La guerra comercial ha entrado en una nueva etapa. Partió como una amenaza poco creíble, luego agarró vuelo y mostró su oleaje, para después dejar paso al mar calmo. Pero la calma era solo el preludio de las marejadas, que han tomado fuerza y amenazan con dar paso a un tsunami demoledor. A estas alturas, las declaraciones mutuas, el fuerte involucramiento de los líderes y las decisiones anunciadas dificultan una salida sin que exista un claro perdedor. Y como tal, puede necesitarse mucha sangre antes de que los peleadores estén dispuestos a transar.
Aunque los incentivos para buscar una tregua sigan vigentes, a juzgar por las dificultades económicas por las que atraviesa China y los negativos efectos electorales que una marcada desaceleración en Estados Unidos podría tener para Trump, el instinto autodestructivo es más fuerte. Quizá por ello no debemos sorprendernos de la cruda reacción de los mercados: las tasas de interés parecen estar indicando una debilidad económica sostenida en el mundo.
Aunque parezca un cliché, conviene esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor. ¿Qué significa esto para Chile? Poner la pelota en el piso y enfriar la cabeza.
Primero, es importante reconocer esta situación. La posibilidad de una desaceleración más profunda en la actividad económica global ha aumentado, y con ello se hace más pesada la pista para Chile. El Gobierno debe evitar enfrascarse en una lucha por crecer al 3% este año, casi como haciendo de esta su medida de éxito. El desafío de Chile va mucho más allá de 2019.
Esta situación de debilidad e incertidumbre mundial puede alargarse (así como podría terminarse con algún acuerdo inesperado en cualquier día). Con ello, se hace más evidente la necesidad de adecuarnos a una realidad más compleja y de potenciar la capacidad de crecimiento. Sellar un buen acuerdo tributario y perfeccionar la legislación laboral de buena forma son más importantes que nunca. El país debe estar consciente de que no habrá alto crecimiento sostenido sin políticas que lo promuevan. Así de simple.
Por último, aunque una expansión fiscal parezca tentadora, debe evitarse. Claro, con estas tasas de interés, el espacio para endeudarse es alto y los mercados comprarían toda la deuda en muy buenas condiciones. Pero el compromiso de bajar gradualmente el déficit estructural es más importante y está recién materializándose.
Sin evidencia de cuán transitoria puede ser la debilidad, es más importante el esfuerzo que la política monetaria pueda hacer, asegurando tasas bajas y validando un tipo de cambio real más competitivo.