En el living , un grupo de familias espera las 12 para dar abrazos y brindar por el 2019. Los adultos dirigen las miradas al televisor, donde un conocido animador comienza el conteo final. Todos los jóvenes, sin embargo, tienen la vista fija en teléfonos y tablets . ¿Qué hacen? También esperan el nuevo año, pero dentro de la red social de mayor crecimiento en 2018. El famoso Fortnite, violento juego interactivo con más de 200 millones de usuarios online , había avisado que el nuevo año se celebraría con fuegos artificiales y bailes en su mundo virtual, dejando en pausa disparos y «eliminaciones» (muertes). El llamado tuvo demanda mundial. ¿Celebración ficticia o real? La línea divisoria se hace cada vez más difícil de identificar.
La velocidad del avance tecnológico aturde. La inteligencia artificial, la conectividad global y la realidad virtual dejaron de ser ciencia ficción. En la educación, por ejemplo, han transformando el aprendizaje. ¿Quiere saber de geografía? Basta ponerse unos anteojos conectados a un teléfono para visitar la Antártica, caminar en torno a la gran pirámide de Giza o visitar la Muralla china. Así, la nueva tecnología permite masificar sensaciones, experiencias y realidades. Las ganancias en productividad y ventas son inmensas. Sin cuestionamientos, los sectores de la economía abrazan el cambio. Los mercados apuestan a que la tendencia solo se acelere.
¿Estamos preparados para este nuevo paisaje? Probablemente, no. ¿Trae riesgos? Claro que sí. Basta reparar precisamente en las contraindicaciones del acceso temprano a videojuegos que combinan socialización y violencia. La adicción es casi inmediata y los efectos nocivos, permanentes, particularmente entre quienes no han desarrollado el autocontrol. De ahí que uno incluso pueda preferir un paquete de cigarrillos a una consola de videojuegos como regalo para los niños.
Nada, por supuesto, detendrá el tsunami . Nuestra demanda interna por socializar nos conecta a la plataforma de moda; el racional ocultamiento de nuestros defectos, a vender lo que no somos, y el deseo de figurar, a distorsionar nuestro entorno. La combinación es explosiva. En el amor, la industria tecnológica está generando matrimonios entre personas y personajes virtuales. En la amistad, todos conocemos a alguien que aparenta en Facebook una vida sin contratiempos a pesar de su verdad. En política, no faltan los parlamentarios -supuestamente llamados a ser ejemplo- que con livianos actos tuercen peligrosamente la realidad. Celebrar la polera con la foto estampada de un senador asesinado quizás sea atractivo entre fanáticos seguidores de sangrientos videojuegos, pero seguro es nefasto para la sociedad.
Ayer eran los carretes en la disco, hoy es la celebración del año nuevo en el violento Fortnite, mañana quién sabe. Una cosa sí es cierta. Se está haciendo cada vez más difícil proteger a la especie de su instinto autodestructivo, que brota por las redes sociales y distorsiona la realidad de las nuevas generaciones.