En agosto del año pasado, en plena primera ola de esta pandemia, subrayábamos que la caída del empleo rural parecía ser diferente a la observada en zonas urbanas. Sin embargo, esta era una ilusión estadística, explicada en gran medida por el trabajo familiar no remunerado (TFNR).
TFNR es una categoría especial de trabajadores que apoyan en emprendimientos en casa. Ellos tienen una relación de dependencia laboral con el líder del emprendimiento (que puede ser el jefe de hogar u otro miembro), pero no reciben una remuneración en efectivo.
En zonas urbanas esto puede tener múltiples facetas, como la preparación y reparto de almuerzos, galletas, mermeladas, jabones, manualidades, etc. En zonas rurales, la imagen más común que tenemos es la del cultivo y comercialización de productos agropecuarios.
Como decíamos en una columna reciente, estas personas probablemente estén en una de las formas más bellas de cooperación y solidaridad, pero también en una de las más precarias condiciones laborales. ¿Hay algo más precario que una informalidad laboral con salario cero?
Así como hay informalidad en todas las economías del mundo, puede argumentarse también que hay TFNR en todas partes. El problema está en la prevalencia de ello. Pongamos como ejemplo el Reino Unido. Ahí el 0,4% de la PEA ocupada trabaja en un emprendimiento familiar sin remuneración (“unpaid family workers”). En nuestro país alrededor del 10% de la PEA Ocupada reporta que su ocupación principal es familiar y no remunerada. ¡Nuestra tasa de TFNR es 25 veces la del Reino Unido! Lamentablemente, aquí hemos normalizado (y hasta romantizado) algunas formas de precariedad. El TFNR es una de ellas.
Una mirada a la serie de la tasa de TFNR nos permite identificar que ella ha saltado en el segundo trimestre del 2020, al inicio de la pandemia. Para el tercer trimestre cayó un poco, pero sigue mucho más alta que sus niveles de años recientes alrededor del 10%.
Pero una mirada al número de personas en la categoría TFNR cuenta una historia ligeramente diferente. La razón de esto es sencilla: el denominador de la tasa de TFNR (el número de trabajadores en la PEA ocupada) ha fluctuado enormemente en trimestres recientes. Llevamos cuatro trimestres consecutivos de incrementos en el número total de TFNR. En esto se combinan dos factores: (i) la estacionalidad (el trabajo familiar no remunerado aumenta en el primer trimestre de cada año, los meses de verano), (ii) la pandemia, que después del primer trimestre 2020 en adelante ha llevado a más personas al TFNR.
Esto debería ser tomado como señal de alarma: el trabajo familiar no remunerado viene creciendo. Para el corto plazo puede tratarse de un refugio que permite que los hogares escapen de la pobreza, pero para el mediano y largo plazo implica una reducción importante de la productividad.
Para entender mejor la señal de alarma, respondamos una pregunta clave: ¿Quiénes son y donde están estos TFNR? Los datos anuales de la ENAHO 2019 nos permiten pintar un panorama.
En primer lugar, esta condición laboral es predominante entre las mujeres. En zonas urbanas tres de cada cuatro TFNR son mujeres, en zonas rurales esto sucede con dos de cada tres. Entre los hombres hay tantos TFNR en zonas urbanas como rurales; entre las mujeres, hay más en las zonas urbanas.
En segundo lugar, los datos nos muestran que en las zonas urbanas la mitad de los hombres y poco menos de la mitad de mujeres TFNR solo terminaron el colegio dejando de lado algún tipo de estudio superior. En la misma línea se puede observar un alto porcentaje de TFNR no asisten a un centro de educación y tampoco terminaron la educación escolar. Además, tal porcentaje entre las mujeres duplica al de los hombres.
Un tercer elemento por resaltar es el de los TFNR escolares. En zonas urbanas ellos son alrededor de 10% de los TFNR, sin diferencias notables entre hombres y mujeres. En zonas rurales, también cerca del 10% de las mujeres TFNR son escolares, pero con los hombres hay una diferencia importante: ahí cerca del 40% de los TFNR son escolares. La combinación estudio-trabajo es más común entre ellos.
Un cuarto elemento dentro de este panorama es la edad de los trabajadores TFNR. Si bien, la mayoría de ellos están entre los 30 y 50, tal como sucede en el resto del mercado de trabajo, hay algo interesante entre los trabajadores muy jóvenes. Tres de cada cuatro personas menores de 15 años que reportan estar trabajando, la hacen dentro de la categoría TFNR.
En resumen, en el TFNR se encuentran mayoritariamente mujeres y jóvenes que no estudian (y dentro de ese conjunto, son mayoría quienes no terminaron sus estudios secundarios). Una razón probable por la que no devengan salarios es que los emprendimientos familiares que apoyan son de baja productividad. Un indicador aproximado de esta baja productividad se puede encontrar con los líderes de los emprendimientos, los autoempleados: en un mes típico, 50% de los hombres y 90% de las mujeres que trabajan independientemente generan ingresos que están por debajo de una remuneración mínima vital.
La fuente de estos empleos TFNR son los emprendimientos familiares. Así, mejorar las condiciones de estos casi dos millones de peruanos pasa por mejorar las condiciones de esos emprendimientos. Los exitosos deberían encontrar las condiciones apropiadas para formalizarse y crecer. Aquí hay varios pendientes para la legislación laboral, tributaria, municipal y financiera. Los otros, si bien sirven como mecanismos de subsistencia en el corto plazo, su permanencia en el mediano y largo plazo reduce la productividad agregada. Nos haría bien a todos que los talentos en esos microemprendimientos encuentren mejores espacios para su desarrollo en otras empresas.