En un curso de introducción a la economía se la definiría como la fuerza del mercado, ese punto donde convergen las curvas de demanda y oferta. En cursos más avanzados, iluminaría la teoría del equilibrio general, incluso los teoremas del bienestar asociados al óptimo de Pareto. Para alguien más devoto, sería simplemente la mano de Dios. Y para aquellos que buscan teorías de la conspiración, la mano ensangrentada de Macbeth después de llegar al poder. En fin, hay decenas de interpretaciones. Pero la realidad es diferente.
Adam Smith nos dice que las personas, motivadas por su propio interés, frecuentemente promueven —sin saberlo, ni buscarlo— el interés de la sociedad. Para cumplir este fin, parecieran ser guiadas por una mano invisible. A algunos les cuesta aquilatar la importancia de la libertad personal. A otros, entender el sentido moral de lo propio. Y hay paladines del laissez faire que no leen el “frecuentemente”. La economía y las instituciones —la justicia, por ejemplo, el lenguaje e incluso las pensiones— están en un permanente proceso de adaptación, colaboración y descubrimiento cuyos resultados pueden ser inesperados. Basta ver lo que ha sucedido con el polémico retiro del 10%.
Partamos por algunos hechos. En 1981 se realiza la reforma al sistema de pensiones. Pasamos de un engorroso e ineficiente sistema de reparto a uno de capitalización individual. Nuestro sistema de reparto, que exigía aportes a los trabajadores, los empleadores y el Estado, era administrado por unas 35 cajas de previsión. Existían cerca de 200 regímenes previsionales diferentes. Y la tasa de cotización rondaba el 20%. Ahora existen administradores privados, cotizan los trabajadores y solo el 10%, una cifra muy por debajo de lo razonable.
Nuestro sistema fue lenta y gradualmente mejorando. El año 2002 se incorporaron los multifondos. Y en 2008, el actual pilar solidario. En total, se han realizado unos 40 cambios al DL 3.500. Las comisiones Marcel (2006) y Bravo (2015) hicieron su pega. Y hoy nuestro sistema combina tres pilares: ahorro obligatorio, voluntario y solidario.
Una mayoría abrumadora —sobre el 90%— apoyaba la idea del retiro del 10%. Se aprobó. Y la mano invisible entró rápidamente a jugar. Para implementar el reparto, solo piense en la colaboración y coordinación que significó para una serie de instituciones. Y cuando todos somos keynesianos, vemos cómo el consumo y la inversión aumentan la demanda agregada. Pero también habrá ahorro e inversión (un 56% de las personas que han solicitado sus fondos así lo harán). Y quienes promovían un nuevo sistema de reparto, la solidaridad con lo ajeno o una estatización de los fondos han visto cómo la gran mayoría valora su propiedad. El interés propio ha surgido con fuerza. De hecho, una mayoría prefiere que la cotización adicional vaya a su cuenta personal. Y solo una minoría apoya un sistema de reparto. Por si fuera poco, la alicaída imagen de las AFP ha mejorado. Ya no son ladrones, sino custodios de lo propio.
Hace ya mucho tiempo que el tema de las pensiones es prioritario. Es cierto que las administradoras se preocuparon demasiado de la bencina, y no del camino por el cual avanzaba este vehículo. Pero también es cierto que han hecho un gran trabajo administrando los fondos de pensiones. Y ahora repartiendo parte de nuestros ahorros.
Con el retiro se abre una urgente oportunidad para mejorar nuestro sistema. Tenemos que aumentar la cotización a un 16%. También la edad de jubilación. Incluso podemos pensar en alternativas originales. Ahí está la propuesta del ministro Briones del ahorro vía consumo con cargo a un aumento del IVA. ¿Y por qué no pensar también en un impuesto negativo, donde los más necesitados reciban de los que más ganan?