Ardiente Amazonas

Los incendios en el Amazonas, que han consumido miles de kilómetros cuadrados, muestran una de las caras más dramáticas del cambio climático y la deforestación. Un lugar que representa una de las mayores reservas ecológicas en el planeta está siendo amenazado por incendios, y el mundo ve con preocupación lo que ahí sucede.

Hasta ahí todo bien. El problema aparece cuando las soluciones propuestas son capturadas por la ideología. Y con tal de sacar ventajas políticas, el debate pierde altura y los argumentos desaparecen. El problema de fondo ha sido largamente estudiado en la literatura, y es que aquí hay un bien público involucrado. El Amazonas —que legítimamente pertenece mayoritariamente a Brasil— es un lugar del cual todos nos beneficiamos. En contraste con bienes privados, donde la manzana que yo me como nadie más se la puede comer, en el caso de los bienes públicos no existe tal competencia por el consumo. En buen castellano, la selva es generosa con todo el mundo.

El problema de los bienes públicos es que, normalmente, su provisión es subóptima. En este caso, ello significa que el cuidado del Amazonas será menor que el deseado si no existe un mecanismo en que todos los beneficiados paguemos por ello. Cuidar el Amazonas cuesta recursos directos y en algunos casos puede limitar el desarrollo armónico de las comunidades que lo habitan. Aunque los brasileños se favorecen de proteger la selva, los beneficios para ellos son menores que los costos de hacerlo en la escala que el resto desearía.

La solución pasa por que el resto de los beneficiados se meta la mano al bolsillo. Pero no para sacar una piedra y tirarla en la embajada del país carioca. Esa es la solución fácil de quienes no saben hacer otra cosa. Hay que meterse la mano al bolsillo para financiar el bien público.

Cuando este problema es interno a un país, el Estado tiene un rol para diseñar un mecanismo y permitir su provisión en una escala deseada. Pero cuando el problema es transnacional, y abarca a países con intereses distintos, la situación es mucho más compleja. Todos se benefician, todos quieren aparecer en la foto como defensores de la naturaleza, pero pocos están dispuestos a hacer la pega y ponerse.

Contribuciones como los 5 millones de dólares de Leonardo DiCaprio son generosas. Los casi 1.100 millones de dólares donados por Noruega a Amazon Fund, un gran ejemplo. Los 10 millones del G7, que representa un 40% del PIB mundial, un insulto. Pero este tema requiere más que caridad. El desafío climático exige un mecanismo de coordinación internacional que asegure aportes proporcionales a los beneficios, de manera que los países y las personas pongan sus recursos donde ponen su boca. Nada de fácil.