El reciente guiño de Cristina Fernández a la política económica de Trump es una muestra más de que el arco ideológico es circular. En el lanzamiento de su libro, la expresidenta argentina argumentó que la actual fortaleza económica en Estados Unidos se debía a que “algunos se dieron cuenta de que tenían que volver a generar trabajo industrial dentro del país para volver a generar riqueza”, concluyendo con ironía que para superar la crisis de su país “sería bueno que aquellos que viajan tanto y escuchan tanto lo que dicen en Estados Unidos también imiten lo que hacen allá”.
Aunque la izquierda en América Latina manifiesta un abierto desprecio por Trump, lo cierto es que siente una gran atracción por sus políticas proteccionistas. Salvo unas pocas excepciones, un sentimiento parecido se observa a este lado de la cordillera. El debate sobre el TPP es la prueba más palpable de ello, pero esta tensión también se refleja en el incipiente cuestionamiento a la política de apertura comercial y a los acuerdos comerciales de las últimas décadas en Chile.
El rechazo al libre comercio tiene dos vertientes, no excluyentes entre sí. La primera descansa en la idea de que el mercado interno debe ser el motor del crecimiento. Esta premisa justificó la fracasada política de sustitución de importaciones en Chile hasta la década de 1970, y sigue guiando el quehacer de varios países de la región, cuyos resultados están a la vista.
Una segunda crítica, más sutil, es que los acuerdos comerciales establecen reglas que limitan la aplicación de políticas en diversos ámbitos. Evidentemente, cualquier acuerdo comercial establece obligaciones de las partes. Esas obligaciones apuntan a fijar estándares en el tratamiento de los flujos de comercio y de las inversiones, para evitar que los gobiernos impongan políticas discriminatorias o decisiones arbitrarias dependiendo de la conveniencia del momento.
La literatura es contundente en destacar que las ganancias de la apertura no solo provienen de los bajos aranceles, sino que también de la existencia de mecanismos que aseguren su cumplimiento. Las relaciones comerciales entre personas y empresas requieren tiempo, inversión y compromiso, y la incertidumbre sobre la acción del Estado puede limitar de manera relevante la capacidad de aprovechar las opciones que entrega el mundo.
La regresión proteccionista en Chile parecía lejana, pero al parecer está a flor de piel. No vaya a ser que nuestros socios comerciales —algunos bastante grandes y poderosos— decidan romper los acuerdos, perjudicando inversiones chilenas y bloqueando nuestras exportaciones. Quizá entonces quedará claro el valor de los acuerdos.