Lo que trajo la marea: memorias del intervencionismo en el Perú

La semana pasada, Roberto Chang nos recordaba una de las frases más conocidas de Milton Friedman, “no hay lonche gratis”. Esta semana podemos empezar recordando otra contribución célebre, la idea de que hay “grandes mareas” en la opinión pública, mareas que toman décadas y que terminan rebosando en las decisiones de política, antes de agotarse y ser sucedidas por otra marea, muchas veces con el signo contrario.  Una tal marea hacia el colectivismo, la expansión del gasto público y las nacionalizaciones fue predominante, según Friedman, hasta los 1970s.[1]

En el Perú, la marea colectivista llegó tarde por muchas razones, entre ellas que no hubo realmente elecciones más o menos libres hasta los 1960s, y aun entonces con una franquicia electoral reducida y bajo constante tutela militar.  Con el golpe del General Velasco el 3 de octubre de 1968 se abrieron las puertas del intervencionismo en gran escala.   La junta militar emprendió una amplia gama de reformas para reestructurar la propiedad de los activos económicos en favor del sector público y, en general, aumentar el papel del estado en la economía.  El sustento intelectual de las reformas era la creencia en la capacidad de un estado reformista para orientar la actividad empresarial hacia objetivos nacionales y eliminar la dependencia extranjera a través de la adopción de políticas de comando y control.[2]

El régimen de Velasco ha sido apodado “el experimento peruano” por  la combinación de reformas muy radicales implementadas en rápida sucesión por un gobierno con un grado extraordinario de autonomía de la sociedad.  Algunas de las políticas implementadas—como la reforma agraria o la toma del enclave petrolero de Talara—fueron probablemente populares y estaban entre las promesas incumplidas de los principales partidos políticos antes del golpe.  Pero el gobierno militar fue mucho más allá.  A la reforma agraria le sucedieron en poco tiempo la reforma industrial y nacionalizaciones en gran escala en el petróleo, la banca, la minería, las telecomunicaciones, el sector eléctrico, la pesca, y hacia 1974 los medios de comunicación: emisoras de radio, televisión y periódicos.  Algunas de estas nacionalizaciones se revirtieron al final de régimen militar, en particular las de los medios, pero las empresas públicas tuvieron una presencia importante en la economía peruana hasta las reformas pro-mercado de los 1990s.

El período que media entre las reformas de Velasco y las reformas pro-mercado está marcado por la caída del producto per capita y por inflación creciente hasta la hiperinflación de los 1980s.  Es también un periodo de choques externos, incluyendo la caída de los términos de intercambio y el cierre de las oportunidades de endeudamiento.  Dada esta coincidencia de choques negativos, cabe preguntarse si hay alguna forma de separar sus contribuciones respectivas a la pobre performance económica peruana entre 1975 y 1990.

En un trabajo reciente con Marco Vega[3] intentamos dar una respuesta. El objetivo central es dilucidar hasta qué punto la crisis de largo plazo de los 1970s y 1980s puede atribuirse al cambio de régimen económico que representa la junta de Velasco y no solamente a las circunstancias adversas.  Tomamos como punto de partida que las circunstancias adversas  afectaron también a otros países en la región y en el mundo.  Para intentar aislar el efecto de dichas circunstancias, construimos un “control sintético” dando ponderaciones a diferentes países en la región para replicar la evolución de varios indicadores de la economía peruana de 1960 a 1972, y comparamos la evolución de dicho control sintético con la evolución efectiva del Perú en términos de producto per capita, productividad total de factores, y stock de capital per cápita.

Encontramos que las pérdidas de PIB asociadas con el cambio en el régimen económico fueron de alrededor del 50 % del PIB en 1990. La brecha con respecto al control sintético se puede atribuir tanto a una menor productividad como a una menor acumulación de capital. En términos de productividad, la pérdida en la PTF fue de entre el 20% y el 40%. En términos de acumulación de capital, la pérdida en el stock de capital per cápita hacia 1990 fue de entre el 25% y el 33%.  Es decir, el legado económico de las reformas de Velasco incluye pérdidas cuantiosas de producto a lo largo de dos décadas.

Se puede replicar que el PIB, la productividad y la inversión no son el único rasero para evaluar el legado de la junta.  Como notamos en el trabajo referido, antes de la junta el Perú distaba de ser una democracia modelo; la estructura de propiedad agraria podía verse como resultado de expoliaciones históricas; la inquina popular contra el enclave petrolero de Talara podía ser justa; etc.

Friedman toma la metáfora de la marea de una de las tragedias históricas de Shakespeare:

 

Hay una marea en los asuntos de los hombres,

que tomada a plenitud lleva a la fortuna,

y descuidada, puede llevar a pasar el viaje

en aguas poco profundas y en miserias.

En ese mar lleno nos encontramos ahora;

debemos tomar la corriente cuando sirve

o perdernos.[4]

 

Las mareas presentan riesgos y oportunidades.  En el Perú, la marea que nos llegó al filo de los 1970s desencalló algunos temas importantes a costa de un legado de pérdidas económicas cuantiosas.  La siguiente marea, la marea pro-mercados y pro-competencia, nos alcanzó al filo de los 1990s y tuvo un legado económico no desdeñable: dos décadas de crecimiento.  Nos legó también un sistema judicial corrupto, políticos capturados y una constitución impracticable.

¿Nos irá mejor con la siguiente marea?

 

 

[1] Milton Friedman y Rose Friedman, “The Tide in the Affairs of Men” https://fee.org/articles/the-tide-in-the-affairs-of-men/

[2] Ver el discurso del General Velasco en la reunión de la CEPAL en Lima en 1969, recogido en Velasco: La voz de la revolución, Ediciones Peisa, 1972.

[3] César Martinelli y Marco Vega, “The Economic Legacy of General Velasco: Long-Term Consequences of Interventionism”, Universidad George Mason y PUCP, 2019.

[4] Julius Caesar, Acto 4.

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