Con bastante ironía respondió el presidente de Huawei, Ren Zhengfei, a la pregunta sobre cómo recibía el anuncio de Donald Trump de levantar temporalmente la restricción que impedía a empresas norteamericanas vender componentes a Huawei. Despreciando el cambio de tono de Trump, dijo que “Estados Unidos nos está ayudando muchísimo con las dificultades y su bloqueo. La presión externa nos está uniendo y fortaleciendo”.
Pero Mr. Ren no se quedó ahí, agregando que la empresa ya está en un esfuerzo por sustituir componentes que originalmente se obtenían de empresas norteamericanas, y usar partes de empresas chinas o de otros países. Ello parece de toda lógica. Aunque las tarifas o restricciones nunca se materialicen, la amenaza creíble es suficiente para generar un cambio de comportamiento.
Por décadas, el crecimiento del comercio mundial superó con creces el crecimiento de la actividad económica global. Esto fue consecuencia, entre otras cosas, de que la globalización, el cambio tecnológico y la caída en barreras comerciales permitieron a las empresas fragmentar sus procesos productivos y acceder a componentes en otros países. De esta manera, el crecimiento del comercio reflejó no solo un mayor intercambio de bienes, sino también de los insumos necesarios para producirlos.
Sin embargo, ni el cambio tecnológico ni la caída en tarifas son suficientes para explicar la explosión de comercio mundial durante 40 años. Los estudios más contundentes muestran que esta brecha se explica en buena parte por la mayor certeza de que gozó el mundo en las reglas del juego en materia de comercio o inversión internacional, lo que fue clave para que las empresas aprovecharan esta nueva realidad. La búsqueda de nuevos mercados y proveedores requiere no solo de bajas barreras, sino la expectativa de que ello se mantendrá en el tiempo. Invertir recursos y tiempo en cultivar una nueva relación con un proveedor no se justifica si hay un riesgo inminente de nuevas barreras que bloqueen esa relación.
La guerra comercial ya está haciendo daño. No solo porque muchas tarifas han subido, sino también porque la amenaza de un bloqueo más permanente se ha consolidado. Aunque mañana se firme un acuerdo con abrazos y gestos de buena crianza, es difícil que ello elimine la espada de Damocles que pende sobre las reglas de comercio. Como lo deja claro el presidente de Huawei, la incertidumbre basta para justificar la búsqueda de otros proveedores y formas de producción, aunque ello sea más caro.
En economía, como en tantos otros aspectos de la vida, no solo hay que serlo, sino parecerlo. La amenaza permanente es costosa, y su efecto puede ser irreversible.