Una característica notable de la COVID-19 es que, fuera de China, comenzó afectando a los segmentos más acomodados de la población. En América Latina, la mayor parte de los primeros infectados llegaron de Europa y de Estados Unidos. La Argentina, y en particular la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), no fue una excepción. Al 12 de marzo, los 15 casos confirmados de la ciudad habían regresado de estos destinos. No llama la atención entonces que, inicialmente, el virus afectó de manera desproporcionada a las comunas de mayores ingresos, como Palermo (comuna 14) y Recoleta (comuna 2) (ver cuadro 1).
Cuadro 1: Casos por cada 100,000 habitantes en abril 3, 2020, y promedio del ingreso per cápita familiar de los hogares según comuna. Ciudad de Buenos Aires.
Fuente: Casos: Boletín epidemiológico semanal, CABA, 3 de abril 2020; Ingreso per capita: Dirección General de Estadística y Censos (Ministerio de Economía y Finanzas GCBA). EAH 2018.
Pero, si bien la enfermedad empieza por los barrios de mayores ingresos, es solo cuestión de tiempo hasta que los barrios marginales se convierten en focos de contagio y por lo tanto, lugares dónde las autoridades deberán enfocar sus esfuerzos de testeo.
¿Por qué? Para empezar, los habitantes de barrios marginales tienden a trabajar en el sector informal, no tienen ahorros, viven mes a mes, y les resulta más costoso el confinamiento en su hogar. Es menos probable que trabajen en empleos que se pueden realizar en forma remota y, aun si lo hacen, probablemente no cuenten con la infraestructura digital o el espacio físico que les permita continuar siendo productivos durante el confinamiento sin salir de sus hogares. Por lo tanto, es más probable que salgan a trabajar, ya sea en sectores esenciales como transporte público, procesamiento de alimentos o supermercados, en mercados informales de alimentos –grandes focos de contagio en algunos países–, o en otras actividades que los exponen al virus.
Una vez que hay infectados que viven en barrios marginales, es difícil evitar el contagio. Sabemos que el virus se propaga con mayor facilidad en espacios cerrados, incluyendo al interior de los hogares. En las villas y otros asentamientos urbanos, donde la densidad poblacional es mucho mayor que en el resto de la ciudad, la gente tiende a vivir en condiciones de hacinamiento, compartiendo la vivienda con otras familias, y tiene mayor dificultad para practicar el distanciamiento social o aislar dentro del hogar a personas sintomáticas.
Por supuesto, esta situación no es privativa de la Ciudad de Buenos Aires, ni de la Argentina, y ni siquiera de América Latina. Aun en un país como Singapur, que parecía tener controlada enfermedad con un amplio despliegue de pruebas de diagnóstico y tecnologías de rastreo de contactos, emergieron nuevos focos en zonas marginales donde vive la población migrante de bajos ingresos.
¿Como se dio este proceso de migración geográfica del virus en la ciudad de Buenos Aires, de los barrios más acomodados a los de menores recursos?
Hasta mediados de abril, las comunas de mayor ingreso (Palermo y Recoleta, señaladas en azul) lideraban el ranking de casos per cápita, conjuntamente con la Comuna 3. A fines de abril gana prominencia la comuna 7, donde está la Villa 1-11-14 (ahora, Barrio Padre Ricciardelli), y a principio de mayo pasa a liderar el ranking la comuna 1, donde está la Villa 31 (Barrio Padre Mugica). A partir de allí, el crecimiento de los casos en estas dos comunas señaladas en rojo se dispara, superando ampliamente el número de casos confirmados en cualquier otra comuna. Una segunda visualización basada en datos más desagregados por barrio (en lugar de comuna) que muestra los 20 (de un total de 48) barrios con mayor número de casos per cápita comienza dos semanas más tarde, pero confirma el brusco crecimiento de los casos en los barrios de Retiro y Flores, donde se ubican las villas mencionadas. Al 11 de junio, estos dos barrios tenían más de 2700 y 2500 casos, y concentraban el 42% del total de la ciudad, mientras que Palermo y Recoleta concentraban solo el 5%. En tercer lugar en el ranking está el barrio de Barracas (comuna 4), donde se ubica la otra villa más importante por su tamaño, la 21-24.
Que se invierta el número de casos de acuerdo con el ingreso per cápita no es sorprendente. Lo que sorprende es la velocidad con que se ha dado este cambio de tendencia. Parte de la explicación tiene que ver con cambios en los protocolos de testeo. Por ejemplo, al principio de la pandemia, someterse a una prueba de diagnóstico requería haber viajado a alguno de los países más riesgosos, criterio que se abandonó a medida que creció la transmisión comunitaria del virus. Esto hacía que, inicialmente, la mayoría de los tests se concentraran en las comunas de mayores ingresos, cuyos habitantes viajan más.
Pero el factor fundamental tiene que ver con una nueva política de búsqueda activa implementada por el gobierno a través del Ministerio de Salud, a partir del 5 de mayo: el Plan Detectar (Dispositivo Estratégico de Testeo para Coronavirus en Terreno de Argentina). El programa, que en la Ciudad de Buenos Aires se implementa en forma conjunta con el gobierno de la Ciudad, busca ir casa por casa para identificar personas en los barrios populares apenas comienzan a mostrar síntomas, realizar pruebas de diagnóstico de COVID-19 tipo PCR, y aislar por 10 días a aquellas personas afectadas por el virus en hospitales o centros de resguardo. En la ciudad de Buenos Aires, el plan se desplegó primero en la villa 31, que inmediatamente tuvo un salto en el número de casos, y una semana más tarde en la 1-11-14. Actualmente, el programa está activo en 5 villas de la ciudad (incluyendo la 21-24 que ha experimentado una aceleración en el número de casos), y se está considerando extenderlo a barrios de mayores ingresos.
La necesidad de un plan de este tipo queda clara con otro dato: casi el 50% de los testeados en los barrios vulnerables dieron positivo, señal del grado en que se había ido propagando la enfermedad en estos asentamientos en los que, además, la población no tiene el mismo acceso a los servicios de salud que tiene la gente de mayores ingresos. Afortunadamente, hasta ahora, el índice de mortalidad en las villas ha sido bastante menor que en el resto de la ciudad, en parte debido a que la población que vive en estos asentamientos es bastante mas joven (10 años de diferencia) que quienes viven en otros barrios.
De alguna manera, el aumento en el numero de contagios confirmados es reflejo del éxito de este programa. A medida que se vaya desplegando en todo el territorio nacional, el número de infectados en Argentina sin duda va a ir en rápido aumento. Este tipo de políticas de búsqueda activa visibilizan el problema, pero son parte de la solución. Sin duda, implementar estrategias activas de detección y aislamiento de infectados en barrios vulnerables, sobre todo si se implementan en conjunto con organizaciones comunitarias, debería ser un elemento central en una estrategia de combate a la pandemia no solo en Argentina, sino en todo el mundo.