Estamos viviendo el shock más grande al sistema educativo mundial de la historia moderna. Podría ser fácil subestimar la magnitud de este shock. Esta pandemia ha barrido el mundo, cerrando escuelas tanto en países ricos como pobres. Hay que considerar que la cifra alcanzada en el punto álgido del cierre de las escuelas a nivel global a mediados de abril es de 1.800 millones de niños fuera de las aulas. Esto es, casi todos los niños en edad escolar, o el 24% de la población mundial. Este cierre de escuelas no es sólo una larga interrupción de la experiencia académica y social de la educación, sino una marea incierta, que no sabemos cuándo retrocederá realmente.
Los confinamientos necesarios para luchar contra la pandemia están generando una de las recesiones más profundas de la historia, que podrían dejar a muchos niños y jóvenes, en particular a los más marginados, fuera del sistema. Muchos niños y jóvenes tendrán que ingresar en la fuerza de trabajo para ayudar a mantener a las familias, y muchos padres no podrán cubrir los costos mínimos que conlleva la educación, incluso en las escuelas o universidades públicas gratuitas.
Ya hemos vivido antes cierres de escuelas. Muchos países han experimentado en algún momento huelgas o crisis políticas que han cerrado el sistema, incluso durante varios meses. Ya hemos vivido antes profundas recesiones económicas, con fuertes impactos en los presupuestos públicos y en los ingresos familiares disponibles. Pero nunca hemos tenido este doble choque en el sistema educativo: largos cierres de escuelas, seguidos de una profunda recesión económica. Precisamente cuando debemos acelerar el aprendizaje para recuperar el tiempo perdido, cuando necesitamos reimaginar la educación para adaptarnos a una nueva forma de vivir e interactuar, tanto los presupuestos familiares como los públicos, estarán bajo presión. Además, esto está ocurriendo simultáneamente en todo el planeta, lo que significa que la asistencia financiera internacional para apoyar los esfuerzos educativos en los países pobres también está en riesgo (este triple -no doble- choque es discutido por Samer Al-Samarrai y sus coautores aquí).
Para hacer el cuadro aún más sombrío (lo siento), incluso antes de la pandemia el mundo ya estaba viviendo una crisis de aprendizajes. Los niños no estaban aprendiendo lo suficiente. El 53% de los niños no eran capaces de leer y entender un texto simple a los 10 años, como lo muestra el indicador de Pobreza de Aprendizajes del Banco Mundial. Y la crisis de aprendizaje no estaba distribuida equitativamente. En la mayoría de los países de bajos y medianos ingresos, las oportunidades de educación seguían estando definidas por el lugar de nacimiento, por el nivel socioeconómico de los padres y por la riqueza de su familia. El impacto de la desigualdad de oportunidades ahora se multiplicaría y ampliaría.
No cabe duda de que tan sólo el impacto inmediato del cierre de escuelas será una enorme pérdida de aprendizaje y, potencialmente, un aumento del abandono escolar. Afortunadamente (y aquí algunas buenas noticias), los gobiernos están tratando activamente de compensar al menos parcialmente este impacto negativo. En lo que el Banco Mundial denomina en su informe más reciente sobre los posibles impactos de la crisis la primer fase de “Enfrentar la Pandemia”, 140 países han puesto en práctica alguna modalidad de aprendizaje a distancia. 120 países han puesto en práctica estrategias multiplataforma: combinando herramientas en línea, con SMS, radio, TV y distribución de material impreso. En nuestra opinión, el uso de una diversidad de medios es fundamental, ya que las herramientas en línea sólo llegan a una pequeña parte de los estudiantes (aproximadamente el 50% de los estudiantes de los países de ingresos medios y el 10% de los de ingresos bajos tienen acceso a Internet y a un dispositivo). Por lo tanto, se necesitan otras plataformas para llegar a los estudiantes más pobres con contenidos educativos. Sin políticas explícitas para llegar a los hogares más vulnerables, sólo las familias ricas y educadas podrán hacer frente a este shock. Pero la eficacia de estas estrategias de mitigación será parcial. No se puede reemplazar al maestro por la educación en línea, ni se puede reemplazar la experiencia social que se vive en las escuelas. Pero cuanto más se pueda hacer para mitigar el impacto de la crisis, al menos parcialmente, mejor.
En una segunda fase, que el Banco Mundial denomina «Gestión de la continuidad», los sistemas escolares tendrán que manejar un período de alta incertidumbre. El impacto de este shock podría (sólo podría) terminar cuando se desarrolle y administre una vacuna masivamente. Mientras tanto, la vida será muy diferente. Los cierres de las escuelas serán, en algunos casos, por dos o tres meses, y habrá un retorno gradual a las escuelas en los próximos meses. Otros sistemas se reanudarán en septiembre o tal vez más tarde. E incluso cuando los niños vuelvan a la escuela nadie sabe cuánto tiempo llevará la transición, con la posibilidad de una segunda ola de contagio en el hemisferio norte y, por lo tanto, la posibilidad de nuevos cierres.
A medida que las autoridades alivien las restricciones, la asistencia a la escuela dependerá de las actitudes de los padres y de las condiciones de la escuela. Los padres en mejor situación económica pueden tener una buena conectividad en el hogar y acceso a un aprendizaje a distancia decente, con una buena interacción en línea entre profesor y alumno, acceso a material en casa y con buenos mecanismos de supervisión y retroalimentación por parte de los profesores. Por tanto, podrían ser más cautelosos a¬¬ que sus hijos vuelvan a la escuela. Otros padres, para los que el aprendizaje a distancia ha supuesto poca interacción y calidad, estarán ansiosos por enviar a sus hijos de vuelta a la escuela.
En ese contexto, será fundamental evitar reducciones posiblemente irreversibles de la matrícula escolar y cerrar las brechas de aprendizaje que probablemente se hayan ampliado durante los cierres. Los esfuerzos deben orientarse a recuperar el tiempo perdido para evitar impactos permanentes en el capital humano de los niños y jóvenes en edad escolar. Esto requerirá un conjunto de medidas dirigidas a revertir las pérdidas de aprendizaje, comenzando por el apoyo socioemocional hasta los programas de aprendizaje compensatorio, particularmente para los niños más vulnerables.
La respuesta a la crisis ofrece una oportunidad. Los países deben entrar en la fase de mejora y aceleración del aprendizaje. Las inversiones que se están realizando y que se seguirán realizando en los próximos meses en tecnología, conectividad, radio y televisión, etc., deben ser una plataforma de lanzamiento para construir sistemas educativos más fuertes y equitativos que antes, un sistema que cierre las brechas de aprendizaje para todos los niños.
Lo que ahora llamamos «aprendizaje a distancia» es la base de un proceso de aprendizaje más individualizado y continuo que asegure que todos los niños aprendan las habilidades fundamentales. Para ello será necesario mejorar la conectividad y la preparación de la tecnología de educación, la formación de los maestros en materia de aptitudes digitales, el uso de programas informáticos de inteligencia artificial y herramientas digitales bien integradas en el programa de estudios. Utilizando el concepto de «escuelas sin paredes», el aprendizaje debe continuar en casa, y se debe llegar a los estudiantes a través de la radio, la televisión y el material impreso al alcance de todos los niños en todo momento. Existe una verdadera oportunidad de «reconstruir mejor» y utilizar las estrategias de recuperación de crisis más eficaces como base para mejoras a largo plazo.
Pero esto requerirá recursos. Para empezar, la línea de base en el frente financiero no es particularmente favorable. En los países de ingreso medio, el gasto por alumno en la enseñanza primaria es de alrededor de US$1.500 dólares al año, una sexta parte del promedio de la OCDE; en los países de ingreso bajo, es de alrededor de US$150 dólares al año, aproximadamente 1/60. Y el número de niños en los países pobres está creciendo rápidamente. Obviamente habrá espacio para (en algunos casos, dramáticamente) aumentar la eficiencia, y en otros casos reducir las filtraciones y la corrupción. Pero es poco probable que incluso los sistemas más eficientes sean capaces de hacer mucho con US$150 dólares por estudiante (o incluso con $US1.500 dólares). Ampliar el compromiso financiero con la educación en esta coyuntura será muy difícil, pero el costo de la inacción es inmenso.
Esta generación no puede desperdiciarse, y, nótese que esta generación pagará las deudas que todos los países están contrayendo para financiar la lucha contra la pandemia y sus consecuencias económicas. No podemos darles las gracias invirtiendo menos en su capital humano.
Artículo publicado originalmente en el blog del Banco Mundial