De los tantos análisis que se han hecho de la situación argentina, destaca aquel que concluye que la tecnocracia ha muerto. Claro, un fuerte contingente de tecnócratas —algunos con muchos pergaminos, pero poca experiencia en el manejo gubernamental— volvieron a Argentina junto con el triunfo de Macri para asumir responsabilidades y aplicar las “políticas de mercado”. Luego, su fracaso representaría el fin de la tecnocracia.
En palabras de un destacado panelista radial chileno, en esta experiencia “quedó demostrado que la lógica tecnocrática no dio para sacar adelante el país. La fantasía de que hay una única manera de progresar, siguiendo ciertos principios económicos, y que cualquier otra cosa es una locura, quedó demostrado que no es así”. Interesante reflexión, pero equivocada. Argumentar que en Argentina se trató de aplicar “el” modelo, y que su falla demuestra que “no hay” modelo, y que por lo tanto todo cabe, no resiste análisis.
Es obvio que no existe una receta única. Las realidades son diferentes, los problemas son diferentes, y las restricciones también lo son. Pero declarar por muerta la tecnocracia es como declarar por muerta la ley de la oferta y la demanda. Y aunque muchos así lo quisieran, lo cierto es que están muy vigentes; tanto como la ley de gravedad. Las restricciones presupuestarias existen, los déficits fiscales son el germen de los fenómenos inflacionarios, la fijación de precios crea mercados negros, y suma y sigue.
Durante muchos años el precio de los servicios básicos en Argentina estuvo sumamente subsidiado. Ello generó un alivio a muchas familias, una parálisis de inversión en sectores energéticos, y un problema fiscal de enorme magnitud. Sacar esos beneficios fue muy costoso políticamente, y quizá explica —junto con muchos otros errores— parte de los resultados de la elección. ¿Es razonable concluir de esto que la tecnocracia murió?
La amenaza populista nunca está muerta. El deterioro económico y las bajas expectativas pueden terminar transformándose en el caldo de cultivo de propuestas donde, so pretexto de que el sistema pierde legitimidad, todo cabe. Las dificultades económicas, por grandes que sean, deben enfrentarse con buenas políticas, y la ganancia de legitimidad derivada de proponer soluciones que son un bálsamo al griterío, pero que no atacan los problemas de fondo, es efímera.
Más que el fin de la tecnocracia, lo sucedido en Argentina muestra más bien su triunfo. Las buenas políticas, aquellas que son fruto del conocimiento adquirido, abren oportunidades y se multiplican. Desde el minuto en que nos alejamos de ellas, la noche puede ser muy larga.