RESULTARIA inoficioso, y hasta majadero, mostrar una vez más las preocupantes cifras que dan cuenta del descrédito de la política, las instituciones y la cada vez mayor brecha que se ha generado entre el sentido común ciudadano y la clase dirigente. Del mismo modo, tampoco quiero ahondar en la gravedad de un problema que afecta de manera estructural a las futuras posibilidades de desarrollo y convivencia del país. Sin embargo, lo que sí me parece preocupante es que quienes aspiran a dirigir nuestra patria no se hagan eco de esta cuestión, incluso contribuyendo a profundizar todavía más dicha crisis.A la fecha, tanto Franco Parisi como Andrés Velasco habían marcado distancia de los partidos políticos, simbolizando en ellos buena parte de los problemas que nos aquejan, tratándolos con desprecio y desdén, como si las aspiraciones presidenciales de ambos pudieran sostenerse y justificarse al margen de la política.
Con todo, fue Michelle Bachelet, en la ya tan comentada alocución del pasado miércoles por la noche, quien terminó sumándose, por vía de la omisión, a una estrategia cuyas bondades electorales son indiscutibles, pese a los perniciosos efectos que ésta genera al largo plazo. Sin ir más lejos, no recuerdo que en su discurso haya pronunciado una sola vez la expresión “partidos políticos”, lo que se reveló como una concluyente señal de la manera y tono con que la ex presidenta quiere afrontar la campaña electoral. Ya por la mañana en el aeropuerto, la evidente ausencia de dirigentes políticos se había hecho notar. Consultada Carolina Tohá por esta cuestión, su respuesta fue: “Los partidos tendrán su lugar”, una frase muy parecida a otra que quizás muchos querían escuchar: “Los pondrá en su lugar”. La relación entre Bachelet y la clase política concertacionista nunca fue fácil. Ya en su anterior mandato, tanto en la campaña previa como en el ejercicio del cargo, sucedieron varios roces con los “barones” (y varones) de una elite que nunca se resignó a que esta mujer ocupara un cargo por ellos tan anhelado y trabajado.
Fue Michelle Bachelet, en su tan comentada alocución, quien terminó sumándose, por la vía de la omisión, a la estrategia de prescindir de los partidos, pese a los perniciosos efectos que genera
Muchos de los que hoy se felicitan por su decisión, incluso desde cómodos sillones en organismos internacionales, otrora mascullaban por lo que consideraron una injusticia, cuyo origen sólo descansaba en una fugaz moda ciudadana.
El paso del tiempo sólo confirmó que la ex presidenta había mostrado más talento para interpretar el momento político por el cual atravesaba Chile, imponiendo sus términos a una dirigencia partidaria que culminó rendida a sus pies.
Pero ese triunfo personal también contribuyó a profundizar el desequilibrio, en la medida en que se simbolizó sólo en ella el ideario noble y positivo, infligiendo un duro golpe a su coalición en particular y a la elite dirigente en general. Que se me entienda bien. No es lo mismo ser culpable de un proceso, que tener la responsabilidad (y la posibilidad) de alterar su dirección. Confieso que me hubiera gustado ver a una Michelle Bachelet más comprometida con la política y la urgente necesidad de prestigiar a sus partidos e instituciones, aunque se trate de una tarea ingrata y que no genera grandes dividendos electorales .Mal que mal, una cosa es ganar y otra muy diferente es gobernar.