Nos imaginamos qué pasará la próxima semana, el próximo año, o el 2225—un futuro virtual, construido con deseos, profecías y ensueños. Este futuro virtual puede influir en el futuro efectivo, como las profecías auto cumplidas, pero el futuro efectivo eclipsará al virtual con la misma seguridad con la que el día de mañana eclipsará al de hoy. (D. Mitchell, Cloud Atlas)
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El 28 de Julio de este año coinciden el bicentenario de la declaración de independencia del Perú con la juramentación del nuevo presidente y vicepresidente, así como del nuevo congreso. Todo indica que el próximo presidente será Pedro Castillo, quien presentó una posición de extrema izquierda en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, y una posición más moderada en la segunda vuelta, en la que buscó y obtuvo, en algunos casos a regañadientes, el apoyo de otros sectores de la izquierda y el centro. ¿Qué oportunidades y peligros presenta la inminente administración de Pedro Castillo para la economía del Perú? Voy a intentar contestar esta pregunta proponiendo tres posibles escenarios.
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En el primer escenario, Pedro Castillo y el partido que lo apoya, Perú Libre, logran tomar el control efectivo de la política económica y darle un giro radical. Este primer escenario es posible si la crisis sanitaria es manejada de manera más o menos razonable, y si los precios de los minerales se mantienen a niveles suficientemente altos, de manera que el ejecutivo tenga espacio de maniobra en términos de popularidad y recursos fiscales. En este escenario, tal como promete el Plan Bicentenario[2], la administración de Castillo se embarca en prohibiciones a las importaciones “que afectan a la industria nacional y al campesinado, en especial a confeccionistas, industria de calzado, ganaderos lecheros y otros” (p. 8). Al proteccionismo, se añade la intervención más o menos arbitraria del estado en la economía, asignando crédito de manera selectiva (p. 8), interviniendo en cualquier sector de la industria que a juicio de la administración sea un oligopolio (p. 8), revisando la propiedad de la tierra en cualquier caso que la administración considere acaparamiento (p. 9), e implementando subsidios a la luz, el agua, internet, etc.
En el fondo la ideología de Perú Libre es el extractivismo. En términos simplificados, el Perú es un país rico porque tiene minerales, y en el Perú hay pobres porque unos cuantos se apropian de la riqueza de los minerales. La labor del estado es repartir la riqueza de los minerales. En esa misma línea, la tierra es rica, pero los campesinos son pobres porque los precios son bajos; no se puede confiar en que el mercado fije los precios. En cierta medida, el extractivismo es una profecía auto cumplida porque destruye otras fuentes de riqueza diferentes a la renta de los minerales. La intervención selectiva en la economía no solo es acorde con esta ideología son que es conveniente desde el punto de vista de la supervivencia política, porque efectivamente implementa el clientelismo desde el aparato del estado. Además, la intervención selectiva permite premiar a los “empresarios amigos” y castigar a los “empresarios enemigos”, remplazando la competencia económica por la competencia por favores. buscando la supervivencia política, además, y al estilo de AMLO en México, el gobierno y sus voceros harán énfasis permanente en cuán corrupta es la oposición y por ende los otros partidos representados en el congreso.
La previsible oposición del congreso será circunnavegada mediante la convocatoria a una asamblea constituyente (prometida en la p. 12). Esto no está aun en el libreto, pero si el gobierno tiene mayoría en una asamblea constituyente, podría decidir cerrar el congreso. Para el sector más duro de Perú Libre, la libertad de prensa, los derechos humanos, la igualdad de género, el cuidado del medio ambiente, etc., son, en las palabras inmortales de uno de nuestros congresistas electos, “pelotudeces democráticas”. Para este sector, que se ve a sí mismo en términos leninistas como la vanguardia, los otros sectores de izquierda y centro que se sumaron a la campaña de Pedro Castillo en la segunda vuelta son solo invitados y por tanto son, en su momento, prescindibles.
El Ideario de Perú Libre cita los Sofismas Económicos de Frédéric Bastiat: “Cuando el saqueo de convierte en un modo de vida para un grupo de hombres que viven en sociedad, estos crean para sí mismos, en el transcurso del tiempo, un sistema legal y un código moral que lo autoriza”. La ironía no intencional aquí es que el Ideario de Perú Libre es un documento sumamente estadista, en tanto que Bastiat considera que la politización de la economía es una forma de saqueo, y propone como alternativa la competencia y el libre mercado.
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En el segundo escenario, la pugna con el congreso, la oposición de las clases medias y profesionales que han ganado mucho las últimas décadas, y las propias dudas y temores del equipo técnico que Pedro Castillo ha sumado durante la campaña de la segunda vuelta evitan un giro extremadamente radical. Si hay un manejo razonable de la crisis sanitaria (ojalá), el gobierno tendrá algo de margen de maniobra y aprenderá a convivir con la oposición. Los acuerdos con la oposición pueden consistir en medidas de corte más o menos populista, como presionar al Banco Central para que ajuste hacia abajo los topes a las tasas de interés, reformas parciales del sistema de ahorro privado, proteccionismo selectivo con los sectores premiados elegidos a veces por el presidente y a veces por el congreso (incluyendo por ejemplo los productores de papa de la sierra central), la creación de alguna empresa pública que satisfaga el ego y las ganas de hacer algo de unos y otros, por ejemplo una aerolínea de bandera—los políticos aman las banderas y las aerolíneas.
El carácter de este segundo escenario es el continuismo. Una cierta prosperidad no es imposible a pesar del probable desmanejo fiscal usualmente aparejado a la pugna entre poderes si los precios de los minerales están altos y si el gobierno tiene éxito renegociando algunos de los contratos con las empresas mineras. Los recursos seguirán fluyendo hacia los gobiernos locales y regionales, con escasa capacidad de inversión. El congreso y el presidente seguirán complotando uno contra el otro con las armas que les da la constitución: las censuras a los ministros, la amenaza de la vacancia presidencial, la amenaza de la disolución del congreso. El país seguirá a la deriva.
En este segundo escenario, mantendremos la democracia y el esqueleto de la economía de mercado, pero perderemos el tiempo o incluso retrocederemos en indicadores como pobreza, mortalidad infantil, esperanza de vida, etc. La desilusión, en el peor de los casos, puede llevar a una radicalización de grupos de ciudadanos en ambos extremos cuya aceptación de las reglas de juego democráticas es precaria.
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En un tercer escenario, la elección de Castillo puede ser una oportunidad. El próximo gobierno no está endeudado a las mismas coaliciones distributivas y grupos de interés que los anteriores. Esto permite realizar algunas reformas que hubiesen sido bloqueadas por dichos grupos. Por ejemplo, el sistema de pensiones privado es un oligopolio protegido. Los ciudadanos merecen tener acceso a una oferta más variada y amplia de instrumentos de ahorro; el camino hacia adelante aquí consiste en eliminar las barreras de entrada a la competencia de otras instituciones privadas, no en reconcentrar las pensiones en manos del estado. Una reforma tributaria puede estar también más cerca de la realidad.
Además, de manera paradójica, el gobierno de Castillo puede tener mayor credibilidad para efectuar reformas que mejoren la eficiencia y en las que las motivaciones de otras organizaciones políticas podrían ser sospechosas. Por ejemplo, la asignación geográfica del canon minero a gobiernos locales y regionales parece obedecer a una lógica defensiva (evitar paros y protestas), más que a una lógica de inversión en bienes públicos e infraestructura, la que requiere cierta coordinación a nivel nacional. En general, el proceso de descentralización del gasto público merece ser revisado. La introducción de la evaluación de los maestros como parte de una reforma duradera de la educación es probablemente inviable sin la participación de los propios maestros, quienes puede ver en un gobierno de Castillo un interlocutor más creíble. Estas reformas contenciosas requieren que el gobierno de Castillo tenga imaginación, capacidad para escuchar, y más ambición por mejorar la vida de los peruanos que por persistir indefinidamente en los cargos públicos o generar rentas para su propia base.[3]
Finalmente, la adopción de algunas políticas de estado requiere de un gran acuerdo, incluyendo a quienes se sienten representados hoy en día por el futuro gobierno. Una idea que requiere de este tipo de acuerdo es la de formar un fondo soberano para administrar las ganancias extraordinarias por la explotación minera en el sentido de inversión en las generaciones futuras. Los usos de este fondo podrían incluir mejorar la calidad de la educación y la salud pública, así como afrontar los retos del cambio climático y la protección del medio ambiente.[4] En el plano constitucional, el desarme mutuo del legislativo y el ejecutivo, eliminando o haciendo extremadamente difícil la censura ministerial, la vacancia presidencial y la disolución del congreso, y otros ajustes a la estructura política del estado, requieren también de un gran acuerdo para que estén guiado por el interés nacional y no por el interés de corto plazo de quien se sienta hoy en un poder o el otro. Un gran acuerdo sobre políticas de estado requiere de la buena voluntad y el esfuerzo no solo del ejecutivo sino también de los movimientos políticos representados en el congreso.
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Las elecciones presidenciales las ha ganado, por un margen muy estrecho, pero claro (o al menos tan claro como la elección presidencial anterior), Pedro Castillo.[5] A este punto, en vez de seguir litigando el pasado, conviene pensar en el futuro. Se abren en este momento varios escenarios. A quienes les preocupa, sobre todo, el corto plazo, les debe interesar sobre todo el segundo escenario—el escenario continuista, que es desde luego el escenario más probable. En esta lógica, lo que importa es defender la independencia de los equipos técnicos en el Banco Central de Reserva y en el Ministerio de Economía y Finanzas, y evitar que la pugna entre poderes no derive en inestabilidad macroeconómica.
¿Por qué preocuparnos de los otros escenarios, menos probables? Por que las pesadillas y los sueños que contienen pueden servir como advertencias, y como alicientes. Movernos en la dirección del tercer escenario requiere de una reconciliación entre los ciudadanos, después de una campaña amargamente disputada. Las llaves de ese escenario las tiene no solamente el futuro gobierno, ni tampoco el gobierno y la oposición, sino también la ciudadanía.
Quiero creer que cuando haya que elegir si acaso entre ideales políticos y el bienestar de las personas de carne y hueso, cuando cante el gallo, por decirlo en términos evangélicos, o a la hora de los loros, como se dice en el Perú, Pedro Castillo elija por el bienestar de los muchísimos peruanos que confiaron en él—y de los muchísimos peruanos que no confiaron en él—con su voto. Pero independientemente de la disposición personal de los políticos ganadores y perdedores de la jornada electoral, en última instancia el único sustento fiable de las libertades políticas y económicas consiste en una opinión pública vigilante, educada, y tolerante.
[1] Agradezco comentarios y sugerencias de Roxana Barrantes, Roberto Chang, Armando Morales y Gonzalo Pastor, sin implicarlos.
[2] El Plan Bicentenario es el plan que presentó Perú Libre durante la segunda vuelta, disponible en https://perulibre.pe/plan-bicentenario.pdf, e intencionalmente más moderado que el plan original, el llamado Ideario y Programa de Perú Libre, disponible en http://perulibre.pe/wp-content/uploads/2020/03/ideario-peru-libre.pdf.
[3] La idea de que los gobiernos de cierta tendencia pueden tener mayor credibilidad para llevar a cabo reformas de signo aparentemente contrario está desarrollada en un artículo que escribí con Aki Matsui en Journal of Public Economic Theory (2002).
[4] He escuchado esta idea de varios colegas, entre ellos Roxana Barrantes y Roberto Chang.
[5] Modelos de voto estratégico (por ejemplo mi artículo con Helios Herrera en Theoretical Economics, 2006), predicen que las elecciones con ese grado de entusiasmo llevan precisamente a márgenes electorales estrechos.