Economía en el Perú: ¿la ciencia deprimente?

Es fácil toparse con críticos de la ciencia económica y de la profesión del economista hoy en día. Se dice, por ejemplo, que los gurús económicos han profetizado diez de las últimas cinco recesiones. Se cuenta también en broma sobre un líder soviético durante la guerra fría que se sentía orgulloso al ver desfilar en la parada militar, luego de los misiles, tanques y otras armas devastadoras, a un grupo de hombres desgarbados ensimismados en sus propios pensamientos: “Son economistas” – decía el líder– “y cuán grande es el daño pueden hacer”. En inglés, se llama a la Economía the dismal science, la ciencia deprimente.

Peligro real y presente

No es broma: la desconfianza en la Economía como ciencia es real y presente. Por ejemplo, en un frente local como el peruano, el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (CONCYTEC) no considera a la Economía ni a sus ramas afines (e.g., Finanzas) como áreas válidas del saber para los (limitados) programas estatales de apoyo a la investigación científica. Que los economistas se las arreglen solos, piensan quizás las autoridades peruanas. Y así, los casi doscientos cincuenta años de desarrollo sistemático de conocimientos acerca de las preferencias y dotaciones iniciales que llevan al intercambio de bienes y servicios en la sociedad se descartan como insuficientes, incluso inútiles. En estos lares, se considera a la ciencia económica casi como una ocupación superficial.

Incluso en el ámbito académico peruano, muchos no creen tanto en la ciencia económica como parece que deberían. Por un lado, los estudiantes universitarios de Economía llevan cursos y se ilusionan momentáneamente con los modelos y la evidencia empírica. Pero en sus últimos semestres, algunos dejan ese aprendizaje de lado para “aprender desde cero”, dicen, la realidad de los mercados en el sector privado o en oficinas estatales. Además, varios de los alumnos académicamente más talentosos no cifran sus esperanzas en el poder de la ciencia económica para cambiar el mundo, y no aspiran a estudios de doctorado, evitando la carrera académica, que además paga poco y no brinda prominencia social en el Perú.  Por otro lado, varios de los grandes maestros de Economía en el medio local, luego de estudios en programas doctorales en el extranjero – a veces sin terminar la tesis –  prefieren volcar su aprendizaje científico en la consultoría o en elaborar proyectos para entidades internacionales, sin profundizar sistemáticamente en la naturaleza y causas de situación económica peruana y en cómo contribuir a mejorarla.

Si sus adeptos no creen mucho en ella, basta solo imaginar la actitud de los antagonistas de la ciencia económica.

Las críticas de ese lado son de método y sustancia. En cuanto al método, un número significativo de académicos posmodernistas en áreas como la antropología, la filosofía, la literatura y las nuevas ramas de interés como los estudios de género tienen como premisa la ausencia de una verdad objetiva y la invalidez de una lógica analítica que conduzca de un enunciado a otro. Su ocupación central es la interpretación como base de la ciencia, lo cual es peligroso, ya que la interpretación aguanta todo si no viene respaldada por una derivación formal o por evidencia creíble. Si no hay realidad, no puede haber interpretación. En cuanto a la sustancia, estos pensadores antagónicos ven a la Economía como un instrumento más de opresión que divide a la sociedad y beneficia a unos pocos a costa de todo el resto, señalándola como cómplice de la perpetuación de una explotación heredada de antaño.

Síntomas generalizados

Esas críticas no son nuevas. Es más, en un abuso reduccionista, la situación actual respecto a la ciencia económica se podría explicar económicamente. Podríamos ver, en la pugna de las ciencias, un equilibrio en el que algunas fuerzas llevan a un segmento de la sociedad a defender la existencia de una ciencia que estudie las relaciones materiales con miras al bienestar y riqueza, y otras fuerzas llevan a cuestionar el valor de esa ciencia y a atacarla o marginalizarla, según se equilibren los incentivos y preferencias de distintos artífices.

¿Pero es acaso esta valoración cuestionada de la Economía una disquisición meramente académica? ¿O tiene consecuencias concretas y determinantes para la sociedad?

Aventuro una respuesta: basta mirar las calles de la gran Lima para notar los grandes atrasos materiales patentes en nuestra sociedad. Sí, hay autopistas, hay movimiento, y autos nuevos, y carteles luminosos por todos lados. Pero si uno se fija con detenimiento, puede llegar a la conclusión general de que el peruano todavía no se ha tomado en serio su comportamiento económico. Los ejemplos sobran, pero basten algunos para darse una idea. Infraestructura limitada. Baja penetración financiera. Poco apalancamiento. Inversión subóptima. Alto riesgo moral y selección adversa. Poco valor de la palabra dada. Trabajo a medias, muchas veces indisciplinado. Desobediencia a las reglas básicas de convivencia, como en el tránsito vehicular. Tramitología. Inmediatez en el consumo. Poca cultura de ahorro. Deshonestidad en los reportes tributarios y financieros. Escasísima base tributaria. Excesivas trabas para los pocos que funcionan en la formalidad. Morosidad e incumplimiento en el pago de arbitrios y servicios básicos. Crimen económico y corrupción a toda escala. Lentitud en la provisión de bienes públicos. Entrampamiento.

Progreso real desde 1992

No todo es negativo: el Perú ha progresado enormemente desde 1992, y la Constitución Política de 1993 ha sido un mecanismo crucial para ese progreso. (El aniversario número 25 de su promulgación pasó desapercibido aquí, dada la orientación marcadamente adversa del Poder Ejecutivo actual). Pero también es verdad que el Perú se venía deteriorando enormemente desde octubre de 1968, por lo cual el contrafactual válido hoy es: ¿dónde debería estar económicamente el Perú? ¿Qué nos falta?

El Perú debería estar mucho más desarrollado económicamente de lo que está hoy, y en parte la culpa es de los economistas. Sin un buen diagnóstico económico, sin un buen engarzamiento de la economía con la política y el estado de derecho, sin un acuerdo general de fuerzas con un rumbo económico claro, el resultado es el desarrollo desordenado que nos envuelve hoy. El rezago de la profesión económica en el Perú contrasta fuertemente con países como Estados Unidos o incluso nuestro vecino del sur, Chile. Existe evidencia sobre cómo la profesión económica va expandiéndose a más ámbitos del accionar privado en sociedades desarrolladas. Poco de ello observamos en el Perú.

Aquí los empresarios e inversionistas de gran escala, amparados por una estabilidad jurídica de la inversión garantizada por el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), un marco jurídico habilitado en el Perú en 1993 que es visto como imposible de romper hoy en día, a pesar de la debilidad institucional y política del país, no necesitan complicarse mucho la vida en pensar qué hará el próximo Presidente o cuánto oscilará el péndulo político. Así, con los economistas por un lado y los empresarios por otro, nadie dedica suficientes energías y análisis al diagnóstico certero que hace falta antes de hacer propuestas útiles.

Salir del subdesarrollo: pensar y querer

En mi opinión, la gran responsabilidad olvidada de los economistas en décadas recientes ha sido la falta de fomento de una cultura microeconómica en la población peruana. Una cultura que sea útil para entender la realidad y que sirva como estímulo para sentar bases más sólidas de esfuerzo, disciplina y aspiración ordenada a un mayor crecimiento. En otras palabras, el engarce proverbial entre inteligencia y voluntad. Al final del día, la teoría económica es meramente una visión del mundo, y las fuerzas de oferta y demanda son una forma de organizar ideas. Pero la necesidad humana es real; el mundo material es real; las preferencias y dotaciones iniciales de todos los peruanos son reales. Y el talento de millones de peruanos es real, aunque frágil si no se cultiva y aprovecha sabiamente.

Contamos con los elementos suficientes para confrontar más seriamente la economía que nos rodea. Con prudencia y decisión, se podrá dar pasos firmes para un Perú más unido, con menos desigualdad y más bienestar para todos. No hacerlo sería deprimente.