Retomamos hoy la serie de entrevistas a académicos que se desempeñan o desempeñaron en la función pública.
Lucas Llach fue pre candidato a Vicepresidente de la Nación por la Unión Cívica Radical en 2015, y Vicepresidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA) entre el 10 de diciembre de 2015 y el 14 de junio de 2017. También se desempeñó como Vicepresidente del Banco Nación desde abril de 2019 hasta el fin del mandato del Presidente Macri. Lucas es Doctor en Historia por la Universidad de Harvard y es profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.
FE: Cuéntanos cuál es tu formación. ¿Dónde estudiaste y sobre qué temas investigaste antes de dedicarte a la función pública?
Estudié economía con la primera promoción de la Universidad Torcuato Di Tella en Buenos Aires. Después me fui corriendo más a la historia económica y por eso hice mi doctorado en Historia en la Universidad de Harvard. Investigué principalmente historia económica argentina y latinoamericana, pero siempre me mantuve con interés en la macro. Una raza algo paria los historiadores económicos: demasiado cuantitativos para los historiadores, demasiado poco para los economistas.
FE: ¿Quiénes te han influenciado en tu vida profesional y por qué?
En Argentina diría que Pablo Gerchunoff, Ezequiel Gallo, Fernando Rocchi y Juan Llach, maestros de distintas generaciones que comparten la virtud más difícil de un intelectual: detectar en qué contextos pesan más algunas variables y en qué contextos pesan más otras. En la realidad social e histórica las derivadas parciales son menos importantes que el R-cuadrado. En Estados Unidos estudié con John Coatsowrth, quien -igual que Ezequiel Gallo o Pablo Gerchunoff- me inoculó la noción de que toda hipótesis requiere preguntas contrafácticas o comparativas, aunque a veces nos cueste encontrar las respuestas. Diría que en el mundo de hoy uno se ve influido por gente que no conoce. Si tuviera que elegir colegas que, leyéndolos, me parecen de una mentalidad superior, diría Krugman en este siglo y Keynes en el anterior.
FE: ¿Qué te motivo a entrar en la función pública?
Desde muy chico me interesó la política pública y esa inquietud estuvo un poco limitada al no encontrar una fuerza política con la que me sintiera representado. Felizmente la acción de algunos líderes políticos (Sanz, Macri, Carrió) logró construir con Cambiemos una fuerza que será un hecho permanente de la política argentina y que se funda en valores que comparto: república, socioliberalismo, modernidad, vocación cosmopolita, integridad.
FE: ¿Cómo cambio tu visión de la vida académica tu paso por la función pública?
Muy buena pregunta. La realidad concreta es el resultado de muchas variables, y de orden diferente (político, social, económico) que se cruzan a interactúan. Los incentivos de investigación de la vida académica, en cambio, están más bien alineados a favor de la hiperespecialización, algo que puede tener sentido en las ciencias naturales, pero quizás no en las sociales. En el caso de la economía, creo que además la hiperespecialización se ha profundizado con cada generación. Esa especialización tiene consecuencias no muy favorables cuando el saber académico tiene que pasar a la acción de políticas públicas: los especialistas pueden exagerar la importancia de su área específica, y al mismo tiempo tener un conocimiento muy vago sobre temas que están fuera de su área de investigación, pero son importantes para la política pública. No digo que la vida académica tenga que preparar funcionarios. Pero sí creo que es difícil que haya ciencia social útil para las políticas públicas refugiándonos en el «ceteris paribus» y sin tener un enfoque interdisciplinario.
FE: ¿Además de tu formación general de economista, crees que tu paso por la academia y tu investigación te sirvieron para ser un mejor funcionario?
Creo que te ayudan, sí. Más allá de los saberes específicos, diría que en mi caso particular la formación en historia me hizo más consciente de los límites de la acción humana y de la importancia de los contextos. Así como el número 9 de un equipo de fútbol depende totalmente de cómo juega su equipo, un funcionario público tiene que saber que no va a cambiar el mundo… puede (intentar) mejorar un poco la calidad de las políticas públicas.
FE: ¿Haces política? ¿Cómo te relacionas con la vida política?
Mantengo mis vínculos con la UCR y con ex funcionarios del gobierno. Creo que es importante hacer una reflexión sobre qué cosas estuvieron bien y en qué fallamos como gobierno. Y, más importante, creo que hay que construir una agenda verdaderamente reformista porque sin ella Argentina no va a cambiar.
FE: ¿Crees que el sector público provee buenos incentivos para comportarse honesta y capazmente o dependemos de la motivación intrínseca y los valores éticos de los funcionarios?
Madison decía que hay que diseñar las instituciones como si los hombres fueran demonios, porque si fueran ángeles no harían falta los -uso tus palabras- incentivos. Me parece que, por un lado, un incentivo fundamental es cómo es la fuerza política que está en el gobierno: que motive a la acción positiva de sus funcionarios, premie la honestidad y castigue al ineficiente o al corrupto. Ahora bien, no sé si pueden diseñarse las instituciones como quería Madison, como para evitar que una fuerza política colonice el Estado con otras motivaciones. En la micro del Estado, te diría que si nos debemos una mucho mayor razonabilidad de las remuneraciones (no puede ser que el 1 de AFIP gane cinco veces más que el Presidente), transparencia (¿cuántos organismos del Estado cumplen a tiempo con la publicación de todos los salarios que exige la Ley de Información Pública?) y un desguace de la infinita cantidad de privilegios ocultos en distintas áreas de la administración pública.
FE: ¿Qué valor le asignas al conocimiento empírico en la toma de decisiones?
Imprescindible. Es cierto también que en la función pública inevitablemente hay decisiones con incertidumbre y a uno no le queda otra que confiar en algunos principios. Cuando forzamos a los bancos a deshacerse de la empresa monopólica de pagos (Prisma) no teníamos ningún antecedente de una desintegración vertical antimonopólica en Argentina, pero los principios elementales de economía de la competencia sugerían que se haría más competitivo ese mercado y así fue.
FE: Argentina viene a los tumbos hace 50 años. ¿Cuáles son los principales desafíos económicos de Argentina?
Tenemos hace cuatro décadas un loop dañino entre macroeconomía volátil, reglas inestables y bajo crecimiento, todos esos factores retroalimentándose. Lamentablemente cortar ese círculo no es fácil, y se ha hecho más difícil en los últimos años. No me describiría como un halcón fiscal, pero es evidente que la duplicación del gasto público sobre el PBI en 10 años, que logró revertir moderadamente el gobierno de Cambiemos, hace todo más complicado. Algo parecido puede decirse del cierre de la economía argentina al comercio mundial, que encarece sus costos para exportar, pero cuya reversión no es fácil políticamente.
FE: Argentina ha destruido su moneda a lo largo de 70 años de alta inflación –con excepción del periodo de convertibilidad durante los 90s. ¿Debería adoptar el dólar? ¿Cómo puede dejar atrás tantas décadas de alta inflación?
Los países que salieron del laberinto de la inflación crónica lo hicieron con tres componentes combinados en alguna proporción: ortodoxia (en particular: bancos centrales con autoridad), heterodoxia (algún nivel de coordinación de precios macro) y paciencia. Quizás los argentinos tendemos a pensar que hay que elegir entre ortodoxia y heterodoxia para estabilizar: a mí me gustan más actuando en coordinación. Respecto a la paciencia: creo que dolarizar sería un atajo con demasiados problemas; sí creo en cambio que una moneda sudamericana (basada en las 6 monedas estables de la región) tendría más sentido. Pero no sé cómo se hace.
FE: ¿Cuáles han sido las reformas más importantes que has realizado durante tu gestión?
En particular estuve liderando en el BCRA los temas de pagos y de vinculación entre el mundo de la banca tradicional y los nuevos actores financieros. Son temas específicos y difíciles de explicar en breve, pero diría que logramos construir el ecosistema más interoperable del mundo entre bancos y fintechs; y que el sistema de pagos argentino es más competitivo que nunca. Luego participé junto a todo el equipo del BCRA en temas como el desarrollo de un sistema de depósito y préstamos en UVA, mayor competencia entre entidades (cierres de cuenta online, competencia por fondos en cuentas corrientes, aparición de bancos digitales).
FE: ¿Qué otras reformas querías impulsar y no pudiste y por qué?
La agenda de nuestra gestión en pagos, interrumpida prematuramente, incluía el paso a «open banking» (en resumen: permitir a los usuarios compartir toda su información bancaria con un tercero, que permitiría por ejemplo la aparición de aplicaciones multibanco) y la conformación de un sistema de pagos QR completamente interoperable (de manera que cualquier app bancaria le pudiera pagar a cualquier código QR, cosa que todavía no ocurre), entre otros temas. Parecen temas muy específicos, pero creo que la digitalización del dinero tiene consecuencias sociales enormes, desde la seguridad ciudadana hasta la inclusión que genera que una persona por usar dinero electrónico pase a ser sujeto de crédito.
FE: ¿Cómo evalúas la gestión que hicieron en el BCRA? ¿Cuáles fueron los aciertos y cuales lo errores?
Obviamente la parte más visible que fue el manejo de la inflación y la política monetaria no llegó a los objetivos exigentes de inflación que el Ministerio de Hacienda planteó en enero de 2016 (Creo que prematuramente: por eso hubo que cambiar esas metas en 2017). Aunque hoy parece anacrónico, creo que construir un sistema de flotación cambiaria con intervenciones esporádicas en zonas o momentos extremos es valiosísimo, independientemente de la velocidad de reducción de la inflación. Pero si comparamos el punto de partida con el de llegada, hubo una cierta reducción de la inflación a pesar de un tipo de cambio real bastante más alto y tarifas reales también mucho más elevadas. Entre los errores, mencionaría: un (comprensible) «miedo a flotar» defendiendo un tipo de cambio que ex post no parece un tipo de cambio de intervención, tanto en febrero de 2016 (que quizás colocó el tipo de cambio real en un nivel algo más bajo que el que se requería) como en abril de 2018 (arrancando una batalla con pérdida de reservas). Luego, en los conflictos de libro de texto entre los gobiernos y los bancos centrales (los gobiernos te piden plata, los gobiernos te piden tasas más bajas) quizás había un margen para ser más inflexibles, pero quizás no.
FE: ¿Cuál crees vos que son los grandes desafíos de América Latina?
Creo que hay varios países de América Latina que, aun con sus problemas, tienen un desafío que nunca tuvieron: mantener una «institucionalidad macroeconómica» que ha dado sus frutos. Quizás los argentinos somos más conscientes de lo que tienen uruguayos, paraguayos, chilenos, peruanos, colombianos o incluso brasileños precisamente porque no lo tenemos. América Latina puede participar de la Gran Convergencia del siglo 21, en la que los países menos ricos crecen más rápido que los más ricos. Pero no es automático. Además de las instituciones macroeconómicas de corto plazo se necesita un enfoque de más largo plazo, que esencialmente consista en la paciencia: no gastar los booms de crédito o commodities que puedan aparecer; y mantener un foco obsesivo en la acumulación de capital humano, especialmente de los niños en situación de pobreza. El desafío de la paciencia es un desafío esencialmente político: siempre estará la tentación de que un atajo populista de izquierdas o de derechas pueda generar en dos días lo que inevitablemente lleva una generación
FE: Muchas gracias Lucas!