¡Por fin! Tras dimes y diretes, Estados Unidos y China firmaron un acuerdo comercial llamado fase 1. Su nombre lo dice todo; le espera una fase 2, y eventualmente una larga fase final. Aun así, es un evento positivo. Aunque no pone fin a la guerra —que podría continuar por décadas—, en su forma actual parece haber entrado en el congelador. Por lo menos por 2020. Por ello, los mercados mundiales han celebrado.
A decir verdad, el acuerdo no es demasiado sofisticado, reflejando que la disputa entre ambos gigantes no podrá ser zanjada de manera escrita, sino a través de un permanente tironeo. Pero lo firmado es bienvenido para las partes. Las elecciones presidenciales en Estados Unidos requieren una economía boyante, y esto despeja el camino. En China, la desaceleración no entrega demasiado espacio para gallitos, y el acuerdo le permite retomar su foco en la alicaída manufactura interna, y en el control de un endeudamiento excesivo.
Nada de lo anterior augura un rebote en la economía mundial, pero sí permite dejar de lado los presagios más pesimistas que anticipaban —casi como una monserga— una crisis global en 2020. Un crecimiento mundial de 3,3% para este año, como proyecta el Fondo Monetario Internacional, es bueno. Así, no estamos ad portas de un boom global, ni nada que se le parezca, pero se ha abierto una ventana que deja entrar una suave brisa. Un pequeño refresco que nos viene de perillas, en un verano muy caluroso, literal y figurativamente.
Los riesgos, como siempre, son muchos y variados. Desde Irán hasta el coronavirus. Pero uno particularmente importante viene desde Estados Unidos, donde todo parece demasiado boyante como para que nada cambie. Hasta ahora, las dudas sobre el crecimiento y la disputa comercial llevaron a su Banco Central a introducir en 2019 una política monetaria bastante expansiva. Una especie de seguro contra la incertidumbre. La economía ha batido las expectativas, y junto con el fin de la tensión comercial, se espera una reevaluación de cuán expansiva debiera ser la Reserva Federal.
Posiblemente, nada pase de manera abrupta, en parte porque la inflación todavía es baja, lo que da espacio para que la fiesta continúe. Pero, con un desempleo históricamente bajo, la bolsa rompiendo récords y un déficit fiscal que supera el trillón de dólares, un cambio de giro de la política monetaria puede aparecer en el horizonte.
Estos eventos siempre han sido ruidosos para los países emergentes, por las salidas de capitales que involucran. Hasta ahora, los mercados habían sido especialmente benevolentes con Chile en estos episodios. De producirse uno, será un buen test para evaluar nuestro nuevo estatus.