La economía de recursos naturales renovables conjuga información de la biología y de la economía; de allí que a estos modelos se les conoce como modelos bioeconómicos. En un modelo bioeconómico, el primer paso es estimar la curva de crecimiento de la población de estudio, por ejemplo, una pesquería. La curva de crecimiento tiene dos parámetros importantes, la tasa intrínseca de crecimiento –que depende de cada especie- y la capacidad de carga –que depende del ecosistema o el medio donde la especie está creciendo. La capacidad de carga nos muestra cuál es la máxima población viable que se puede tener en un ecosistema determinado.
Típicamente, una curva de crecimiento poblacional tiene la forma del panel izquierdo de la Figura 1. En el panel de la derecha se observa la tasa de crecimiento de la población, que no es más que la pendiente de la figura de la izquierda.
Figura 1. Curvas de crecimiento de una población biológica en el tiempo (izquierda) y de tasa de crecimiento (derecha)
¿Luce familiar? En los últimos días, todos nos hemos vuelto expertos en estas curvas, tema al que llegaremos más adelante. Ahora, esta curva se puede alterar de diferentes maneras. En el caso de las pesquerías, la principal forma de afectarla es a través de la pesca. Sin embargo, la afectación de los sistemas naturales -en donde nacen, crecen, viven y se reproducen los peces- a través de la transformación de los ecosistemas, la contaminación de las aguas, el uso de técnicas de pesca inadecuadas, la sedimentación y el turismo sin control son otros factores que llevan a la reducción de la capacidad de desarrollo de las poblaciones de peces. Así, es posible que, como resultado de estas prácticas, las curvas de crecimiento de la población se vean afectadas como se observa en la figura 2.
Figura 2. Alteraciones externas pueden afectar la forma de las curvas de crecimiento
Por supuesto, dado que las pesquerías generan a la sociedad servicios de provisión que son importantes para la seguridad alimentaria y la generación de ingresos, así como otros servicios, entre ellos culturales como la gastronomía, no queremos que el crecimiento de la población de peces se menoscabe. De allí, todos los esfuerzos de las autoridades por reducir la sobrepesca, reducir la contaminación de las aguas, eliminar técnicas inadecuadas de captura, y conservar la biodiversidad y los ecosistemas -que son el hábitat de las especies que consumimos.
Cualquier esfuerzo que hagamos, tanto por obtener más alimento (pescado) como por conservar a las especies para generar sendas sostenibles de uso de nuestros recursos, debe partir de reconocer que la sociedad y la naturaleza tienen una relación estrecha y de doble sentido. Nuestras acciones afectan a la naturaleza, directa o indirectamente y, a su vez, los cambios en los sistemas naturales impactan a la sociedad, en una serie de relaciones de doble causalidad, que se refuerzan unas a otras en bucles de retroalimentación positivos o negativos.
Quizá uno de los más recientes enfoques para entender esta relación es a través de lo que se conoce como sistemas socio-ecológicos. En la figura 3 se observa el esquema de un sistema socio-ecológico.
De manera general, el sistema ecológico se integra por los organismos vivos (factor biótico) y su ambiente físico (factor abiótico); ellos dos interactúan mediante flujos de materia y energía. Como ejemplo, el sistema ecológico en la comunidad de pescadores de Barú, en el mar Caribe colombiano, se conforma por ecosistemas (ej. arrecifes de coral, manglares, pastos marinos y ciénagas, entre otros) y las relaciones entre y dentro de ellos. Entre los factores abióticos se encuentran el agua, el brillo solar y los nutrientes, por mencionar algunos.
Por otro lado, el sistema social es un conjunto de agentes que interactúan regularmente mediante principios, normas y costumbres, con el fin de satisfacer necesidades tanto individuales como colectivas. Este sistema está conformado por las familias, las empresas, el gobierno, las organizaciones comunitarias y otras instituciones, así como por las relaciones que se generan entre ellos.
Figura 3. Esquema general de un sistema socio-ecológico
El sistema ecológico brinda una variedad de servicios tales como alimento, materiales de construcción, agua, recreación, cultura, regulación de clima, protección costera, entre otros, que generan bienestar a la sociedad. Las pesquerías constituyen uno de esos servicios. A su vez, la sociedad define normas y reglas de uso y manejo del sistema ecológico; estas normas pueden ser formales o informales, y pueden favorecer -o no- la conservación del mismo, afectando de manera endógena la provisión de servicios ecosistémicos al sistema social. Entre las normas formales que buscan favorecer el sistema ecológico se encuentra, por ejemplo, regulaciones, como el establecimiento de áreas protegidas, o las relativas a las pesquerías, como las vedas o las cuotas de pesca. Los instrumentos económicos buscan cambiar comportamientos; en economía de la conservación se destacan, por ejemplo, los pagos por servicios ambientales, los subsidios, las cuotas individuales transferibles de pesca o los impuestos por contaminar. Entre las normas informales encontramos diferentes formas de acción colectiva, como los acuerdos comunitarios de manejo de zonas de pesca, entre otros.
El sistema socio-ecológico puede verse afectado, a su vez, por disturbios naturales o antrópicos; ejemplos de los primeros en las zonas de pesca son las tormentas o tsunamis, y de los segundos, el blanqueamiento coralino generado por el cambio climático, la introducción de especies, la contaminación, etc.
Y esto, ¿qué tiene que ver con la pandemia del COVID-19?
Esta nueva pandemia, que tanto daño está causando al mundo, se debe a un virus que, como se espera de cualquier población, tendrá una curva de crecimiento similar a la de las pesquerías. Esa información la podemos usar para entender cómo avanza este virus y qué podemos y debemos hacer para detenerlo.
Este virus, tiene también su tasa intrínseca de crecimiento y una capacidad de carga. En este caso, nosotros somos su alimento principal y su ecosistema son todos los espacios humanos, principalmente ciudades, donde nos encuentra. Por tanto, el crecimiento y la capacidad de carga –que mide la máxima población de la especie en cada hábitat- dependen de que las concentraciones humanas le faciliten el ambiente propicio.
En el caso del COVID-19, las curvas que nos muestran el número de personas infectadas en el tiempo actúan como un reflejo del comportamiento de la población del virus.
Miremos un par de ejemplos del avance del coronavirus en algunos países. Quizás los casos más claros, hasta el momento (abril 3 de 2020), de alcanzar la “capacidad de carga” se encuentran en la figura 4, para China (panel izquierdo) y Corea del Sur (panel derecho). Ambas figuras provienen del seguimiento que viene realizando la Universidad John Hopkins, extraordinaria labor que quizá muchos hemos seguido regularmente, disponible en este enlace: (https://gisanddata.maps.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html#/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6).
Las figuras superiores muestran el total de casos acumulados en el tiempo y las inferiores el número de reportes diarios, la tasa de crecimiento.
Figura 4. Evolución de los casos acumulados y diarios de COVIS-19 en China y Corea del Sur
De estas figuras hay dos aspectos relevantes que rescatar. El primero es la velocidad con que crecen los casos, que se observa en la pendiente con que aumenta la población humana afectada (y, por tanto, el virus) cuando está en la zona media. Esto se asocia con el reporte de infectados cada día (en los paneles inferiores), que sería el equivalente al panel derecho de la figura 1.
Pero miremos otros países donde aún el virus está en la etapa de crecimiento. En la figura 5, el panel de la izquierda corresponde a Estados Unidos, donde se observa una alta tasa de crecimiento de casos; el panel de la derecha, corresponde a Suiza, donde la tasa se ha mantenido mucho más controlada, con una curva de menor pendiente.
Figura 5. Evolución de los casos acumulados y diarios de COVIS-19 en Estados Unidos y Suiza
Hay que resaltar que en esta comparación las escalas de los ejes verticales son muy diferentes en cada caso. En Estados Unidos, el eje vertical del panel superior, que muestra el número de infectados, llega hasta 250 mil personas, mientras que en el de Suiza, el eje vertical llega a 20 mil afectados. ¡Una diferencia de un orden de magnitud! En el panel inferior, la figura de Estados Unidos da cuenta de más de 30 mil personas infectadas por día, mientras en Suiza hablamos de menos de 1,500 por día, ¡20 veces más en Estados Unidos! Por supuesto, estamos hablando de países con poblaciones muy diferentes; pero lo que se quiere enfatizar acá es la tasa a la cual crecen los casos.
Con respecto a la capacidad de carga, en el caso de China, esa población máxima parece estar por el orden de 100 mil personas; en el caso de Corea del Sur, por el orden de 10 mil. De nuevo, las escalas verticales son muy diferentes y dependen de otros varios factores endógenos y exógenos, como el número de habitantes y su concentración, el nivel de desarrollo económico, la capacidad de detectar los casos a tiempo, las estrategias de política adoptadas, y factores de comportamiento y culturales.
El reto hoy en día, contrario a las pesquerías, es cómo reducir la tasa de crecimiento del virus y cómo hacer que su capacidad de carga, es decir su máxima población, sea la mínima posible en cada contexto.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Los modelos bioeconómicos, que requieren para su construcción muchos datos, nos pueden proveer información sobre los parámetros clave que afectan las tasas de crecimiento de las especies y, por tanto, sobre los incentivos económicos, no económicos y mecanismos de acción colectiva que se requieren para alterar esas tasas de crecimiento. No tenemos datos suficientes aun para construir un modelo bioeconómico, pero si podemos hacer una analogía con la experiencia de las pesquerías y utilizar la información de los sistemas socio-ecológicos para identificar mejor cómo actuar.
En el caso de las pesquerías, los mecanismos (reglas, normas e incentivos de uso y manejo) para evitar el agotamiento de las especies se enfocan en reducir la sobrepesca, reducir la contaminación, eliminar técnicas inadecuadas de captura, y conservar los ecosistemas y la biodiversidad. En el caso del COVID-19 deberíamos hacer exactamente lo contrario: (i) favorecer la remoción del virus del medio ambiente, (ii) reducir el alimento disponible para el virus (iii), y “contaminar” su hábitat; es decir, hacer que el ambiente donde se desarrolla sea hostil al virus y no encuentre medios aptos para multiplicarse.
Haciendo la analogía con el sistema socio-ecológico de las pesquerías, en este caso no se está generando un servicio, sino un “mal”, que afecta el bienestar del sistema social a través de morbilidad, mortalidad, pérdidas económicas y costos sociales. Debemos, por tanto, poner en acción reglas, normas e incentivos formales e informales, que interfieran el sistema de tal manera que se reduzca al mínimo la provisión de ese “mal” y genere la menor pérdida de bienestar.
Un primer frente de batalla son los mecanismos de regulación formales tales como las cuarentenas obligatorias, las multas y sanciones a quienes las incumplan, y reglas como la de pico y cédula, que garanticen un adecuado aislamiento social. Esto, en algunos casos, ha sido complementado con medidas de regulación de precios y cantidades para evitar el desabastecimiento, al menos en el corto plazo.
Por otro lado, los instrumentos económicos, como los subsidios y las transferencias de apoyo a la población vulnerable, el congelamiento de pagos de crédito y de arrendamientos o servicios, las medidas de soporte a las empresas –como la reducción o aplazamiento de impuestos- juegan un papel relevante para reducir los impactos económicos de la pandemia, al motivar cambios de comportamiento en las familias, favoreciendo el aislamiento social y, en las empresas, incentivándolas a mantener las contrataciones laborales y apoyar el trabajo “desde casa”.
No obstante, el corazón del éxito de esta guerra está en el cambio en las actitudes y comportamientos egoístas de las personas, comprendiendo que cada acción individual tiene repercusiones no solo personales sino en la sociedad en su conjunto. Este es un momento para reflexionar sobre cómo nuestras acciones afectan a los otros. Diferentes mecanismos de acción colectiva vienen surgiendo, algunas veces de manera espontánea, para hacer frente a esta crisis. Entre ellas se resaltan el aislamiento voluntario, el cumplimiento de las prácticas sanitarias sugeridas, el mantenimiento del distanciamiento y el comportamiento en los espacios públicos, el surgimiento de redes de apoyo y la divulgación de prácticas saludables, las donaciones y el trabajo voluntario, entre otros.
Seguramente, en los próximos días seguiremos observando nuevas estrategias desde la acción colectiva –la solidaridad, el altruismo- y desde las reglas y normas formales, que contribuyan a manejar esta pandemia con mayor efectividad y menores costos para la sociedad, así como para evitar en el largo plazo, que suceda de nuevo. Estas estrategias solo serán realmente efectivas si se aplican bajo condiciones donde el papel de la intervención estatal en la provisión de bienes y servicios públicos básicos sea una prioridad.
La naturaleza no es un ente aislado de la sociedad; por el contrario, ambos constituyen un solo sistema donde sus componentes interactúan estrechamente. Entender esa relación puede ser la clave para diseñar estrategias de desarrollo sostenible, donde maximicemos la provisión de servicios ecosistémicos y minimicemos la degradación de los ecosistemas y la emergencia de “males” globales que pueden afectar, de manera inesperada, el bienestar de la humanidad.