Desigualdades, diferencias, brechas. Podríamos hacer un tratado sobre los distintos conceptos que cada una de estas palabras recoge, o si son en realidad sinónimos, o sobre el sentido económico que cada una de ellas podría tener. Pero eso no es lo que busco con este texto. Solamente quiero llamar la atención sobre las grandes desigualdades en la apropiación y uso de Internet entre hombres y mujeres en los países en desarrollo.
Los datos del proyecto After Access (https://afteraccess.net/wp-content/uploads/2018-After-Access-Understanding-the-gender-gap-in-the-Global-South.pdf) provienen de 16 países del denominado “Sur Global” que comprende tres continentes: África (Ghana, Kenia, Mozambique, Nigeria, Ruanda, Sudáfrica, y Tanzania), Asia (Bangladesh, Camboya, India, y Paquistán) y América Latina (Argentina, Colombia, Guatemala, Paraguay, y Perú). Fueron recogidos durante 2017 y se enfocaron en las dimensiones del uso de Internet, precisamente haciendo énfasis en que las dimensiones del acceso son cada vez menos un problema –pero no dejan de serlo para muchas personas, principalmente aquellas que pertenecen a los niveles socioeconómicos más bajos.
Uno de los principales hallazgos de After Access es que se encuentran desigualdades en el acceso y uso de Internet entre hombres y mujeres, lo que se ilustró creando un índice de uso de Internet y calculando la brecha de género en cada país. Esta brecha se calcula como el porcentaje en el cual tendrían las mujeres que aumentar el valor del índice para que sea igual al valor alcanzado por los hombres.
Así como se constatan desigualdades entre países desarrollados y en desarrollo, entre los mismos países en desarrollo se constatan diferencias importantes. En el siglo pasado, cualquier banquero de inversión sabía que la teledensidad de la telefonía fija estaba altamente correlacionada con el PBI per cápita de un país. El dato nuevo que nos trae After Access es que la brecha de género también está correlacionada con el PBI per cápita. La brecha de género es mayor, a menor riqueza del país. La brecha de género en Argentina, el país con el más alto PBI per cápita de la muestra, llega apenas al 1%. En India, que se ubica en el medio de la distribución, la brecha de género alcanza 57% y en Ruanda, uno de los países más pobres de la muestra, la brecha de género llega a 62%.
Es cierto que la universalización del uso de teléfonos móviles se asocia al acceso universal a Internet. “Todos tienen celular” es una afirmación hoy más cierta que nunca. Donde comienzan las desigualdades es en cuanto a las funciones del terminal móvil y donde se hacen dramáticas es en los usos. La encuesta After Access nos da datos duros de las grandes desigualdades. Concretamente, la propiedad de teléfonos móviles supera el 50% de la población en todos los países con la excepción de los dos más pobres (Ruanda y Mozambique), mientras que el uso de Internet supera el 50% de la población solo en los países con PBI per cápita mayor.
Esta gran diversidad en la penetración del uso de Internet es la que puede explicar las grandes brechas en el uso de ciertas aplicaciones que son alabadas como facilitadoras de la inclusión financiera o de la participación ciudadana. Veamos.
En los 16 países encuestados, el uso de teléfonos móviles para transferencias monetarias es mínimo. En América Latina, destaca Paraguay, donde prácticamente la mitad de hombres y de mujeres realiza transferencias monetarias utilizando el teléfono móvil. Pero ello contrasta con Kenia, que ha logrado que más de 70% de personas las realicen, lo que nos puede traer a la mente el gran éxito de M-Pesa. Quienes estudian la inclusión financiera por la vía digital apuntan a importantes restricciones regulatorias que explicarían que los países de América Latina, con sistemas de regulación financiera más modernos, muestren rezagos frente a los países de África como Kenia, Ghana o Mozambique.
En contraste, el uso de redes sociales está fomentando la adopción de Internet, es decir, las personas buscan utilizar Internet para estar conectado en redes sociales. Los datos de After Access muestran que allí donde los niveles de penetración de Internet son más altos, menores son las brechas entre hombres y mujeres en el uso de redes sociales. Esto claramente tiene sentido por las externalidades de red. De otro lado, se constata que los hombres están más dispuestos que las mujeres a utilizar sus nombres verdaderos en las redes, así como otros datos como su estado civil o género. Esta realidad abre una importante línea de investigación sobre la denominada ciberseguridad, cómo es percibida de manera diferente por hombres y mujeres y qué políticas públicas pueden ser necesarias para proveer este bien público.
Los hombres comparten información laboral y utilizan las redes para obtener información, mientras que el uso mayoritario de las mujeres es para hablar o chatear. Un dato muy interesante es que más mujeres que hombres utilizan las redes sociales para acceder a contenido educacional. En línea con esta constatación, otros estudios muestran que contar con Internet en casa ayuda a que las mujeres, cuyo uso del tiempo está típicamente asociado a labores domésticas o de cuidado familiar, puedan estudiar en línea o capacitarse o participar del mercado laboral en Internet desde su propia casa. Recursos educacionales en línea pueden contribuir entonces a que las mujeres completen educación que dejaron para ocuparse de sus hijos o familias, contribuyendo así a cerrar brechas de nivel educativo entre hombres y mujeres. La consecuencia sobre la política pública también es clara: el acceso a Internet en el hogar tiene que ser asequible.
Al enfocar la atención en los cinco países de América Latina, que combinan diferentes niveles de PBI per cápita, buscamos explicar la brecha de género utilizando la descomposición de Ñopo (2008). Mi trabajo con Aileen Agüero y Paulo Matos (https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=3142380) muestra que la educación, el nivel socio-económico y la condición de ocupación (dependiente, independiente, desempleado, etc.) explican de manera significativa la brecha de género en el uso de Internet. Estas tres variables suelen ser las sospechosas comunes cuando se busca explicar desigualdades en el bienestar general, lo que llama la atención sobre la necesidad de nivelar el campo de juego para que tanto hombres y mujeres puedan tener la libertad de decisión sobre sus vidas que el concepto de desarrollo humano de Sen nos plantea.