“…la economía mundial aún se ve encaminada para un robusto y continuado crecimiento en 2007 y 2008”. Lo decía el Fondo Monetario Internacional en abril de 2007. Solo un par de meses después, el mundo entraba en una tormenta financiera como no se veía desde 1929. Las consecuencias fueron vastas: desaparecieron bancos y fortunas, llegaron a perderse 9 millones de puestos de trabajo y la secuela de regulación y masiva intervención de los bancos centrales en el mercado perdura hasta hoy. Sin embargo, ahora sobran las explicaciones de por qué “pasó lo que pasó”. La disciplina económica es particularmente apta para predecir el pasado con minuciosa rigurosidad.
El fenómeno descrito cumple las tres características de lo que se ha dado en llamar un “Cisne Negro”: (1) un evento absolutamente impredecible, fuera de todo cálculo; que (2) tiene enormes consecuencias, al punto de cambiar la historia —hay un “antes” y un “después”—; no obstante lo cual (3) es “previsible retrospectivamente”: después de ocurrido, múltiples “expertos”, y no tan expertos también, concluyen que lo acaecido era totalmente predecible, que pudo haber sido evitado, que cómo no lo vieron antes, que cómo tanta incompetencia.
El “caso Essal” amenaza convertirse en “Cisne Negro”. Desde luego, estaba fuera de todo cálculo que la empresa se viera obligada a suspender el suministro de agua potable a Osorno por más de una semana, afectando a 140 mil habitantes. Después de todo, Essal es controlada por la misma compañía que, sin mayores tropiezos, provee diariamente de agua potable a casi cinco millones de santiaguinos, controlada a su vez por un conglomerado que en su conjunto atiende satisfactoriamente a otros 30 millones en el mundo. A lo que se agrega una auditoría realizada por la Superintendencia de Servicios Sanitarios, que no detectó riesgos operacionales. Se cumple entonces el primer atributo del “Cisne Negro”: total imprevisibilidad. Y como buen “Cisne Negro”, a pesar de lo totalmente imprevisible de lo sucedido, ya surge por doquier la “previsibilidad retrospectiva”, su tercer atributo. Hable usted con cualquier persona medianamente informada y va a tener un completo recuento de por qué ocurrió lo que ocurrió. ¿No era previsible que pasara lo que pasó si el estanque de petróleo estaba al lado, aguas arriba, de la toma de agua para potabilizar? Desde luego, ahora las fiscalizaciones detectan múltiples problemas, incluso donde no existen.
Pero lo que nos debiera preocupar, más allá de la contingencia, es el segundo atributo del “Cisne Negro”: las vastas consecuencias que normalmente traen consigo estos plumíferos. Esa es noticia en desarrollo.
Si las consecuencias se limitasen a Essal, aunque patrimonialmente relevantes para sus accionistas, no tendrían mayores efectos sistémicos. El Presidente podría incluso caducar la concesión, si lo estima apegado a derecho. En tal evento, la empresa podría también recurrir la decisión si, atendiendo al mismo derecho, la juzga desproporcionada. Aun sin caducidad, la concesionaria tendría que compensar íntegramente los perjuicios causados, además de pagar las multas que correspondan. Hasta ahí las consecuencias, por acotadas, no alcanzarían a calificar como propias de un “Cisne Negro”.
Pero se advierte un claro riesgo de escalamiento. Emerge ya nuestra tendencia inveterada a legislar febrilmente al calor de la crisis. Ya comienzan a escucharse todo tipo de propuestas, incluyendo por cierto “nacionalizar el agua”, recrear una “sanitaria estatal” y otras propias de nuestro realismo mágico. El que menos, aboga por una reducción significativa de la tasa de rentabilidad “del sector”. Los informes de bancos de inversión ya alertan de la “presión regulatoria”, que comienza a ser manifiesta.
Seamos prudentes. El modelo sanitario chileno permitió movilizar miles de millones de dólares de inversión privada, que en un corto tiempo lograron coberturas prácticamente universales de provisión de agua potable y tratamiento de aguas servidas en nuestro país, poniéndolo a la par con los más desarrollados del mundo. Este logro ha traído enormes beneficios en salud y bienestar, amén de externalidades positivas para otros sectores económicos. Todo ello se ha logrado con mínima necesidad de subsidios, a precios y costos competitivos. En contraste con ello, se estima que a los gobiernos de América Latina les tomará más de una década y un gasto de entre 4 y 5 puntos del PIB alcanzar coberturas de suministro y tratamiento similares a Chile. La diferencia entre uno y otro caso estriba en el modelo regulatorio: las “reglas del juego”.
Si se ha de legislar, entonces –la regulación es ciertamente perfectible– que no se haga al calor de la crisis; que se pondere seriamente lo que en general ha sido un modelo regulatorio exitoso, con evidentes beneficios para todo el país. No convirtamos el episodio de Essal en un “Cisne Negro”.