Visiones de la Argentina: ¿dónde estamos? ¿a dónde vamos?

Esta es una de las tres ponencias del panel de economistas, Visiones de la Argentina: ¿dónde estamos? ¿a dónde vamos? formado por José Luis Machinea, Pablo Guidotti y Andrés Neumeyer, que se realizó en la Universidad Di Tella el 15 de abril de 2013 como parte de la semana de festejos académicos Di Tella Celebra en ocasión de la inauguración del Campus Alcorta.

Al intentar caracterizar la situación actual de la economía argentina recordé un artículo de Adolfo Canitrot de 1975, en el que argumenta que una de las características del populismo ha sido el intento de mejorar la distribución del ingreso a través de aumentos de los salarios reales, proceso que suele estar acompañado por incrementos del gasto público.  El objetivo es bienvenido pero, como Adolfo argumenta, esas políticas no logran generar un crecimiento sostenible, en especial considerando los instrumentos que suelen utilizarse. Por ejemplo,  para aumentar el salario real  se recurre a  grandes aumentos de salarios nominales y al control de ciertos precios de especial relevancia en el consumo de los trabajadores: alimentos, tarifas de los servicios públicos, alquileres (en el primer peronismo)  y, en última instancia, una canasta de precios industriales. [1] El intento de controlar el precio de los alimentos se suele materializar a través de políticas tales como el atraso relativo del tipo de cambio, los impuestos a la exportación (IAPI o retenciones) y los subsidios a ciertos insumos.

A su vez, el aumento del gasto público suele ser financiado con un aumento de los recursos, una apropiación de recursos ajenos (excedente de la seguridad social en los 50 o la expropiación de los fondos de pensiones en 2008) y, finalmente, mediante la emisión monetaria.

Decía Adolfo que las consecuencias de esas políticas eran un fuerte aumento de la demanda que llevaba la economía cerca del pleno empleo, momento en el cual aumentaba la inflación y aparecía el estrangulamiento del sector externo motivado por el aumento de las importaciones y el lento crecimiento de las exportaciones. A eso se unía un bajo nivel de ahorro e inversión, en especial en infraestructura. El resultado era la desaceleración del crecimiento y, en muchos casos, la caída en el nivel de actividad económica. Sobrevenía el momento en el que la alianza empresarios industriales-trabajadores, que era inicialmente el soporte político del “modelo”, comienza a deteriorarse.

Cualquier paralelo con la situación actual es pura realidad. Claro está que los tiempos y la intensidad con que se manifiestan esos hechos varia en consonancia con circunstancias especiales. En particular, durante la última década, la gran capacidad ociosa existente en 2003 demoró la llegada de la inflación hasta 2007. A su vez, la restricción externa tardó más tiempo en hacerse sentir (2011),  como resultado de los mejores términos del intercambio del país en el último siglo. Poco antes de que la restricción externa se hiciera presente, el déficit fiscal y los crecientes vencimientos de deuda requirieron de una creciente utilización de las reservas internacionales y de las transferencias al Tesoro que efectuó el Banco Central. Por su parte, la falta de inversión en infraestructura comenzó a manifestarse, además de en trágicos accidentes, en el deterioro de la competitividad y el virtual colapso del sector de la energía.

Es interesante mencionar que así como los términos de intercambio demoraron la aparición de la restricción externa, la incompetencia del gobierno la adelantó. En efecto, sin el desastre en el área de la energía, que generó un deterioro de 12.000 millones de dólares en el balance de comercial en comparación con 2007, todavía tendríamos hoy un leve superávit en la cuenta corriente sin necesidad de restricciones en el mercado de cambios.

Enfrentado al aumento de la inflación, la ausencia de inversión y la restricción externa, el gobierno reaccionó nacionalizando YPF y aumentado los controles de precios y de cambios.  Interesante el contraste con la segunda presidencia de Perón, en el que el programa antiinflacionario de Gómez Morales en 1952 significó una rectificación de la política previa y una fuerte disminución de la inflación. Poco más tarde Perón alentaba la inversión extranjera para aumentar la producción de petróleo. Donde no se registran diferencias entre ese entonces y la actualidad es en las políticas vinculadas con el sector externo: restricción de importaciones y control de cambios, cuya intensidad aumenta con el desequilibrio en la cuenta corriente.

Es el momento de preguntarnos por el futuro, por alguna hipótesis de futuro. Con una actividad económica anémica como la actual no creo que haya aceleración de la inflación en los próximos meses, aunque si la cantidad de dinero y el gasto público siguen creciendo al 35% terminarán impactando en el “dólar blue”, las expectativas y eventualmente los precios.

No espero que hasta las elecciones el gobierno haga nada muy distinto que lo que está haciendo. ¿Y después? Posiblemente tampoco. Hay dos razones para ello: la incapacidad para reconocer los problemas y la incapacidad de afrontar los costos políticos de corto plazo si tomara algunas medidas para resolverlos, incluyendo la dificultad para adaptarlos al “relato”.

¿Cuán difícil es salir de esta situación? No es sencillo, pero tampoco es tan difícil, aunque si se sigue aumentando las distorsiones, destruyendo instituciones y fracturando el sistema político cada vez será más complicado.

¿Qué se requiere? Primero, un contexto externo que no empeore y que por lo tanto siga manteniendo elevados los precios de los bienes primarios (aunque seguramente estarán por debajo del primer semestre de 2008 y 2011) y una abundante liquidez. Europa mediante, es un escenario bastante factible. Segundo, restablecer ciertas reglas del juego (instituciones). Tercero, poner en marcha un programa antiinflacionario. Cuarto, la manera de corregir la inédita distorsión de precios relativos en algunos servicios públicos debe hacerse con políticas graduales durante varios años, incluyendo políticas específicas para los sectores de menos recursos. Además, serán necesarios precios cercanos a los de mercado para las nuevas inversiones (precios marginales), mientras se ajustan los precios promedio de manera gradual. Quinto, los problemas de las cuentas públicas requieren alguna corrección en el nivel de gasto público y reducir algunos impuestos distorsivos mientras se amplia la base del impuesto a la renta. Necesario, pero no urgente.

¿Y el tipo de cambio? El déficit en cuenta corriente sin control de importaciones y de cambios, no debería ser más de 2% del producto (sin contar el stock acumulado). No muy distinto del de otros países de América Latina que hoy se financian en el mercado de capitales, aprovechando el fuerte desendeudamiento de la última década y la abundante liquidez. Eso significa que en situaciones algo más normales la macroeconomía no requeriría  una gran devaluación. Sin embargo, si las distorsiones se agudizan en los próximos meses, el ajuste del tipo puede ser mucho mayor. Sin llegar a algo semejante a Rodrigo en 1975, porque el contexto externo es muy distinto, podría haber ajustes considerables.

Este es un análisis basado en los equilibrios macro de corto plazo. Pero la enfermedad holandesa acecha, por lo que desde la óptica del crecimiento es conveniente mantener un tipo de cambio más devaluado que el que soluciona los equilibrios macro de corto plazo. Esa no es una tarea sencilla como muestra la experiencia de la región, pero al menos no tiene, como en el pasado, grandes efectos colaterales en la hoja de balance de las empresas. En todo caso, lo peor es ignorar el problema y mantener una política deliberada de atraso sistemático del tipo de cambio real como se observa en la actualidad.

¿Alcanza con la macro, mejores instituciones y una mayor inversión en infraestructura para desarrollarse, es decir para crecer con equidad? Estoy convencido de que no; todo ello es necesario pero no suficiente. Solo cabe destacar que cuando se habla de instituciones es imprescindible enfatizar las reglas del juego y los derechos de propiedad, pero la visión institucional debe también incluir cosas tales como la  defensa del consumidor y de las instituciones de la protección social.

A ello es necesario agregarle la necesidad de priorizar la innovación que, por cierto, va más allá de crear un ministerio de ciencia y técnica. Lo que se requiere es una verdadera revolución cultural que ponga a la innovación en el centro de la agenda de desarrollo. Una agenda que mejore la interacción entre universidades y empresas y cambie los incentivos de los investigadores universitarios. Es justo reconocer que en los últimos años hay cambios que van en el sentido correcto, pero es bueno tener en cuenta que el mundo avanza a mayor velocidad, por ejemplo en el aumento de los gastos en investigación y desarrollo y en las patentes.

Ahora bien, el proceso no es espontáneo, y mucho menos si la base productiva son los servicios y los bienes primarios y no la manufactura de media y alta tecnología. Los ejemplos de los países desarrollados con una fuerte estructura primaria nos muestran que sostener la innovación requiere de una mayor presencia del Estado, en muchos casos para estimular la iniciativa privada.

Es en este ámbito donde cobra valor una estrategia de mediano y largo plazo. En las últimas décadas pocos países han podido cerrar la brecha de ingresos de los países más ricos del mundo, sin una visión estratégica nacional a mediano y largo plazo; es decir, sin haberse imaginado y consensuado dónde y  cómo posicionar la economía y la sociedad 5-10-20 años adelante. Las estrategias son más robustas cuando se dan en el marco de una alianza  público-privada, ya que ello conduce a estrategias más inteligentes e inclusivas  con plena movilización de las capacidades nacionales y permanencia en el tiempo.

Esa estrategia tenderá a priorizar, en el margen, sectores y actividades. Por ejemplo, en la Argentina es evidente que se requiere de una estrategia de sustitución de exportaciones de productos primarios hacia otros de mayor valor agregado, o pasar del agro a la agroindustria masiva. Para ello, existe una base empresaria local con experiencia y  presencia de  en el interior, las tecnologías están disponibles y la materia prima existe en cantidad y calidad; se requiere realinear los incentivos y la institucionalidad a favor de esa estrategia.

Pero éste y otros temas del desarrollo necesitan una consideración más detallada. Aquí sólo quisiera poner de manifiesto que con instituciones, una macro razonable e inversión en infraestructura (pequeña tarea!) no es suficiente.

Un último comentario respecto del otro elemento esencial en cualquier estrategia de desarrollo: la  equidad. Sin duda ha habido avances importantes que es necesario preservar, por ejemplo en relación con ciertos programas sociales. Sin embargo, la tarea por delante es más que considerable dados los elevados niveles de  pobreza y exclusión social que tienden a reproducirse entre generaciones.


[1] El populismo suele tener otras características, como es el escaso apego a las instituciones y, en un contexto de crisis de representación, el intento de articular las demandas insatisfechas, el resentimiento político y los sentimiento de marginación con un discurso que los unifica y llama al rescate de la soberanía popular frente a un enemigo que puede tener distintas caras, o todas ellas (oligarquía, plutocracia, corporaciones, los extranjeros).