Por Marc Hofstetter, Universidad de los Andes.
twitter: @mahofste
En 1980 la mediana de la inflación mundial rondaba el 14%. Dos décadas después, cuando cambiábamos de siglo, la estadística global había caído a 4%, una cifra que algunos han defendido como una meta de inflación apropiada. Sin embargo, no nos detuvimos ahí: a partir de 2013, la mitad de los países del mundo ha reportado inflaciones por debajo de 3% y un tercio cifras menores a 2%.
En esta nota discutiremos una arista de las consecuencias que tiene el proceso de reducción de la inflación, una que solo recientemente ha recibido la atención de los investigadores: a la par con la caída de la inflación global descrita, muchos países del mundo han lidiado con deterioros en las estadísticas de distribución de ingreso. ¿Están esos hechos relacionados? Sabemos que bajar la inflación requiere de acciones del Banco Central que suelen enfriar la actividad económica y aumentar el desempleo. De lo que sabemos menos es de las consecuencias distributivas de ese deterioro del ingreso agregado y del empleo.
En una investigación realizada junto con Laura Gómez de la Universidad de los Andes y que publicaremos pronto, analizamos una muestra global de desinflaciones que van de 1969 a 2009, compuesta por episodios en los que la inflación tendencial cayó entre picos (no mayores de 20%) y valles, en al menos 1.5 puntos porcentuales. Desinflaciones definidas de esta manera reflejan de manera cercana los esfuerzos exitosos de Bancos Centrales por reducir los incrementos en los precios.
En nuestra investigación, exploramos qué pasa con la distribución de ingreso durante las desinflaciones comparándolas con periodos sin desinflación usando el método de proyecciones locales. Lo hacemos tanto con medidas de Gini como de participación en el ingreso total de los diferentes deciles de la población y del top 1% más rico.
Nuestros resultados muestran que las desinflaciones sí tienen implicaciones distributivas. Por un lado, el índice de Gini de mercado (es decir, antes de impuestos y transferencias) se deteriora durante las desinflaciones. Por ejemplo, tras cinco años de reducción de la inflación (cifra cercana a la duración promedio de las desinflaciones), el Gini aumenta en 1.2%, relativo a su media muestral. Si usamos el Gini de ingreso disponible (con impuestos y transferencias) el resultado no desaparece: es cierto, de acuerdo a nuestras estimaciones, que los países de la OCDE—con mejores mecanismos para lidiar con las consecuencias de los malos tiempos como seguros de desempleo—logran atenuar las consecuencias distributivas de la desinflación, pero no logran evitar que el Gini de ingreso disponible empeore.
Para los países de la OCDE podemos también estudiar qué pasa con la participación en el ingreso de los diferentes deciles de la población y del 1% más rico. Encontramos que el decil más rico es el único de los deciles que gana participación en el ingreso durante la desinflación y que esto se hace a costa sobretodo de la clase media—deciles 4 a 6. Relativo a la media de la participación en el ingreso del decil más rico, su participación en el ingreso se incrementa en 1.8 puntos porcentuales tras cinco años de desinflación. Cuando estudiamos al 1% más rico de la población, encontramos que es el que cuantitativamente más gana durante estos procesos: su participación en el ingreso aumenta, relativo a su media, en 6.3 puntos porcentuales tras cinco años de reducir la inflación.
Las desinflaciones a menudo se anuncian como una política dirigida a proteger a los pobres, bajo el razonamiento de que éstos son los que tiene menos herramientas para protegerse de los aumentos de precios. Sin embargo, nuestros resultados sugieren que el proceso de reducción de la inflación perjudica a los pobres y especialmente a la clase media, mientras que las porciones más ricas de la población parecen beneficiarse.
Está en manos de los bancos centrales y los mandatos que las sociedades les otorgan equilibrar los diferentes objetivos y los efectos colaterales de las políticas necesarias para alcanzarlos. Nuestros resultados pueden pensarse como un argumento en contra de tener bancos centrales con mandatos únicos centrados exclusivamente en la estabilidad de precios, donde las pérdidas de producción y empleo y sus implicaciones distributivas podrían ignorarse. Voinea y Monnin (2017) señalan que asegurar una distribución justa de los beneficios y costos de la estabilidad de precios es un bien público. Lo mismo podría argumentarse de las desinflaciones.
En el documento interpretamos los resultados como evidencia de que las desinflaciones, provocadas por las políticas de los bancos centrales, deterioran la actividad económica, un deterioro que se distribuye de manera desigual. Existe, por supuesto, la posibilidad de una causalidad inversa: una desigualdad creciente podría reducir la demanda agregada, porque los ricos tienden a consumir una parte menor de sus ingresos que los pobres. Esto podría causar la desinflación. Sin embargo, Ball (1994) o Hofstetter (2008) muestran que las grandes desinflaciones como las utilizadas en este documento son principalmente consecuencia de políticas monetarias destinadas a producir tasas de inflación más bajas. Además, parece poco probable observar cambios en la distribución del ingreso que sean lo suficientemente rápidos y fuertes como para producir procesos de desinflación tan considerables.
Otra pregunta abierta para futuras investigaciones es si estos efectos redistributivos se promedian durante el ciclo económico. Lo que encontramos es que durante la desinflación la distribución se deteriora. Puede ser que en momentos de inflación estable o creciente estos efectos se reviertan. Una evidencia relacionada sugiere que probablemente este no sea el caso: Furceri et al. (2018) muestran que los efectos sobre la distribución del ingreso de los shocks monetarios contractivos son más fuertes que los de los expansivos.
Referencias
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