero una «comunidad imaginada» (B. Anderson 1983) donde quepamos todos que vaya más allá de un juego de futbol de la seleccion nacional. Creo que en el equipo negociador faltaron viíctimas y representacion de las comunidades de las áreas de mayor influencia del conflicto, ya que no es un pacto entre Gobierno-Insurgencia, sino un acuerdo para acabar el conflicto interno. La complejidad del concepto igualdad-equidad yo la encuadro en la metáfora siguiente:
Igualdad: El mismo lugar asignado para ver un espéctaculo a personas de diferente estatura, naturalmente los más bajitos van a sufrir para disfrutar del espectaculo.
Equidad: De acuerdo a la estatura del individuo se asignan diferentes lugares para que todos tengan el mismo angulo de vision y escucha del sonido del espectaculo.
Por último creo que plantear un dilema ambiguo entre guerra y paz es abiertamente Santista, respeto tu postura aunque no la comparto.
Diego, gracias por tu reflexión. Sobre el dilema entre la guerra y la paz, creo que hay posturas claramente divergentes entre los candidatos a la presidencia sobre la conveniencia de un acuerdo negociado vs el fin del conflicto armado por la vía de la exterminación de la guerrilla. A eso me refiero. Yo creo que la vía no es la de la guerra y eso restringe mi abanico de elecciones posibles.
Sobre las definiciones de igualdad y equidad, tal vez te interese esta lectura: http://bit.ly/Re9gQn. Es un diagnóstico sobre igualdad de oportunidades y resultados en Colombia e incluye una discusión sobre la definición de equidad.
[…] que en este caso, ese es Santos. Y lo creo por las razones económicas que Marcela Meléndez da aquí, sumadas a lo racional que es elegir el fin del conflicto armado sobre su continuación, […]