En su Cuenta Pública, Sebastián Piñera usó las palabras “libre” o “libertad” 32 veces. ¿Qué quiso decir el Presidente? ¿A qué tipo de libertad se refería? Tradicionalmente, la derecha chilena ha definido la libertad como no interferencia, o lo que el filósofo Isaiah Berlin llamó libertad negativa. Así, un empresario a quien el Estado no ahoga con impuestos o regulaciones excesivas es libre para emprender.
Otro ejemplo revela las limitaciones de esa definición. Un joven que estudió en un colegio particular pagado, es hijo de un empresario y tiene contactos y financiamiento es más libre para emprender que otro joven que no tuvo esos privilegios.
Cuando hablamos de feminismo la libertad negativa se queda más corta aún. Una mujer que acepta un cargo a sabiendas de que ganará menos que un hombre que ejecuta idéntica función queda con su libertad negativa intacta: el jefe no la obligó a aceptar la oferta. Pero su falta de opciones sugiere que en otro sentido más profundo esa mujer no es efectivamente libre.
Como ha planteado Philip Pettit, más que la no interferencia el ideal político de libertad al que debemos aspirar es la no dominación -no estar sujeto a la voluntad arbitraria de otra persona-. Para las mujeres acercarse a ese ideal parte por relaciones menos discriminatorias. Las desigualdades de trato -tanto el PNUD como la socióloga Kathya Araujo lo han hecho ver- son las que más indignan a las chilenas. No es libre -aunque nadie la obligó a dar rendir ese examen- la universitaria a quien el profesor consulta si viene a ser ordeñada. En Chile no solo el trato es desigual. El acceso al poder y las oportunidades también lo son. Reducir esas desigualdades es indispensable para que las mujeres chilenas puedan ejercer lo que Berlin llamó la libertad positiva: la capacidad para vivir la vida que desean.
El Presidente dio un primer paso conceptual al reconocer en su discurso que “la libertad se restringe si no creamos las oportunidades para que todos puedan vivirla”. El desafío ahora es pasar del dicho al hecho. En Chile la tasa de empleo femenino -el porcentaje de mujeres en edad de trabajar que tienen trabajo- apenas alcanza el 45%. La tasa es baja incluso para América Latina. Y Europa y América del Norte, la cifra suele exceder el 70%.
El Presidente anunció que garantizará el derecho a sala cuna y promoverá los horarios de trabajo más flexibles y el teletrabajo. Falta saber cómo lo hará, porque anuncios similares en el pasado no tuvieron efectos.
Pero no basta con más cargos para mujeres. Esos trabajos también deben ser remunerados con mayor justicia.En el Reino Unido una ley obliga a todas las empresas con más de 250 trabajadores a hacer pública cualquier brecha en la paga de hombres y mujeres. Avergonzados algunos empresarios británicos empiezan a dejar atrás la discriminación de las trabajadoras. ¿Por qué no adoptar la misma norma en Chile?
El poder, especialmente el económico, también está mal distribuido. El número de mujeres directoras de grandes empresas es mínimo. Sugiero una ley como la recientemente adoptada por California, que exige a las empresas tener un mínimo de tres mujeres directoras.
Con cambios como estos, en el futuro ya no sería necesario repetir tantas veces la palabra “libre”. Para las mujeres chilenas la libertad dejaría de ser una aspiración, y empezaría a convertirse en una realidad.