Piketty versus la desigualdad en el Perú

Ilustración: The Wall Street Journal.

 

 

Thomas Piketty, francés, profesor de economía, publicó recientemente un libro monumental que continúa la saga iniciada por su anterior obra, Capital en el siglo XXI, el best seller internacional que analizó la tendencia reciente del ingreso personal y el capital financiero en distintos segmentos de todo el rango socioeconómico de Francia, EE.UU. y otros países desarrollados. El concepto principal del nuevo libro de Piketty, Capital e ideología, no revelado por su título, es la desigualdad económica. En el contexto político actual del Perú, parece pertinente considerar los argumentos plasmados en este libro de uno de los expertos en desigualdad más famosos del mundo. Las 1,141 páginas de texto, tablas y notas a pie de página en su versión en inglés implican que leer con pausa Capital e ideología puede representar prohibitivo para los lectores de esta reseña. Por ello, estas breves líneas podrían servir de estímulo y atajo—y quizá de advertencia.

Advertir al lector sobre la orientación de una obra es labor principalísima de un autor. La carta de presentación más directa de Piketty era su libro anterior, que había recibido amplia cobertura en la prensa y en círculos intelectuales. Pero un aviso más importante debió consistir en esclarecer la ideología del propio autor desde el principio. Resulta extraño que un libro que menciona la palabra “ideología” en el título no revele con transparencia la tienda de campaña a la cual pertenece el propio Piketty. Esa afiliación o afinidad está bien documentada en otras fuentes que posiblemente no son consultadas por el lector ocasional de libros, que hojea sin fijarse atentamente en los detalles antes de emprender su lectura. Así, la biografía ideológica del autor no es secreta: en 2007, Piketty fue consejero de la candidata del Partido Socialista de Francia para la presidencia, y en 2015 formó parte del comité económico consultivo en el Reino Unido del máximo funcionario laborista de oposición al régimen del conservador David Cameron. Dos páginas antes del final del libro, vale decir, luego de más de mil páginas de argumentación, Piketty admite: “I was initially more liberal and less socialist than I am now”. La advertencia tardía no agrega casi nada, pues el libro revela de distintas formas la ideología de Piketty, tanto en pasajes específicos como en la orientación general de su argumentación.

¿Cuál es el argumento central de Capital e ideología? Primero, que la desigualdad económica existe hoy y ha existido siempre en todas las sociedades, pero que, para subsistir, esa desigualdad ha requerido justificaciones de corte ideológico en cada sociedad. Segundo, que una razón para la desigualdad económica actual ha sido la pobre implementación de políticas tributarias más progresivas (con tasas impositivas más altas), sumadas a un rol estatal muy activo en la economía a través del gasto social. El fracaso del comunismo soviético en el siglo XX es juzgado por Piketty como una excusa que los regímenes de derecha aducen para persuadir al electorado sobre la deficiencia intrínseca de los planes de izquierda. Más aún, Piketty argumenta que los partidos de izquierda, al no haber cumplido su misión básica de lograr una mayor redistribución, han estado dejando de lado en décadas recientes al individuo menos educado, convirtiéndose así en partidos de los intelectuales más ilustrados alrededor del mundo.

Con miras a resolver las desigualdades económicas profundas en diversas sociedades, especialmente en Europa, Piketty insiste en la importancia de una tributación progresiva, que imponga tasas de impuestos más y más altas al ingreso, a la riqueza, a las herencias y al consumo de carbono de los segmentos más acomodados o privilegiados de la sociedad. Como contraparte, los fondos recaudados por esa vía servirán, según el autor, para ser redistribuidos entre los menos afortunados, que podrían recibir un fondo individual al cumplir los veinticinco años de edad que sea tan considerable que les permita emprender un negocio, comprar una casa, o tomar decisiones equiparables—todo ello gratis. Los capítulos finales del libro esbozan la silueta de este nuevo socialismo participativo ideado por Piketty para llegar a una mejor redistribución económica que cierre la brecha de desigualdad entre ricos y pobres en los países que él y su equipo de investigadores analizaron, tales como Francia, EE.UU., el Reino Unido, India o Brasil.

¿Cuán riguroso es el método de investigación de Thomas Piketty para fundamentar sus argumentos? Dos son los caminos que él utiliza: el análisis de información cuantitativa detallada recolectada por su equipo de investigación en diversos países y la lectura de la literatura científica y de ensayo en diversas ciencias sociales. En ambos frentes, su cobertura parece ser amplia y detallada. Dado el prestigio académico del autor y la transparencia de sus fuentes, es razonable pensar que el análisis descriptivo está bien conducido en las secciones beneficiadas por una mayor información estadística. Sin embargo, a pesar de ser persuasivo, el análisis cuantitativo que realiza Piketty no es ni puede ser conclusivo. De hecho, en el libro se hace muy poca referencia a la econometría causal, cuya labor es explicar de manera convincente las tendencias cuantitativas. Las series de tiempo macroeconómicas asociadas a la desigualdad pueden tener un sinnúmero de causas. Especular sobre ellas es un ejercicio interesante para una audiencia de divulgación, pero no suficientemente convincente para llegar a la verdad.

Y la verdad de fondo sobre los temas que Piketty toca es muy compleja. Resulta decepcionante que él evite confrontarla de manera más contundente.

En específico, en el libro hay temas recurrentes y ausencias notorias que sugieren que la historia de Piketty no cuadra del todo. En primer lugar, el mismísmo concepto de desigualdad no se encuentra definido ni explicado en Capital e ideología de forma que demuestre por qué importa para un individuo. Como todo economista sabe, en microeconomía los efectos de primer orden son los efectos precio e ingreso, y no los efectos de desigualdad respecto al vecino. Pero en el libro de Piketty, la envidia se menciona a la ligera en la página 464, a pesar de constituir uno de los motivos probablemente más fuertes que hacen de la desigualdad un fenómeno candente. Además, agregando a su mutismo conceptual, Piketty hace referencia casi nula al enorme progreso de la sociedad en aliviar la pobreza en décadas recientes. Si el individuo consume más y posee más hoy que hace unos años, no es obvio que deba sentirse peor al ver que su consumo no es tan alto como el de otros ciudadanos: hay mecanismos de segundo orden que no son económicos en esa dinámica.

En segundo lugar, el tratamiento asimétrico por parte de Piketty de Rusia y China—sumamente duro con una, pero sumamente blando con la otra—revela un sesgo notorio, que a la sazón coincide con la diferente orientación ideológica actual de esas dos potencias mundiales. Es sorprendente ver a Piketty definir la situación política de China como una democracia intermediada por un partido. En tercer lugar, el materialismo y la superficialidad del tratamiento sobre la Iglesia Católica y otras instituciones religiosas en términos del poder económico tripartito que existía en sociedades medievales dejan de lado otros fines buscados por esas organizaciones: fines espirituales que no pueden ser entendidos por quienes miran todo de manera economicista. En cuarto lugar, el profundo desprecio a Ronald Reagan y su influencia política y económica en EE.UU. desde 1980, poco fundamentado por los datos provistos en el propio libro, y poco validado respecto al descalabro económico de EE.UU. heredado por Reagan del gobierno demócrata anterior al suyo.

¿Debe entonces imponerse mayor tributación a los que más ganan y más tienen? Piketty comparte con los lectores del libro su profunda animadversión hacia la élite económica que, en su visión, captura la riqueza mayoritaria de los países de manera injusta. Sin embargo, repartir la riqueza de unos para darla a otros es un experimento social muy delicado. En ninguna parte del libro se esbozan los argumentos microeconómicos más básicos sobre cómo reaccionarían los emprendedores ante un nuevo sistema de tributación que gravara anualmente con impuestos de 90% la riqueza de los más exitosos. El futuro Jeff Bezos del mundo socialista de Piketty, antes de hacer crecer a su futura Amazon, deberá calibrar si le conviene generar tantas ganancias que llegue a tributar 90% de ellas al estado. Por su parte, analizar la riqueza—o el acumulado del excedente del productor—sin considerar sus encadenamientos positivos con otros impactos productivos y sin cuantificar el excedente del consumidor es limitante y poco científico. En general, la redistribución ha sido estudiada durante décadas. La propuesta de Piketty agrega nuevos datos e ideas que deben calibrarse con prudencia.

Las propuestas en Capital e ideología han sido formuladas en contextos nacionales algo distintos del Perú. Antes de ensayar su adaptación a estos lares, conviene conocer bien la realidad local. En un país que ya sufrió los estragos de una reforma agraria ideologizada, un país en el que el grueso de la población no declara impuesto a la renta, y en el que una fracción incluso no paga los arbitrios y tasas más básicas que corresponden al uso de bienes públicos, pensar en un sistema de redistribución puede parecer atractivo para muchos. Pero antes de imponer, quizá sea más útil primero diagnosticar la realidad y contrastar los principios guía que mueven a los distintos partícipes de la vida económica, y ver cómo reaccionarían si el sistema de reglas cambiara. Si ese diagnóstico es honesto y si los principios guía de quienes gobiernan emergen de lo que realmente desea la población—su propia prosperidad—, los planes de acción tributarios y sociales no serán una sorpresa.

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