El progreso de la mujer en América Latina y el Caribe ha sido impresionante en las últimas décadas. Ahora, muchas mujeres ocupan un lugar central en el mundo de las artes, los negocios, la música, la política, la ciencia y el deporte. Las leyes protegen a la mujer por igual, y el incremento de su participación en la fuerza laboral ha sido rápido, aumentando 17 puntos porcentuales en los 25 años entre 1990 y 2015, hasta más del 60%.
No obstante, las mujeres siguen teniendo un 30% menos de probabilidades que los hombres de tener un empleo, y una mayor probabilidad de ser pobres y llegar a la vejez sin una pensión decente. Todo esto perjudica el ejercicio de los derechos humanos y la eficiencia económica, y exige un cambio urgente.
El problema del embarazo en la adolescencia
Como lo ilustramos en un reciente análisis, uno de los problemas centrales es que las mujeres en América Latina y el Caribe tienen hijos y se casan a muy temprana edad, limitando así sus opciones futuras. La región tiene una de las tasas más altas de embarazo adolescente en el mundo. Una de cada cuatro mujeres, entre los 20 y los 24 años, ha tenido un hijo, y lo ha tenido antes de cumplir los 18 años.
Esto se manifiesta en marcadas disparidades de género, ya que la maternidad temprana conduce a la deserción escolar, a una participación limitada en el mercado laboral y a la asunción desproporcionada de deberes domésticos y familiares. Por ejemplo, en los primeros años de la edad adulta, los hombres jóvenes tienden a vivir con sus padres y a trabajar en sus primeros empleos serios. Pero un gran porcentaje de mujeres jóvenes, aunque querrían trabajar o estudiar, deben quedarse en casa cuidando de sus familias.
Entre los 25 y los 64 años, estos patrones ya están plenamente establecidos. Las mujeres dedican 22 horas semanales más que los hombres a los deberes domésticos y 25 horas mensuales más al trabajo en general. Dado que es difícil pasar todo ese tiempo dedicándose a los deberes domésticos y manteniendo a la vez un trabajo de tiempo completo, solo seis de cada diez mujeres trabajan a cambio de una remuneración. Incluso entre quienes tienen empleo, la remuneración de las mujeres tiende a ser peor. Cerca del 27% trabaja a tiempo parcial, en comparación con el 13% de los hombres, y más de la mitad lo hace en el sector informal, donde los ingresos y las prestaciones son inferiores.
En definitiva, las mujeres, a lo largo de su vida, no solo ganan menos dinero, sino que tienen menos beneficios laborales que los hombres. El sistema de bienestar de la región, basado en la participación en el mercado laboral, deja vulnerables a las mujeres en todas las etapas de su vida, especialmente en la vejez. Además, estos bajos ingresos y beneficios otorgan a las mujeres menos poder de negociación en el hogar, un factor que probablemente contribuye a las altas tasas de violencia doméstica en la región.
Esta es una situación insostenible que refleja fenómenos biológicos, culturales y económicos. Pero no es irreversible.
Programas para reducir la desigualdad de género
Algunos estudios revelan que incluso las intervenciones muy tempranas pueden marcar la diferencia. Por ejemplo, se ha demostrado que los programas de educación infantil temprana de alta calidad reducen tanto la conducta delictiva entre los niños como las tasas de embarazo adolescente entre las niñas. En la década de 1960 el aprendizaje activo intensivo, acompañado de visitas semanales de profesores a los hogares de los alumnos, resultó transformador para un grupo de niños en edad preescolar provenientes de hogares desfavorecidos en Estados Unidos. A los niños de entre 3 y 5 años de edad que asistieron al Perry School Project se les hizo seguimiento hasta cumplir los 27 años. La tasa de arrestos en ellos se redujo a la mitad, tuvieron una reducción del 11% en la probabilidad de ser padres y recibieron ingresos significativamente más altos.
El programa Abriendo Oportunidades en Guatemala dirigido a indígenas mayas provenientes de hogares desfavorecidos de entre 8 y 17 años de edad, incluyó interacciones igualmente intensas con modelos a imitar, incluyendo mentores, formación profesional y experiencia laboral. La iniciativa redujo el embarazo adolescente en 12 puntos porcentuales. Además, garantizó que prácticamente todos los participantes permanecieran solteros durante el programa y ayudó a que, al final de este, cerca de la mitad de ellos consiguieran empleo remunerado.
Los programas también podrían hacer frente a los estereotipos que llevan a las niñas a evitar seguir profesiones que requieren el uso de matemáticas y ciencias.
Muchos de los programas que han demostrado ser más útiles durante la vida adulta son de naturaleza financiera. Por ejemplo, aunque la educación preescolar es esencial para el desarrollo de los niños, puede servir como forma de subsidiar el cuidado infantil, liberando a las madres para trabajar en empleos remunerados. También se pueden entregar subsidios a aquellas empresas que contraten a mujeres económicamente vulnerables, como lo ha hecho el programa Bono al Trabajo de la Mujer en Chile, aumentando ligeramente la tasa de empleo de mujeres vulnerables. Los programas de transferencia monetaria condicionada (TMC) pueden ayudar a las madres a iniciar negocios, incorporarse al mercado laboral y encontrar una base económica más sólida.
La necesidad de políticas múltiples y un cambio en las normas culturales
En cada etapa del ciclo de vida, existen programas que permiten a las mujeres lograr el reconocimiento formal por su trabajo y mejorar su bienestar. Sin embargo, en última instancia, ninguno de estos programas por sí solo va a eliminar la desigualdad de género o sus repercusiones sobre las oportunidades y la pobreza. Tampoco podrá impedir que muchas mujeres lleguen a la vejez dependiendo de pensiones limitadas no contributivas –cuando estén disponibles– para lograr cierto grado de estabilidad financiera.
Las soluciones deben combinar diferentes tipos de políticas. Y deben implicar cambios en las actitudes y normas culturales que sostienen que los hombres no deben realizar deberes domésticos y que son las mujeres quienes deben cuidar de la familia.