La reacción a la propagación del coronavirus ha sido vertiginosa. En cosa de días, Chile se encuentra virtualmente detenido, y hasta las discusiones más álgidas de noviembre están en cuarentena. Posiblemente, muchas permanecerán allí por largo tiempo. Es que estamos encaminados a un ajuste de proporciones y, con ello, de consecuencias impensadas sobre el debate público.
La necesidad de frenar el virus ha terminado imponiendo una cuarentena de facto que amenaza con frenar el país. Históricamente, los efectos de las paralizaciones han demostrado ser grandes. El impacto de una paralización coordinada y extendida puede ser de una magnitud insospechada. Veamos.
El terremoto del 27-F paralizó parcialmente al país por cerca de 10 días, y la actividad económica de marzo de 2010 fue cerca de 5% menos de la que hubiese existido sin el terremoto. La paralización de 10 días en octubre recién pasado significó una menor actividad cercana a 5,5% en ese mes respecto de su tendencia, y un número similar se produjo en noviembre después de 10 días de terror.
Grosso modo, los números coinciden. Un mes entero de paralización —no total, pero sí generalizada— puede significar una caída en torno a 12% de la actividad en ese período respecto de su tendencia, con un impacto en el año de un 1% (12% /12). Así, tres meses semiparalizados pueden costarle a la economía 3% menos de crecimiento. La tendencia en Chile para 2020 ya era baja como consecuencia de la violencia y la incertidumbre, por lo que, sin problema, podemos pasar de crecer 1% a caer -2%.
Y eso sin contar el efecto multiplicador de un mundo también encerrado. Los datos de China, con una cuarentena más radical, son terroríficos. Un frenazo desde fines de enero, una lenta recuperación desde mediados de marzo, y los efectos de la menor actividad mundial, anticipan un crecimiento bajo 2% este año, mucho menor al 6% esperado hace pocos meses. La contracción en Europa se anticipa feroz, y Estados Unidos está al borde de la recesión. Este cóctel es una amenaza profunda al trabajo.
La estrategia de privilegiar el cuidado y atención de la población en mayor riesgo hace todo el sentido. Pero, aunque una cuarentena pueda ser inevitable, es fundamental que las decisiones estén sustentadas en criterios estrictamente técnicos, y no sean tomadas en una competencia por adelantarse y ser el más proactivo. De otra manera, el costo en empleo e ingresos familiares se agravará injustificadamente. Un encierro total muy tempranero, del cual será difícil salir antes de la primavera, puede terminar siendo irresistible, y así corre el riesgo de ser autodestructivo.