La historia oficial nos dice que durante el primer semestre de 2019 atravesamos un impredecible bajón transitorio, pero que ahora se ve la luz al final del túnel. Lamentablemente, más allá del rebote que tendrá el Imacec de julio, gracias a que este año tuvo un par de días hábiles adicionales (los que irónicamente corresponden a 10% adicional de horas trabajadas), el túnel podría no ser tan corto.
De partida, el débil crecimiento actual lleva aquí más tiempo del que se reconoce. El 4% de crecimiento del año pasado refleja, principalmente, lo que sucedió a fines de 2017. Entre marzo y diciembre de 2018, el Imacec creció solo 2,2% anualizado. Por lo tanto, no se trata, simplemente, de volver a una trayectoria que se extravió recién.
Por otro lado, la situación internacional (que en el pasado el ministro de Hacienda erróneamente calificó de secundaria) no está fácil.
Las condiciones externas para Chile se han deteriorado en los últimos meses. Aunque, quizás para sorpresa de alguno, son bastante mejores que hace tres años. El precio del cobre ha caído, pero está casi 50 centavos de dólar por encima del registrado el primer semestre de 2016. Sudamérica crecerá poco este año (1,2% sin Venezuela, según el FMI), pero tuvo una recesión intensa en 2016 (-1,5%).
Y, pese a la guerra comercial, que el oficialismo considera central para explicar el bajo crecimiento, el comercio global muestra, hasta ahora, una dinámica algo más benigna que la de 2016.
Lamentablemente, no parece que la situación externa vaya a mejorar como lo hizo a lo largo de 2017. Los indicadores de incertidumbre de política económica han escalado en los últimos trimestres y tardan algún tiempo en tener efectos. No podemos confiarnos en que el mundo estará mucho mejor. Esperemos que sí, pero una política económica responsable no debería apostar solo a que el clima se despejará pronto.
Respecto de lo macroeconómico, el Banco Central debe reducir la tasa de interés y prepararse para bajarla más si es necesario. En el marco de política actual, es la institución que ocupa el puesto del piloto para hacer frente al ciclo económico (sujeto a la inflación).
La política fiscal debería tratar de seguir escrupulosamente la regla fiscal anunciada. Esto implica un leve impulso contracíclico gracias al mayor déficit que provoca la menor recaudación. Pero también se debe preparar un plan fiscal de contingencia, a desplegarse solo si la situación empeora seriamente y el Banco Central agota sus cartuchos con la tasa de interés.
Del lado microeconómico, hay discusiones importantes que están mermando la confianza. La reforma tributaria es un tapón en las comisiones de Hacienda que no permite avanzar con otros proyectos positivos. También resuenan el tema de los glaciares y el del agua.
Pero la canción del mes ha sido la discusión sobre acortar la jornada laboral.
El proyecto del PC busca una reducción inmediata de 45 a 40 horas a la semana sin posibles ajustes de salarios. Su efecto es aumentar en promedio el costo laboral en 11%. Aunque, nos aseguran, con un argumento que parece sacado del realismo mágico, que la productividad aumentará.
El Gobierno propuso 41 horas promedio trimestral. Es un proyecto algo más abordable para el mercado laboral y la producción, pero no está exento de problemas. Una empresa que trabaja 24/7 de manera continua, probablemente tendrá que aumentar de 4 a 5 los turnos; un aumento de 25% del costo.
Sorprende que el Gobierno dejara crecer esta bola de nieve. No se entiende la ausencia de ministros clave en la discusión pública previa —es un tema que sobrepasa la cartera de trabajo—. Tampoco que el Presidente de la República diga que el proyecto del PC es inconstitucional y no recurra al Tribunal Constitucional.
Sin embargo, esas omisiones son menores frente al problema central: la urgente reforma de pensiones ya implicará una carga importante para el mercado laboral. El 4% de cotización adicional obligatoria es parcialmente un impuesto (digamos la mitad) y la parte solidaria será otro adicional (digamos 2%). Implementar esta reforma durante un ciclo económico complejo es un riesgo. Pero si a esto le sumamos la reducción de la jornada, entonces es temerario.
Es imposible no recordar el aumento de 30% en tres años del salario mínimo justo antes de la crisis asiática. Junto a la conducción macro de la época, esa carga contribuyó a que el desempleo aumentara sobre 11% y se mantuviera alto por años. Los desajustes salariales son costosos.
Chile no se está hundiendo como el “Titanic”. Pero la discusión evoca su orquesta, que seguía tocando como si nada pasara. Esta semana, el INE informó que el ingreso de los hogares disminuyó en 2018 (una pésima noticia, ni siquiera sucedió en la recesión de 2009). Hay amenazas globales significativas. Y el mercado laboral tendrá que absorber la reforma de pensiones. ¿Ayudará una rebaja forzada de la jornada laboral?