El gobierno atraviesa tiempos difíciles. Su aprobación está bajo 30%, el crecimiento económico
ha sido menor a lo esperado (y prometido) y, el que hemos alcanzado, casi no se ha notado en
el empleo o los salarios.
Luego de una notoria aceleración de la actividad en la segunda mitad de 2017, hubo una
considerable pérdida de dinamismo. El crecimiento del Imacec, entre febrero de 2018 y abril de
2019, fue 2,3% (anualizado). Sólo un poco mejor que el 2,2% observado entre febrero de 2014 y
febrero de 2018.
Aunque los registros deberían mejorar en los próximos meses, es probable que la tasa de
desempleo aumente un poco, lo que mantendrá el tema económico en el centro de la
discusión. Y para qué decir si los problemas en la economía mundial escalan en serio, por
ejemplo, si EE.UU. cae finalmente en una recesión.
Cabe entonces preguntarse: ¿qué explica esta situación? ¿qué se puede hacer?
Condiciones externas
El comercio global se ha desacelerado. En los primeros cuatro meses de este año el crecimiento
anual del comercio global en volumen fue nulo, por debajo del crecimiento de 4% de fines de
2017 y comienzos de 2018. Algo similar pasa con la producción industrial mundial.
Reflejo de las contiendas y amenazas entre Trump y China, el precio del cobre ha fluctuado
alrededor de US$ 2,7 por libra en las últimas semanas, bastante menos que los US$ 3,2 de fines
de 2017 y los primeros meses de 2018. Pero cabe recordar que, durante gran parte de 2016,
estuvo en torno a US$ 2,1, e incluso por debajo de la marca de US$ 2,0 a comienzos de ese año.
Nuestra sufrida región sigue mal. Brasil no logra salir de su pantano y Argentina está en una
fuerte recesión. Pero estuvo peor antes. Según el FMI, América Latina crecerá 1,4% este año, lo
que es bastante mejor que la caída de -0,6% de 2016 y el magro 0,3% de 2015.
Un útil resumen del cuadro general lo entrega el índice de Términos de Intercambio (TDI), que
mide la relación entre el precio de nuestras exportaciones e importaciones. En el primer
trimestre de 2019, este índice estuvo 4% por debajo de su máximo en la segunda mitad de
2017, pero 12% por arriba del promedio de 2016.
En este tema, resulta inevitable recordar una columna de marzo de 2017, en la que el actual
Ministro Larraín afirmaba, en base a los TDI y un estudio del FMI, que las condiciones externas que vivía Chile podían explicar, a lo más, un punto del menor crecimiento. ¿Seguirá pensando
igual?
En suma, las condiciones externas son menos positivas que el año pasado y explican parte de la
desaceleración. Pero son bastante mejores que en 2015-16.
Estímulo macroeconómico
Otra causa del menor crecimiento es una combinación de políticas macroeconómicas
insuficientemente expansiva. El lado fiscal ha continuado un gradual ajuste (que es necesario y
levemente contractivo). La evolución de la inflación, por su parte, sugiere que a la parte
monetaria le ha faltado fuerza.
El recorte de la tasa de interés reciente del Banco Central es un avance, pero quedan algunas
preguntas pendientes.
La primera: ¿Es necesario más estímulo? Pienso que sí. Los mercados al parecer también.
La segunda, más relevante, es ¿por qué el mercado no esperaba un recorte si ahora parece algo
obvio? Parte de los beneficios de la política monetaria es que actúa antes y de manera
automática, siempre que el mercado entienda lo que está pensando el Banco Central.
Hay, al menos, dos trabas para un mejor entendimiento. Por un lado, ha faltado mayor claridad
que una inflación de 2% es tan indeseable como una de 4%. Festejar la inflación por debajo de
3%, como mucha veces lo hizo el gobierno, no ayuda. Por otro lado, el rango de crecimiento
que entrega el BCCh confunde. Desde el punto de vista de la inflación proyectada y la tasa de
interés deseada, es relevante si el crecimiento del PIB es mayor o menor en 0,75%.
Por último, está la interrogante de si acaso es necesario algún estímulo fiscal. En otras palabras,
¿debe calibrarse la velocidad de ajuste del balance estructural? Por cierto, las reasignaciones
para invertir son políticamente útiles, pero ineficaces desde el punto de vista macro. La
pregunta es si cambiar la regla.
Hay buenas razones para perseverar con el plan fiscal que ha delineado el gobierno. Se han
prometido gastos futuros, como el de pensiones, que necesitan espacio. Y para el corto plazo,
desde una perspectiva macroeconómica, es la política monetaria la que debe tomar la
iniciativa.
Confianza, ¿pero en qué?
Los cambios de gobierno crean expectación. Cuando Argentina escogió a Mauricio Macri como
presidente, cuando en Brasil terminó el gobierno de Dilma Russeff y cuando el Presidente
Piñera ganó la elección pasada, las medidas de confianza del mundo empresarial aumentaron
significativamente.
Pasado un tiempo, en los tres casos pasó lo mismo: las expectativas se desinflaron y, más
importante, la economía perdió el (escaso) dinamismo inicial.
Parece haber cierta asimetría en los efectos de caídas y recuperaciones de confianza. La falta de
ella puede tener efectos negativos y persistentes. Un mejoramiento de ella tiene efectos de
corta vida si no se acompaña por medidas concretas. En otras palabras, la confianza es
importante, pero no basta por sí sola, como parecieran creer algunos.
En Chile, el comportamiento del precio de los activos durante lo que va del año es coherente
con una gran desilusión sobre la capacidad del gobierno para darle contenido a esa mayor
confianza inicial.
La bolsa en dólares de Chile, medida por el índice MSCI, ha caído 4% desde comienzos de año.
El promedio de los países emergentes ha aumentado 8% en el mismo lapso y el mundo
desarrollado lo ha hecho en 15%. En América Latina el promedio de las bolsas ha aumentado
11%, lo que sugiere que hay temas locales.
En algún sentido, hay un mayor premio por riesgo de hacer negocios en Chile. No a causa de un
problema fiscal. El gobierno se endeuda a una tasa real, a 20 años, de menos de 1%, la menor
de la que yo tenga recuerdo. Pero sí debido a una sensación de que es cada vez más difícil que
haya reformas y se va haciendo más complicado hacer negocios (la mina Invierno es el último
ejemplo).
¿Cómo recuperar el impulso?
Es tentador continuar el juego de echarse la culpa. El gobierno recrimina a la oposición, por no
dar los votos a proyectos, supuestamente, excelentes. La oposición responsabiliza al gobierno,
por proponer proyectos de dudoso efecto y posible exceso de ideología.
Sin embargo, ese es un camino estéril, e incluso peligroso. Un cálculo mezquino esperará algún
trasvasije de votos para la próxima elección, aunque su signo no es claro. Los verdaderos
ganadores de esa dinámica serán los sectores más polarizados.
Sería más productivo reconocer: (i) que es necesario lograr consensos para apuntalar la
capacidad de crecimiento potencial de la economía; (ii) que el gobierno debe negociar sus
reformas si quiere que ellas avancen; (iii) que la oposición debe abrirse a pactar más allá de lo
que está haciendo la DC en la Cámara de Diputados; y (iv) que parte de la desazón que se
percibe en el ambiente es reflejo de esta sensación de “entrampamiento”.
Un camino para alcanzar acuerdos es el que utilizó el ministro del Trabajo en el proyecto de
estatuto para el trabajo de jóvenes. Tiene contenidos menos profundos de lo que tenía la
propuesta inicial, pero está aprobado.
En el caso de la reforma de pensiones también hay avances interesantes que permiten algún
grado de optimismo. Falta trabajo, pero se ve una salida.
La reforma tributaria, en cambio, se encuentra en una situación más compleja. A pesar de los
protocolos, aún no hay compensaciones reales a la reintegración. E incluso, si logra salir de la
Cámara de Diputados, su paso por el Senado se ve difícil.
Quizás es momento de pensar en soluciones más creativas, en alternativas de mayor calibre.
La integración es una herramienta más bien débil para incentivar la inversión; incluso podría
incentivar el consumo por encima de la reinversión. Los efectos sobre el PIB que el gobierno
calcula parecen exagerados a los ojos de muchos expertos. Además, la integración tiene efectos
directos indeseados en la distribución del ingreso lo que, sin duda, dificultará su aprobación.
Considerando que Chile aumentó 10 puntos porcentuales la tasa del impuesto corporativo en
10 años, más que cualquier otro país OCDE, y hoy esta tasa se encuentra por encima del
promedio internacional, ¿no será mejor, en vez de reintegrar, reducir este impuesto y buscar
compensaciones efectivas? ¿O tal vez buscar otros mecanismos, como la depreciación
instantánea para disminuir las tasas efectivas pagadas?
Lo único que debemos evitar, es no hacer nada. No existe atajo a dialogar para alcanzar
acuerdos, lo que implica ceder un poco para tener éxito. Y como en cualquier negociación,
también compartir las pérdidas y los beneficios.