La pobreza es un concepto basado en el hogar. Para su cálculo se hace una suma de los ingresos de todos los miembros del hogar, tanto los laborales como los no laborales (pensiones, transferencias, bonos, rentas, etc.), y tanto en efectivo como en especie. Algunos de tales ingresos seguramente están contabilizados mensualmente, otros semanalmente y otros diariamente. Para este cálculo, se convierten todos los ingresos a su equivalente en ingresos por día. Luego se divide el total de ingresos diarios del hogar entre el número de miembros y si tal ratio está debajo de cierto punto de corte (por ejemplo, 6.85 dólares por persona), se dice que el hogar es pobre. En tal caso, todos los miembros del hogar son considerados pobres, sin importar si son niños o adultos, hombres o mujeres.
La breve explicación del párrafo previo permite comprender porque los hogares con niños tienden a mostrar mayores tasas de pobreza que los hogares sin ellos. Son miembros de hogar que generalmente no aportan ingresos, pero aumentan el denominador en el cálculo del ingreso diario per cápita del hogar. ¿Y que nos dice la explicación previa para el análisis de género? Si asumimos que hombres y mujeres están igualmente distribuidos entre los hogares de un país, no deberíamos encontrar diferencias de género en las tasas de pobreza. Pero lo que llama la atención es que si las hay. Munoz Boudet y otros (2018) documentaron esto para diversas regiones del mundo con datos de alrededor del 2010, y más recientemente, con colegas del Banco Mundial, estamos revisitando el análisis para América Latina y el Caribe con resultados que no son alentadores. En nuestra región la brecha de género en pobreza ha estado aumentando en la década pasada.
¿Cómo es esto en el Perú?
Nuestro país es un caso sintomático de lo que viene sucediendo en América Latina y el Caribe. En el año 2000 tal brecha era nula, en los años 2001, 2002 y 2003 ella comienza a aumentar y ya para el 2022 la brecha es marcada, especialmente para las personas entre los 20 y 40 años. En un caso extremo, en 2022, para las personas en el rango de edades de 30 a 34 la brecha alcanza 11 puntos porcentuales (la tasa de pobreza entre hombres es 26 y la tasa de pobreza entre mujeres es 37). ¿Es este un efecto de la pandemia? La data parece decirnos que no. Las brechas que se encuentran en 2018 y 2019 ya eran casi tan grandes como la de 2022.
Figura 1: Perú. Tasa de pobreza de hombres y mujeres según edad (Línea de pobrezaUS$6.85 2017 PPP)
Fuente: SEDLAC (CEDLAS y Banco Mundial).
Nota: Se utiliza la línea de pobreza de US$6.85 por día por persona (2017 PPP)
El rango de edades en los que la brecha de género en pobreza es más marcada llama la atención. Este es un periodo en el que la productividad laboral de hombres y mujeres, y por lo tanto sus salarios, son altos, pero al mismo tiempo este es un periodo fecundo en el ciclo de vida de las personas. Para algunas mujeres las responsabilidades de cuidado parecen estar limitando su potencial. Al respecto, hay unos datos adicionales a tomar en consideración. Entre las personas pobres mayores de 20 y menores de 40 años, el 17% de las mujeres reportan estar separadas o divorciadas, mientras que esto solo sucede con 2% de los hombres. El 67.3% de mujeres vive en hogares en los que hay al menos un niño menor de 6 años, pero esto pasa solo con 61.5% de los hombres. Esto luego se traduce en menores oportunidades y resultados laborales. El porcentaje de hombres ocupados supera por 30 puntos porcentuales al porcentaje de mujeres ocupadas y, entre aquellos ocupados, el salario promedio de los hombres es casi el doble del salario promedio de las mujeres.
Como se señala en la reciente evaluación de la pobreza y equidad en el Perú del Banco Mundial, “las persistentes brechas de género en el mercado laboral limitan los resultados económicos y el bienestar social”. Y con ello, “las dificultades que enfrentan las mujeres para acceder a oportunidades económicas tienen repercusiones negativas en la pobreza monetaria”. En particular, véase el gráfico 24 de “Resurgir fortalecidos: Evaluación de Pobreza y Equidad en el Perú” ilustrando este problema.
Qué se puede hacer (y qué no se debe hacer)
Aquí tenemos un claro argumento en favor de una mejor política de cuidados, especialmente para este segmento de la población de mujeres pobres en el pico de su edad productiva y reproductiva. Además de la identificación de la necesidad y de la población objetivo, hay otras preguntas de política pública que debemos hacer para un buen diseño de las intervenciones que se necesitan: ¿Cuánto costarían las soluciones que se propongan? ¿Quiénes deberían pagar por tales intervenciones? ¿Qué incentivos generarían estas intervenciones en otros agentes de la sociedad?
Un análisis detallado de esas preguntas ayudará a evitar errores recientes de políticas públicas en países vecinos. Por ejemplo, las leyes que establecen que las empresas grandes y formales deben proveer servicios de cuidado de menores para sus trabajadores han demostrado ser poco efectivas y generar efectos no deseados. Son poco efectivas porque generalmente las mujeres pobres a las que se pretende beneficiar no acceden a empleos formales en grandes empresas. Al respecto, hay barreras mayores que atender en materia de educación e intermediación laboral. Por otro lado, generan efectos no deseados porque la evidencia indica que la reacción racional de las empresas frente a legislación como esta es la de reducir su contratación, o los salarios, especialmente para las mujeres jóvenes.
Por último, un buen diseño de políticas de cuidado debe reconocer que en América Latina y el Caribe estamos envejeciendo y la tasa de dependencia está cambiando. En un futuro cercano tendremos más adultos mayores con necesidad de cuidado. La oferta de servicios de cuidado que necesitemos deberá ajustarse pronto a nuestra realidad demográfica.