Orígenes Históricos de la Desigualdad en Latinoamérica

Decir que América Latina es una región desigual es una perogrullada. Sin embargo, una vez se pone uno a pensar sobre las causas, consecuencias y realidades de esta verdad de a puño, se podrían escribir volúmenes al respecto. Esta parece ser una de las conclusiones de la más reciente reunión del grupo de trabajo de LACIR (Latin American and the Caribbean Inequality Report) en Cartagena la semana pasada. Esta iniciativa conjunta del London School of Economics, la Universidad de Yale y el Instituto de Estudios Fiscales (IFS) tiene como propósito reunir un equipo interdisciplinario de académicos y hacedores de políticas públicas, para estudiar la desigualdad en nuestra región. Inspirada en el reporte de Angus Deaton para Europa, el equipo cuenta con académicos líderes en sus campos de investigación, así como con ex-ministros de diferentes carteras de países de la región. La de Cartagena es la segunda reunión del grupo de autores, siguiendo una inicial en la sede principal del BID, en Washington.

En esta segunda reunión, una serie de críticos de talla mundial, comentaron los hallazgos preliminares, brindando recomendaciones para cada uno de los capítulos. En total, el reporte sobre desigualdad tendrá más de 30 capítulos, cubriendo temas afines como mercados laborales, globalización, salud, educación, economía política y política fiscal. También saldrá un libro más corto, con las lecciones principales de trabajos en cinco grandes ejes de investigación, que ya llevan varios años de desarrollo. Dentro de este contexto, fuimos invitados junto con Francisco Eslava de la Universidad de Columbia Británica, en Canadá, a escribir sobre los orígenes históricos de la desigualdad latinoamericana (Eslava, 2023). Queremos compartir en esta columna un resumen tentativo de nuestro trabajo de investigación al respecto.

En primera medida, somos conscientes que decir algo nuevo sobre un tema tan estudiado y complejo como la desigualdad en el continente es difícil. Pero también hemos sido testigos de la evolución reciente de la literatura, de manera que, en primera medida, nuestro capítulo es un resumen de los trabajos más recientes, con el sesgo natural de dos investigadores interesados en el impacto a largo plazo de hechos y procesos históricos.

En términos generales, el interés por la desigualdad ha incrementado en los últimos años, con trabajos académicos como los de Piketty en países desarrollados y Milanovic en países en desarrollo. Para América Latina, Prados de la Escosura (2007) documenta un incremento en los niveles de desigualdad en la región durante el Siglo XX. Por su parte, Lustig y coautores (2013) hablan de una caída en las tasas de desigualdad durante la primera década del nuevo milenio. Sin embargo, la epidemia del COVID-19 ha vuelto a incrementar las brechas de ingreso y algunos hablan ya de una nueva “década perdida” para el continente. En las Figuras 1 y 2 podemos ver algunos patrones de desigualdad continentales. Primero, está la diferencia entre países, con un norte rico, y un sur, una región latinoamericana de ingreso medio, con alguna heterogeneidad. Son más ricos los países del Cono Sur y México, más que las economías del norte de Suramérica y Centroamérica. En términos de desigualdad dentro de cada país, medida a través del coeficiente de Gini, solamente Canadá aparece como una sociedad equitativa. Tanto los Estados Unidos como América Latina tienen altos grados de desigualdad. Colombia y Brasil son dos de los campeones regionales en este rubro.

En el artículo con Francisco nos preguntamos de dónde vienen estas desigualdades regionales y nacionales. Para ello, usamos como guía los trabajos de Engerman y Sokoloff (2000), quienes postularon la siguiente hipótesis de trabajo. Según estos autores, la brecha entre países ricos y pobres en América no es tan de vieja data, pues hasta los 1800s países como Argentina y Cuba tenían ingresos más altos que los de Estados Unidos. En los siguientes dos siglos, solamente Canadá mantuvo su desempeño respecto a este último país. Para explicar estos patrones, los autores argumentan que lo importante son los factores naturales y geográficos que tiene cada país. Por ejemplo, buenos suelos para el cultivo de azúcar en países como Brasil y Cuba. Estas condiciones naturales, a su vez, permitieron el desarrollo de instituciones y en este caso plantaciones coloniales, utilizando mano de obra esclava. Este modo de producción y esta institución colonial en particular, conllevó al subdesarrollo a largo plazo, una vez que las economías y los sistemas de producción se modernizaron. Para este punto, la desigualdad es negativa para el desarrollo, pues la economía depende más de la innovación y el conocimiento.

La tesis fundamental de Engerman y Sokoloff ha sido desarrollada por otros autores, notablemente por Acemoglu, Johnson y Robinson (2001) quienes hacen énfasis en el rol de las instituciones. Estos autores fueron capaces de transformar un artículo más cualitativo en un argumento más cuantitativo, con evidencia econométrica. Para ello, y quizás sobre el tecnicismo en esta columna, utilizaron un método de variables instrumentales, utilizando las tazas de mortalidad de los colonos europeos. La intuición de este método es encontrar un determinante que haya impactado la variable explicativa, en este caso instituciones, pero que no tenga un impacto directo sobre la variable a explicar, en este caso el ingreso.

Una serie de trabajos subsiguientes han investigado el rol particular de instituciones particulares. Tal es el caso de Dell (2010) quien mira el impacto a largo plazo de la institución de la mita en Perú y Bolivia. Para ello, Melissa compara personas que viven justo adentro o afuera de las antiguas fronteras de la mita. Utilizando un método de regresión discontinua, otro tecnicismo econométrico, encuentra que las personas dentro de lo que antes fueron las áreas mitayas tienen menos capacidad de consumo y están más desnutridas hoy en día, más de 200 años después. Este trabajo es un ejemplo clásico del rol de las instituciones coloniales en determinar los patrones de ingreso y desigualdad en el largo plazo.

Siguiendo esta línea de investigación, otros trabajos han documentado el impacto de otras instituciones coloniales en diferentes países de la región. Arias y Flores (2021) estudian el legado de las haciendas coloniales en México, y encuentran que los municipios más cercanos a dichas haciendas son más urbanos y tienen mejor educación hoy en día, especialmente aquellos vecinos a haciendas Jesuitas. Faguet, Matajira y Sánchez (2022) estudian por su parte el impacto de la encomienda en Colombia. Los autores también encuentran que—a pesar de ser una institución extractiva en su momento—aquellos municipios que tuvieron más encomiendas históricamente tienen mejores indicadores de desarrollo hoy en día. Para Ecuador, Rivadeneira (2021) documenta el impacto negativo persistente de los concertajes, un tipo de institución colonial española que ataba a los indígenas a la tierra, de manera feudal.

Todos estos trabajos apuntan a la importancia de las instituciones para explicar los patrones de desarrollo a largo plazo de la región. Como decíamos antes, un factor preponderante, que explica la desigualdad regional, propuesto por Engerman y Sokoloff es la esclavitud. En la Figura 3, vemos un mapa con la intensidad de esclavitud a nivel nacional durante el Siglo XVIII. En este caso, tanto Estados Unidos como Brasil, aparecen con una tasa mayor de esclavos. El primer test empírico del impacto de la esclavitud sobre el desarrollo en el continente fue el trabajo de Nunn (2007), quien encontró que aquellos países con más esclavos en el pasado también son aquellos con menores ingresos o ingreso más desiguales hoy en día. Nathan muestra evidencia tanto entre diferentes países, comparando a Canadá con Haití, así como dentro de diferentes países, sobre todo los Estados Unidos. En este caso, los estados con más esclavos en el pasado terminaron siendo los más pobres y desiguales en el largo plazo.

Así como el estudio de la mita, ya descrito, el estudio de la esclavitud por parte de Nunn ha inspirado varios estudios sobre la esclavitud en la región. Bertocchi y Dimico (2014) confirman los hallazgos a nivel sub-nacional, utilizando datos de miles de condados de Estados Unidos. Asimismo, resaltan la educación como uno de los mecanismos de transmisión principales, algo que desarrollaremos luego. Para Brasil, junto con Humberto Laudares (2023), estudiamos el impacto de la esclavitud sobre la desigualdad. También utilizamos el método de regresión discontinua descrito anteriormente, en este caso comparando las áreas portuguesas y españolas delimitadas por el Tratado de Tordesillas de 1494. Como podemos observar en la Figura 4, hay mayor concentración de esclavos en 1872 en los municipios del lado portugués (a la derecha de la línea). Asimismo, hay más desigualdad económica hoy en día, al mismo lado de la línea, confirmando la conjetura de Engermann y Sokoloff, para Brasil. En nuestro caso, no observamos mayores diferencias en términos de ingreso, pero sí en términos de distribución del ingreso y la educación por razas (negra vs. blanca). Los resultados para Brasil son similares a los encontrados por Acemoglu, García-Jimeno y Robinson (2012) para la esclavitud en Colombia.

Otro factor determinante para generar los patrones de desigualdad regionales es la tierra. En el artículo con Francisco estudiamos tanto los patrones generales de tenencia, como los resultados de diferentes campañas de reforma agraria en la región. En la Figura 5, vemos el índice de concentración de Gini, en este caso para la tierra. Nuevamente, tanto Estados Unidos como Latinoamérica aparecen relativamente desiguales. Chile es el campeón regional bajo esta medida. Un primer artículo sobre la importancia de la tierra en América Latina fue el de Dell (2012). En este trabajo Melissa muestra cómo variaciones climáticas en México conllevaron a mayores insurrecciones en la época de la Revolución (1910-1917). Estas acciones revolucionarias llevaron a la distribución de grandes extensiones de tierras a través del sistema de ejidos. Hoy en día, estas áreas son más agrícolas y menos industriales.

Más recientemente, Montero (2022) mira el papel de los derechos cooperativos de propiedad en el Salvador. Utilizando la reforma de 1980 y otra estrategia de regresión discontinua, el autor encuentra que los derechos cooperativos afectan la especialización, productividad y equidad de la producción agrícola. De manera similar, para el Perú, Michael Albertus (2020), estudia el impacto de la reforma agraria de 1969 sobre el conflicto. Encuentra que en aquellas zonas donde hubo más reformas, hubo menos conflicto contra la guerrilla del Sendero Luminoso de 1980-2000. El autor también encuentra que, en dichas áreas, más equitativas en términos de tierras, los niveles educativos son menores.

Los trabajos para El Salvador y Perú han sido complementados con evidencia para otros países como Colombia y Chile. Para Colombia, López-Uribe (2022) encuentra que para el movimiento campesino de 1957 a 1985, las reformas para democratizar la tenencia de la tierra no conllevaron a mayor redistribución en general. Esto en parte porque el gobierno utilizó el programa para “comprar” a los líderes rebeldes. Galán (2022), por su parte, encuentra que las reformas de los 60s tuvieron impactos positivos a largo plazo, beneficiando no solamente a los padres, sino también a los niños de los beneficiarios. Para Chile, Lillo (2018) estudia el impacto de la reforma durante los 60s y 70s. El autor encuentra que la reforma tuvo un impacto negativo sobre la desigualdad y propició el cultivo de viñedos en vez de bosques maderables. Lo interesante de este artículo es que Nicolás puede ver también el efecto de la contra reforma agraria durante el gobierno de Pinochet. También en Chile, Jaimovich y Toledo (2021) estudian el impacto de la reforma sobre el conflicto Mapuche. Para la región de Araucanía, los autores encuentran que áreas involucradas en el proceso fallido de reforma agraria chilena, son también áreas más conflictivas hoy en día. Las lecciones para estos países se extienden a otros como Estados Unidos (con su Ley de Asentamientos Rurales) e Italia.

Un tercer factor importante de la distribución del ingreso es la educación. Mariscal y Sokoloff (2000) ya habían predicho la importancia de dicho factor, que presentamos en la Figura 6. Allí, observamos el patrón de antes, con un norte próspero y un sur rezagado, en términos educativos. Así como una heterogeneidad regional, con países como Uruguay, Argentina y México más avanzados que sus pares latinoamericanos. Una simple correlación muestra que países con mayores niveles de educación soy hoy en día menos desiguales mientras que los menos educados son más desiguales. A nivel sub-nacional, Acemoglu y coautores (2008) estudian el caso de Cundinamarca, Colombia. Los autores argumentan que lo que es importante para determinar mejores resultados educativos es la concentración política, más que económica.

En un artículo publicado en el 2019, estudio el impacto de las misiones Jesuíticas Guaraníes, en los territorios de Paraguay, Argentina y Brasil. Las primeras misiones fueron fundadas en 1609 y duraron hasta la expulsión de los Jesuitas del continente en 1767. Utilizando datos a nivel municipal para los tres países encuentro que, en las áreas más cercanas a las misiones, los niveles de educación son mejores en un 10-15% y el ingreso también es mayor un 10%. El efecto causal de las misiones, emerge después de compararlas con misiones que fueron abandonadas (en una especie de placebo) así como con las misiones Franciscanas Guaraníes, que hicieron menos énfasis en la adquisición del capital humano. Los efectos positivos sobre educación e ingreso también se extienden a medidas de desigualdad, como el índice de Theil.

Junto con William Maloney (2022), para Estados Unidos, estudiamos las inversiones en capital humano en las partes más elevadas de la distribución, mirando el caso de los ingenieros, durante la Segunda Revolución Industrial (1870-1914). Encontramos que los condados que invirtieron más en ingenieros en el pasado, son más ricos hoy en día, alrededor de un 10%, después de controlar por otras medidas de capital humano, básico e intermedio. Para identificar el efecto econométricamente, utilizamos como variables instrumentales la concesión de tierras a las universidades en 1862, como parte de la reconstrucción de la postguerra. Nuevamente, los resultados para ingreso se extienden a medidas de desigualdad (coeficiente Gini).

Finalmente, en el artículo, enumeramos otros factores que también pueden tener un impacto en la distribución regional del ingreso a largo plazo. Estos son la migración, en los casos de Brasil y Argentina, países que recibieron la mayoría de estos flujos. Pero también las élites en los casos de Colombia y Venezuela. Hacemos referencia a otras desigualdades importantes, como la sanitaria, con el caso de la enfermedad de Chagas en Brasil. Así como otros factores, más generales, como la distribución de los salarios en un panel de países latinoamericanos (Argentina, Brasil, México, Chile, Colombia y Venezuela).

Finalmente, realizamos con Francisco una serie de replicaciones de algunos de los estudios más importantes para la región. Encontramos, en términos generales, que es muy difícil explicar los patrones de desigualdad, con algunos de los determinantes clásicos para ingreso. Por ejemplo, en el caso de Acemoglu, Johnson y Robinson (2001) el impacto negativo y marcado sobre ingreso, desaparece cuando se mira la desigualdad. Esta falta de resultados se extiende a otros artículos, a nivel sub-nacional, tales como Bruhn y Gallego (2012) para las Américas y Naritomi y coautores (2012) para Brasil. Lo mismo sucede en nuestro trabajo con William Maloney (2016) sobre la persistencia sub-nacional de ingreso y población, así como el de Rocha y coautores (2017), sobre la inmigración en Sao Paulo, Brasil. Quizás la falta de resultados, nos recuerda la observación de Kuznets en los 50s, que la relación entre ingreso y desigualdad es más complicada que lo que uno cree, y depende del grado de desarrollo del país.

A manera de conclusión, con Francisco estudiamos los orígenes históricos de la desigualdad económica en América Latina. Hacemos énfasis en los factores coloniales en general, así como en las instituciones específicas que condujeron a estos patrones de desarrollo en los diferentes países de la región. Resaltamos la importancia de la esclavitud, la tenencia de la tierra y la educación como factores determinantes para el desarrollo a largo plazo en Latinoamérica. También realizamos una serie de ejercicios empíricos que sugieren lo difícil que es cambiar los patrones de desigualdad históricos, así como la relación compleja entre ingreso y desigualdad. Más allá del resumen, queremos invitar a los lectores interesados en estos temas a seguir el trabajo de LACIR, para encontrar información no sólo sobre los determinantes históricos de la desigualdad, sino también sobre toda una serie de procesos económicos y sociales que han determinado para bien o para mal, la distribución de ingreso en nuestra región.

 

Figura 1. Ingresos per cápita en la década del 2000 (logaritmo)

Figura 2. Desigualdad de ingresos (coeficiente Gini).

Figura 3. Esclavitud en América durante el siglo XVII.

Figura 4. Resultados principales de Laudares y Valencia Caicedo (2023). El panel A muestra el efecto sobre el número de esclavos, el panel B sobre desigualdad.

 

Figura 5. Desigualdad en la tenencia de tierras (Gini). WDI.

Figura 6. Escolaridad per cápita al inicio del siglo XX.

 

 

Referencias

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