Pensando en la semana pasada, ¿cuántas veces experimentó las siguientes situaciones? «Dormí mal», «Tuve poco apetito», «Estuve decaído/a», «Me costó concentrarme», «Todo lo que hice requirió esfuerzo», «Sentí que le caigo mal a la gente», «Estuve triste» y «Tuve episodios de llanto». Sorprendentemente, el reporte repetido de este tipo de eventos puede sugerir el padecimiento de una compleja y dolorosa enfermedad: la depresión.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la depresión es la principal causa de la pérdida de años de vida sana en el mundo. Se estima que más de 350 millones de personas la padecen y los números van en alza. En los EE.UU., por ejemplo, se ha documentado su aumento sostenido durante la última década, siendo el crecimiento más rápido entre los jóvenes de 12 y 17 años (desde un 8,7% en el 2005 hasta un 12,7% en el 2015). En su expresión más severa, la enfermedad puede llevar al suicidio. De ahí que las alertas estén puestas sobre el sorprendente aumento global de estos fatales eventos (60% desde los 70s). Los recientes casos de Kate Spade, Inés Zorreguieta y Anthony Bourdain nos recuerdan el siniestro y letal actuar de esta enfermedad.
Y en Chile el tema hay que tomárselo muy en serio. De acuerdo con los datos del Estudio Longitudinal Social de Chile, un 18,3% de la población reporta al menos depresión moderada (7,2% en el nivel más alto), alcanzando la cifra un 23% entre las mujeres y siendo el norte del país la zona con las tasas más altas. Y entre los niños y jóvenes los números no son menos preocupantes: estudios ubican la prevalencia de la enfermedad mental en torno al 7% en estos grupos, y en aumento. Si a esto se agrega el alza estable en la tasa de suicidio adolescente del país, que se dobló desde los 90s, las alarmas no pueden dejar de sonar.
¿Por qué se le está haciendo más difícil al ser humano controlar las voces internas que gatillan la depresión? No hay respuesta definitiva, pero el adictivo uso de las redes sociales se comienza a perfilar como una potencial explicación. Y es que se hace más difícil silenciar las propias cuando el tumulto de virtuales voces externas es continuo y ensordecedor. Además, la aspiración a una realidad ajena a la propia, que se cree a la vuelta de la esquina por aparecer en una pantalla, golpea nuestros equilibrios más profundos. Y a esto se agrega el sufrimiento de nuestra emocionalidad ante la creciente soledad, el moderno exilio de la privacidad ante la demanda de un «me gusta» y el cyberbullying , de brutal impacto sobre la infancia y adolescencia.
Pasó desapercibido, pero Apple y Google presentaron esta semana aplicaciones para ayudar a sus usuarios a controlar el tiempo que interactúan con celulares y tablets . Peculiar movida, ¿no? Quizás no tanto. En una de esas sus datos ya muestran que la afirmación «Pasé la mayor parte del día frente a un dispositivo» también permite detectar la depresión. ¿Y no será la causa?