Por Graciela Teruel, EQUIDE
El COVID-19 llegó a México a principios del 2020. Las confinaciones comenzaron en marzo y continuaron en abril y mayo y con ellas efectos importantes en términos de bienestar de la población. El Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad (EQUIDE) ha llevado a cabo un monitoreo mensual desde abril 2020 y bimensual a partir de agosto del mismo año para tratar de dar seguimiento a los cambios en indicadores de bienestar a los largo del tiempo que incluyen información sobre ingresos, empleo, seguridad alimentaria y salud mental principalmente. Dicho monitoreo nos ha permitido identificar que la pandemia puede ser denominada como sindemia en el sentido que se tienen efectos simultáneos no solo en salud, sino también en economía al mismo tiempo que se afectan dimensiones como la educación, el estado de ánimo, la alimentación entre otros. La crisis ha pegado a ricos y a pobres; a hombres y a mujeres; al norte y al sur. Sin embargo, hemos identificado a ciertas subpoblaciones que han sido más fuertemente azotados por la crisis: sector turismo; los trabajadores informales; las mujeres; los hogares con niños, niñas y adolescentes y cuyos efectos serán de más largo alcance.
Dentro de los resultados encontrados durante el primer año de análisis se encuentra una recuperación evidente en los datos de empleo. En mayo 2020 la tasas de desocupación estimadas se fueron al cielo, alcanzando niveles de 15.5% lo que equivalía a más de 8 millones de personas fuera del mercado laboral, mientras que en mayo de este año, este indicador cayó a 5.9%. Esta tendencia pudiera parecer favorable a simple vista. Sin embargo, no ha venido acompañada de mejoras sustantivas en los ingresos. Para mayo 2021, más de un año después de que azotó la pandemia, uno de cada dos hogares en estratos económicos bajos o medios había perdido más del 50% de sus ingresos y aún no los había recuperado. Aunado a ingresos bajos y empleos precarios, se encuentra el hecho que los hogares no han recibido apoyos del gobierno. Según la cifras de la ENCOVID-19, uno de cada dos hogares en estratos socioeconómicos bajos no ha recibido transferencias o beneficio alguno del gobierno durante el último año, mientras que uno de cada 5 hogares los estratos altos ha recibido apoyos, sobre todo monetarios.
¿Cómo, entonces, han afrontado los hogares esta crisis? ¿Qué han hecho para poder hacerle frente a las necesidades? Uno de cada 4 hogares en México ha dejado de pagar deudas o ha dejado de pagar servicios (como por ejemplo, la electricidad o la renta). Cuatro de cada diez ha solicitado préstamos a familiares o amigos, con una tendencia creciente y preocupante en los últimos meses. Este tipo de estrategias, informales en muchos casos, ponen en riesgo el patrimonio de los hogares no solo a corto sino a mediano plazos y los deja frágiles para enfrentar los retos venideros. De la misma forma, una de las necesidades más apremiantes que han asumido los hogares que han tenido alguna persona con síntomas del COVID, es el hecho de que han tenido que gastar montos importantes de su bolsillo para hacerse cargo de los gastos relacionados con la enfermedad. En mayo 2021, en promedio 15% de la población erogó más del 50% de su ingreso anual para cubrir sus gastos de salud relacionados con el COVID. Estos resultados refuerzan el hallazgo que de los hogares se han empobrecido y se encuentran expuestos, comprometiendo su futuro y su viabilidad económica.
En temas no económicos, los hogares han padecido de forma muy importante en tres temas que quisiera resaltar. Primero el relacionado con el acceso a una alimentación adecuada y nutritiva. El porcentaje de hogares que ha tenido acceso a una buena alimentación de calidad bajó considerablemente durante los primeros meses de la pandemia y los niveles pre-pandemia no se han recuperado. Sin embargo, lo verdaderamente preocupante es qué le está pasando a la población que no accede. Cuatro de cada diez tiene preocupación por no acceder a alimentos; 2 de cada 10 dice no tener alimentos con calidad y 14 de cada 100 padece hambre. Para los sectores de bajos ingresos, el porcentaje que padece hambre o consume alimentos sin calidad son el 25%.
Segundo, en el tema de salud mental, los hallazgos no tienen precedentes. Casi un tercio de la población ha presentado síntomas severos de ansiedad a lo largo de todo el primer año de la pandemia. Los síntomas se agravan en el caso de las mujeres y de la población en estratos socioeconómicos bajos. En relación a depresión, durante el 2020, uno de cada cuatro mexicanos presentaron síntomas de depresión, siendo casi el doble de severos para los de estratos socioeconómicos bajos en relación con la población de estratos socioeconómicos altos.
Si bien es difícil tener indicadores provenientes de encuestas poblaciones que midan la salud mental de los niños, contamos con indicadores que muestran que la pandemia ha generado afectaciones severas en los comportamientos observados en los niños, niñas y adolescentes (NNA). En la ronda de mayo 2021, por ejemplo, 1 de cada 4 encuestados reporta que en su hogar hay al menos un niño o niña con incremento de agresividad o terquedad; mientras que 1 de cada 5 dice que en su hogar hay al menos un niño o niña con tristeza o falta de ánimo. En septiembre de este año, los niños regresaron a las aulas. Más allá de tener protocolos adecuados para evitar el contagio, me pregunto si tienen los protocolos apropiados para tratar y manejar adecuadamente los temas de conducta derivados de problemas emocionales importantes. ¿Cuentan las escuelas con el personal para atender estos temas? ¿Cuenta el estado con infraestructura suficiente para ofertar servicios especializados en caso de que los niños sean referidos a tratamientos más especializados?
Tercero, en el tema de educación, los niños pasaron más de un año en aulas virtuales. 14% de hogares con NNA de 4 a 17 años reportaron que al menos un menor había dejado de estudiar durante el ciclo escolar en curso, la mayoría de las veces por motivos económicos. En 9 de cada 10 casos los NNA pudieron continuar con sus clases a distancia. En este grupo de hogares, 70% considera que el aprendizaje ha sido peor en comparación con las clases presenciales. En este contexto, los niños regresan a clases con rezagos. ¿Qué planes de regularización se están aplicando? ¿qué diagnóstico tiene el gobierno acerca del aprendizaje adquirido durante la pandemia? ¿Cuánto tiempo tardarán los niños en recuperarse—si acaso? Y si no hay recuperación, ¿cómo se traducirá este rezago en la productividad en el futuro de los afectados?
La pandemia ha repercutido de forma desigual en la población. Ha empeorado la equidad; las brechas de desigualdad se han ampliado. Debemos tener cuidado cuando interpretamos los indicadores económicos que prometen la salida del estancamiento. No se hagan bolas, los efectos negativos y perversos que ha dejado la crisis se deben atender. Sin ayuda, sin políticas públicas adecuadas las secuelas se dejarán sentir por años por venir.