Jaime Cordero y Hugo Ñopo
En la lucha contra la pobreza, los últimos tres años han sido especialmente complejos para América Latina y el Caribe. Una serie de shocks, la mayoría de origen externo, ha dejado una vez más en evidencia las debilidades estructurales de la región. Muchas de esas vulnerabilidades ya las conocíamos: eran las mismas que nos impedían mantener el buen ritmo de reducción de la pobreza que habíamos logrado en la primera década del siglo. Pero también han surgido nuevas problemáticas, que ameritan un detallado análisis y demandarán nuevas soluciones.
No solo fue la pandemia de la covid-19; la región también ha tenido que enfrentar las consecuencias de un entorno macroeconómico global marcado por subidas en las tasas de interés, elevada inflación y lento crecimiento. En concreto, la región ha sufrido con dureza los efectos colaterales de conflictos geopolíticos que se desarrollan muy lejos de sus fronteras. La prolongada guerra en Ucrania ha tenido como consecuencia alzas considerables en el precio de los combustibles, los fertilizantes y los alimentos. Más recientemente, el conflicto en la franja de Gaza y sus consecuencias pueden implicar impactos en el tipo de cambio e inflacionarias adicionales. Como era esperable, los más afectados por estas situaciones son los hogares pobres y aquellos en situación de vulnerabilidad, que, en conjunto, suman alrededor de dos tercios de la población de América Latina y el Caribe.
Estos vienen siendo años cargados de desafíos, pero que nos están dejando muchos aprendizajes. El informe más reciente de la Práctica Global de Pobreza y Equidad para la región de América Latina y el Caribe del Banco Mundial resume el problema con precisión desde su título: en estos tres años la región ha pasado “de la infección a la inflación”, y debido a esa suma de golpes, buena parte de los avances socioeconómicos que se habían logrado en las dos primeras décadas de este siglo se revirtieron temporalmente.
No todo son malas noticias, felizmente. La recuperación económica de la región luego de la pandemia fue más rápida que lo esperado. La fuerte caída en el Producto Interno Bruto registrada (6.4%) en 2020, ya se ha recuperado. De acuerdo con la información más reciente recogida en encuestas de hogares, procesada por los institutos de estadística de la región y compilada por el Banco Mundial, para fines de 2022 la pobreza habría regresado al mismo nivel en el que estaba antes de que la covid-19 irrumpiera en nuestras vidas. La clase media, por su parte, también estuvo en franca recuperación.
Pero eso no significa que el impacto de la pandemia no haya dejado secuelas duraderas en los países de la región. Uno de los efectos, que está ampliamente documentado en el informe, es el cambio en la configuración de los mercados de trabajo. El empleo, que cayó dramáticamente entre 2020 y 2021, se ha venido recuperando en cantidad, mas no en calidad. Un importante porcentaje de los trabajadores que perdieron sus puestos se han logrado recolocar, pero en empresas más pequeñas y menos productivas, o directamente en el autoempleo y la informalidad. Esto tendrá un efecto negativo en los esfuerzos de largo plazo por seguir avanzando en reducir la pobreza, sobre todo entre los sectores más vulnerables de la población, como son los jóvenes y las mujeres.
A ello se suma otra preocupante constatación: la coyuntura adversa profundizó e hizo más evidente la desigualdad en la región. Son los sectores más pobres de la población los que más sufren el golpe de las presiones inflacionarias (no en vano se afirma que la inflación es un impuesto a los pobres) y también los que más resienten el deterioro de la calidad en los empleos.
El informe “de la infección a la inflación” presenta un ejercicio de simulaciones que indica que tan solo la diferencia entre la inflación que se esperaba a inicios de 2022 y la que finalmente se dio en ese año se asocia a un aumento de la pobreza que en algunos países puede haber llegado hasta los tres puntos porcentuales. También afirma que, como consecuencia del shock inflacionario derivado de la guerra en Ucrania, se espera un incremento de desigualdad equivalente a un aumento de medio punto en el coeficiente de Gini.
¿Qué hacer para retomar la senda de reducción de la desigualdad que tuvo la región a inicios de este siglo? Se necesita una combinación de acciones de corto y mediano plazo. En el corto, urge una mejora del funcionamiento de los mercados de trabajo. Mas de dos tercios de los ingresos de los hogares se generan con trabajo, el resto proviene de rentas y transferencias. Así, lo que suceda en los mercados de trabajo incide directamente en el bienestar de los hogares. Lamentablemente, ahí aún tenemos problemas históricos de baja productividad en los que inciden en similar medida los factores de oferta, demanda e institucionales.
Los ingresos laborales no solamente son bajos, sino que también en una medida importante, son volátiles. A la volatilidad del empleo asalariado se suma que el autoempleo en la región es alto, muy por encima de lo que se observa en economías con similares niveles de desarrollo. Se necesitan redes de protección social que permitan que los hogares puedan garantizar su capacidad de consumo en caso de que reciban un shock que reduzca su capacidad de generación de ingresos. Y estas redes tienen que ser capaces de adaptarse dinámicamente a las condiciones de las economías de los países, de la heterogeneidad de los hogares y de las circunstancias en que se dan los shocks externos.
Para el mediano plazo, una estrategia de mejora de la capacidad de generación de ingresos de los hogares debe considerar inversiones en capital humano, fundamentalmente en salud y educación. Si la pandemia nos dejó una lección clara es la necesidad de consolidar redes de atención primaria para velar por la salud de las poblaciones. Esto requiere inversiones adicionales, es cierto, pero también mejoras en la arquitectura organizacional de estas redes e innovaciones en sus estructuras de financiamiento e incentivos.
Otra lección que parece no se está priorizando como debiera, pues lo urgente generalmente termina dominando a lo importante, es la inversión en educación en todos sus niveles. Latinoamérica es una de las regiones que más días de clases perdió en la pandemia. La recuperación de este tiempo perdido no será sencilla y requiere fuertes inversiones en la calidad de los docentes, la infraestructura de las escuelas y las tecnologías para los aprendizajes que hoy ya son parte ineludible de las agendas educativas.
Como se ve, el futuro estará lleno de retos complejos. Por si fuera poco, podemos anticipar un nuevo shock: el fenómeno de El Niño, cuyos primeros efectos ya se están sintiendo, y el próximo año amenaza con tener impactos severos en varios países de la región. Nuevamente, la resiliencia de la población de América Latina y el Caribe será puesta a prueba. Y, si bien la región ha demostrado históricamente tener una gran capacidad para sobreponerse a la adversidad, también es cierto que eso no es suficiente para lograr el ansiado propósito de erradicar, de una vez por todas, la pobreza y la pobreza extrema.