Presidencia acaba de circular un nuevo PowerPoint con gráficos que mostrarían lo bien que lo ha hecho Chile al enfrentar la pandemia. El documento es un compendio de cómo seleccionar indicadores y fuentes para dar el mensaje deseado, aun si este no refleja la realidad, un homenaje al célebre libro “Cómo mentir con estadísticas”, publicado en 1954 por el periodista Darrell Huff.
Según el documento del Gobierno, Chile está en el octavo lugar, entre más de un centenar de países, en el esfuerzo fiscal para aminorar los efectos de la pandemia, con un 12,2% del producto destinado a “gasto adicional o ingreso no percibido durante la pandemia”. La fuente es seria, el FMI, pero hay un detalle. En el caso de Chile no se usan las cifras del FMI, sino las del Ministerio de Hacienda que incorporan recursos que se planea agregar. Una comparación válida es usando los datos del FMI para Chile también, los cuales dan un 8,2% y nos dejan en el lugar 28.
También según el documento, Chile es el tercer país con menos muertes por covid-19 entre los diez países de Sudamérica. La fuente es un trabajo bastante desconocido, de Karlinsky y Kobak, que prácticamente nadie ha usado antes para hacer estas comparaciones. Las fuentes habituales son Our World in Data, Worldometers o la Universidad de John Hopkins. Al encontrarse con una fuente conveniente, los creativos del Gobierno se toparon con un problema: Karlinsky y Kobak no incluyeron a Argentina, Paraguay y Uruguay. ¿Solución? La presentación del Gobierno recurre a una de las fuentes habituales (Worldometers), pero solo para estos países. ¿Qué habría pasado si hubieran usado Worldometers para toda Sudamérica? Chile habría caído a la mitad de la tabla y quedado en quinto lugar. ¿Y si nos comparamos con todo el mundo? Chile queda en el lugar 129 de 157 países (considero solo países con al menos un millón de habitantes; quedamos peor si los considero todos). Solo 28 países han tenido más muertes por millón de habitantes que Chile, según las fuentes utilizadas habitualmente para estas comparaciones, algo muy distinto a lo que sugiere la gráfica del documento.
En uno de los capítulos clásicos de “Cómo mentir con estadísticas”, se describen los principales trucos para que las gráficas lleven a interpretaciones erróneas. Estirar los ejes, de modo que pequeñas diferencias parezcan grandes, es una opción que ya utilizó el Presidente en la última campaña presidencial.
El ministro Paris hizo una contribución a este glosario de trucos hace un par de semanas, introduciendo la escala logarítmica cuando se desea minimizar la caída en un indicador. En la conferencia de prensa del 22 de abril afirmó que “generalmente se repite y sin base científica y sin ninguna publicación, que Chile ha disminuido su velocidad de vacunación, y no es así”. A continuación mostró una gráfica con vacunaciones diarias afirmando que “Chile mantiene su velocidad de vacunación estable. No ha habido ni una disminución en la velocidad de vacunación”. La gráfica usaba la escala logarítmica para que no se notara la caída en el ritmo de vacunación. En realidad, el número de dosis administradas semanalmente había caído a la mitad. Al día siguiente el ministro intentó una excusa: “Ayer cometí un error, porque presenté un gráfico, no sé si lo alcanzaron a ver, logarítmico, en vez de matemático”. La mayoría de la audiencia no tenía cómo entender de qué se estaba excusando. Luego esbozó una serie de excusas que poco tienen que ver con lo que es un secreto a voces, que el Gobierno ha tenido problemas para obtener las dosis necesarias.
Cabe preguntarse si la crítica planteada en esta columna es relevante. ¿No es parte de la política presentar los hechos del modo más conveniente a quien los presenta? Algo que hacen todos los gobiernos. ¿Importa realmente exagerar un poco por aquí y tergiversar otro por allá? Son varios los motivos por los cuales me parece que presentar cifras a la medida tiene un efecto nocivo.
El principal es que el Gobierno pareciera creerse lo que comunica, lo cual ha llevado a errores de política importantes. En el balance del 12 de abril, el ministro Paris afirmó que “la vacuna Sinovac es 100% efectiva para evitar que el paciente ingrese a la UTI y fallezca”. Fue el mensaje del Gobierno desde enero en adelante, abundan declaraciones similares del ministro y hasta del Presidente. Con la información disponible en aquel entonces, lo que se sabía es que la eficacia de la Sinovac en prevenir casos graves y muertes estaba entre 55 y 100%. El número de casos graves en el estudio era muy pequeño para tener un valor más preciso, pero el Gobierno optó por transmitir el valor mayor posible. Hace dos semanas, se conoció un estudio de asesores del Gobierno que concluyó que la efectividad de la vacuna era de 80%, al centro del intervalo de valores posibles.
Primero fue en abril del año pasado, cuando el Gobierno creyó que las cuarentenas dinámicas estaban controlando la pandemia y anunció la nueva normalidad antes de tiempo. Luego fue en febrero y marzo de este año, cuando se convenció, sin mayor evidencia, de que el programa de vacunación nos libraría de la segunda ola que estamos viviendo.
Ahora que, al fin, los nuevos casos comienzan a bajar lentamente y los efectos del programa de vacunación se comienzan a notar en la demanda por camas UCI y decesos, es clave no tropezar con la misma piedra una tercera vez. No se deben crear expectativas sobre cuán rápido volveremos a la normalidad que suponen una efectividad mayor de nuestro programa de vacunación de la que realmente tiene. Insisto, el principal acierto del Gobierno en el manejo de la pandemia fue asegurar un número importante de vacunas. Pero con las vacunas no basta, es necesario complementar ese esfuerzo con una serie de medidas donde se puede hacer mucho más y para eso es importante partir por convencerse (y comunicar) que las cifras son lo que son y no lo que uno quisiera que fueran.