Quién Apuesta por el Desarrollo, según Stefan Dercon

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La semana pasada, entre los calores del fin del verano—un clima propicio para pensar en los trópicos—estuve leyendo Gambling on Development: Why Some Countries Win and Other Lose, de Stefan Dercon.  Dercon tiene una larga carrera como académico y como asesor, incluyendo un período como economista en jefe de la agencia de ayuda para el desarrollo del Reino Unido; esa experiencia, y esa perspectiva, se reflejan en la escritura.

La tesis del libro es que el desarrollo requiere de un acuerdo político y económico entre los miembros de la élite de un país que garantice paz y estabilidad.  Dado que la élite tiende a beneficiarse del statu quo, el desarrollo requiere que los diferentes miembros de la élite acepten pérdidas de corto plazo a cambio de mayores rentas futuras. [2]   La élite relevante incluye no solo a quienes detentan el poder político, sino también a agentes económicos influyentes, a la tecnocracia, la burocracia e incluso periodistas y sindicatos.

Las experiencias exitosas envuelven estabilidad macroeconómica, y confianza en las señales del mercado para reasignar el trabajo y el capital de empresas menos productivas a empresas privadas más productivas.  Los detalles de estas políticas varían, pero en cada caso el éxito ha involucrado un acuerdo subyacente entre las élites, el uso del gobierno para apoyar dicho acuerdo—evitando en particular que el estado intente más de lo que puede hacer—y la capacidad para aprender de los errores cometidos y corregir curso.

El estado y el gobierno no se limitan, en esta perspectiva, al parlamento, la administración pública, las cortes, etc. sino también a las redes étnicas, las redes de patronaje, y otras redes informales, que existen por así decirlo debajo del agua, “como el vasto cuerpo de un hipopótamo cuyas minúsculas orejas son las autoridades formales.’’

Usando la tesis del libro como marco de referencia, Dercon revisa diversas experiencias en Asia y África. Los éxitos incluyen casos conocidos, como China, India e Indonesia, pero también algunos que pueden resultar sorprendentes, dadas las circunstancias iniciales—incluyendo hambrunas y guerra civil—como Bangladesh y Etiopía.

El contraste entre los caminos de China y Bangladesh es instructivo.  En China, dada la concentración del poder político en el partido comunista, la liberalización y reestructuración de la economía iniciadas en los 1970s puedes atribuirse a una decisión de la élite, motivada entre otras razones por el deseo de ganar legitimidad y perpetuar el férreo control del aparato estatal.

En Bangladesh, en cambio, el crecimiento dio inicio con el auge de las exportaciones de ropa y con remesas del exterior en los 1990s, sin un gran designio aparente de la élite. A pesar de la inestabilidad política, la corrupción generalizada en las compras estatales, los fraudes electorales, etc., ha habido estabilidad macroeconómica y condiciones mínimas favorables a los negocios.  El crecimiento—y el uso efectivo de la ayuda internacional—ha redundado en una mejora en los indicadores habituales de desarrollo, como mortalidad infantil y brecha de pobreza.

Dercon parece creer que el crecimiento en Bangladesh es frágil.  En sus términos, un acuerdo sostenible para el desarrollo requiere un estado maduro y efectivo, que provea un marco legal adecuado y que recabe suficientes impuestos para financiar los servicios públicos y otras necesidades.

¿Puede la tesis del libro puede decirnos algo acerca de los procesos exitosos y no tanto en América Latina? La figura de abajo ilustra el producto bruto per cápita a valores de paridad de poder adquisitivo para algunas economías estudiadas por Dercon; he añadido otras de América Latina.  La fuente es la misma del libro.

 

El crecimiento del Perú es similar al de los casos estrella del libro, y el crecimiento de Panamá superior a estos.[3] Ambos países han tenido estabilidad macroeconómica, paz, y un ambiente razonable para los negocios privados.  Tanto en Panamá como en el Perú, sin embargo, ha habido casos extraordinarios de corrupción y elecciones dudosas; es difícil imaginar a las élites de ambos países como comprometidas con el desarrollo.  Más bien, como en Bangladesh, salvando las diferencias en las condiciones iniciales, el crecimiento ha llegado por circunstancias económicas particulares, los sucesivos gobiernos se han hecho a un lado, renunciando a las maneras más ineficientes de intervención, y las sociedades no han esperado mucho del estado.

Si el desarrollo realmente requiere de algún tipo de acuerdo creíble entre élites más o menos clarividentes, y de un aparato estatal maduro y relativamente eficiente, como parece creer Dercon, entonces las perspectivas para países como Panamá o el Perú no son alentadoras.  Si en cambio las oportunidades económicas, y el temor de perder lo avanzado, enfocan las mentes, entonces tal vez hay espacio para la esperanza.

Para contribuir a enfocar las mentes, la figura ilustra además la catástrofe de la República Bolivariana de Venezuela, que ha carecido de los requisitos mínimos para crecer—paz interna, estabilidad macroeconómica, clima propicio a los negocios—y los ciclos probablemente destructivos de la economía argentina.   Tal vez el modelo de falla de coordinación entre las élites que deben renunciar a sus diversas fuentes de renta para permitir la reasignación de los recursos sea útil para pensar en la Argentina.  Haría falta un libro como el de Dercon para describir las divergentes experiencias de las economías latinoamericanas.

 

[1] Agradezco sin implicar, comentarios y sugerencias de Roberto Chang, Mario Mansilla, Armando Morales y Gonzalo Pastor.

[2] En términos olsonianos, la élite de Dercon es un bandido estacionario con un problema de acción colectiva.

[3] Para quienes dudan acerca de la validez de comparaciones de producto per cápita en términos de paridad de poder de compra, indicadores de calidad de vida directamente comparables tales como mortalidad infantil o esperanza de vida para el mismo período revelan mejoras sustanciales para países que han crecido, y un colapso para el caso de Venezuela.