Mitos y mitas: Sobre El Espía del Inca

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Dice Ariel Rubinstein, con razón, que los modelos económicos y las narrativas de ficción tienen elementos en común (Dilemmas of an Economic Theorist, Econometrica 74, 865—883, 2006). “Un buen modelo, como una buena fábula, identifica un número de temas y los dilucida. Realizamos ejercicios mentales conectados ligeramente con la realidad donde se han eliminado muchas de sus características realistas. Sin embargo, en un buen modelo, como en una buena fábula, algo significativo permanece.” (…) “Como en el caso de una buena fábula, un buen modelo puede tener una influencia enorme en el mundo real, no porque provea de consejo o predicciones, sino a través de su influencia en la cultura.” Y clarifica “Uso el término ‘cultura’ en el sentido del conjunto de ideas y convenciones aceptadas que influyen en la manera como la gente piensa y se comporta.”

La analogía que hace Rubinstein calza muy bien a las novelas.  Para construir un mundo ficticio de manera verosímil, un autor puede proveer una visión reveladora de la economía y la sociedad.  En su reciente El Espía del Inca (Lluvia Editores, Lima-Barcelona, 2018), Rafael Dumett construye dicha visión de la economía y la sociedad del Tahuantinsuyo, y del impacto temprano de la conquista, recurriendo a la fantasía, pero también a una minuciosa y erudita investigación de trabajos de historiadores y otros especialistas.   Como en otras buenas novelas, dicha descripción puede ser esclarecedora.

Una característica saltante en la visión de la sociedad incaica provista por El Espía es la gran heterogeneidad cultural y económica del incanato, alejada del mito del comunismo inca.   En el plano económico, y de acuerdo con por ejemplo la Historia del Tahuantinsuyo de María Rostworowski (IEP, 1988), la novela recoge dos formas de organización, una localizada en la sierra sur y central y basada en la producción de bienes de consumo mediante la agricultura y la ganadería, y otra localizada en la costa y basada en la especialización laboral y el intercambio.  En esta última, los mercados tenían suma importancia.

Uno de mis pasajes favoritos describe los mercados de la costa, donde los pobladores locales llevaban “sacos repletos de brazaletes de chaquira, vasijas, piedras refulgentes de todas las formas y colores, prendas de los más variados diseños y tamaños” en tanto que los extranjeros traían bultos con frutas, sal, coca, pieles, madera balsa, sombreros, peinetas y todo tipo de objetos.  En el mercado, como lo describe El Espía, las cantidades acordadas para los intercambios eran exactamente las mismas, “aunque las personas que hicieran el intercambio fueran de procedencia o lengua diferente, y no hubiesen podido ponerse de acuerdo con anterioridad.” “¿Quién había decidido estas equivalencias estrictamente respetadas por todos?, ¿cuándo?, ¿dónde?”, se pregunta el narrador.  Para un economista, esta descripción trae a la mente los precios competitivos.  Lo peculiar en este caso es que la convergencia a precios competitivos ocurre sin que exista (al menos en el mundo de la novela) una unidad de cuenta comúnmente aceptada.

Otro pasaje favorito describe el proceso de asignación de tierras a las familias nuevas en un ayllu de la sierra sur-central, en la que interviene, notablemente, un funcionario Inca (el propio personaje principal de la novela). La importancia de los derechos de propiedad, en sus diferentes dimensiones (acceso, retiro, manejo, exclusión y alienación, para recordar a Schlager y Ostrom, Property-Rights Regimes and Natural Resources: A Conceptual Analysis, Land Economics 28, 249–262, 1992) es por supuesto un tema común en la literatura económica.  Elementos comunitarios en la definición de los derechos de propiedad sobre recursos naturales como la tierra, el agua o la pesca no son infrecuentes y no tienen que estar reñidos con la eficiencia económica (ver por ejemplo Elinor Ostrom, Beyond Markets and States: Polycentric Governance of Complex Economic Systems, American Economic Review 100, 641—672).

El Estado Inca aparece en El Espía no solo ayudando en la asignación de derechos de propiedad, o en labores de redistribución, sino también cobrando impuestos.  En la economía de la sierra, en la que los recursos (tierra, ganado y personas) son más fáciles de medir, estos impuestos se traducen en bienes de consumo o fuerza de trabajo. En la economía con especialización, pero sin dinero, de la costa, el cobro de impuestos se hacía más complicado. Algunas páginas divertidas de la novela describen los esfuerzos exitosos de evasión de impuestos en la costa, los que llevan al Estado inca a conformarse con cobrar impuestos en la forma de la provisión de bienes suntuarios para la élite.

En el Tahuantinsuyo, la élite se beneficiaba del trabajo forzado de sus tierras por los yanaconas, así como las élites de otras civilizaciones se beneficiaron del trabajo de esclavos (como en Grecia clásica o Roma) o de siervos de la gleba (como en la Europa feudal). El crecimiento de la élite, dado el modo peculiar de sucesión política del imperio, llevó a la necesidad de una continua expansión militar para capturar más tierras y siervos.  Este crecimiento constante de la carga que significaba la élite, que puede haber contribuido a la guerra fratricida que precede a la conquista, de alguna manera recuerda la tesis de Mancur Olson (en The Rise and Decline of Nations, Yale University, 1982) acerca del rol creciente de los grupos de interés en procesos de estancamiento económico.  Un episodio en la novela retrata la corrupción de la élite, interesada en extraer más recursos que lo que la política oficial les permitía.

Finalmente, es interesante encontrar en la novela una descripción del rol que jugó en la captura y eventual asesinato del Inca la desorientación del propio Inca respecto de las motivaciones y comportamiento estratégico de las huestes españolas. Dicha desorientación se manifiesta entre otros momentos en las partidas de ajedrez que el Inca juega con Hernando de Soto, y en las que el Inca confunde las convenciones del ajedrez y la estrategia militar española.  La desorientación de personajes de alto estatus social, como el Inca, puede ser una estrategia exitosa para forzar a los subalternos a comportarse de cierta manera, tal como lo describe por ejemplo Michael Chwe en Jane Austen, Game Theorist (Princeton University Press, 2013), pero es una estrategia sumamente riesgosa cuando el otro jugador no es un subalterno.  Para el Inca, al menos en el relato de El Espía, la mezcla de soberbia y vanidad resultó fatal.

Hay una creciente literatura económica acerca de los efectos de largo plazo de eventos del pasado remoto.  Dos artículos recientes sobre la influencia en el presente de eventos ocurridos en el Tahuantinsuyo y la conquista y coloniaje vienen a mente.  En “Long Term Effects of the Inca Road” (NBER, 2021), Ana Paula Franco, Sebastián Galiani y Pablo Lavado encuentran que la proximidad a lo que fue la red de caminos del Inca tiene aun hoy en día efectos positivos sobre el desarrollo, tal como puede medirse usando indicadores de nivel de vida. En “The Persistent Effects of Peru’s Mining Mita” (Econometrica 78, 1863–1903, 2010), Melissa Dell encuentran que la mita colonial, el sistema colonial de trabajo forzado en las minas de Perú y Bolivia, tiene aun hoy en día efectos perjudiciales sobre el desarrollo, usando indicadores parecidos.  Tal vez esta literatura económica, como la novela de Dumett, termine por influir en la cultura en el sentido descrito arriba—la manera como recordamos, sentimos y entendemos las luces y tragedias de la historia del Perú, y la manera como nos comportamos a la luz de ese entendimiento.

 

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[1] Agradezco conversaciones con Roberto Chang, Edmundo Murrugarra, Armando Morales, Gonzalo Salinas y Gonzalo Pastor.

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