Algunas veces sucede que pasa algo malo, y luego todos se preguntan “¿Por qué nadie hizo algo al respecto antes?”. O un gerente dice al final de una reunión “Alguien que se ocupe de hacer tal cosa”, y no se hace. O fallan una cantidad de instancias de chequeos de seguridad, y termina habiendo un accidente en una planta industrial, o termina explotando el Challenger.
En “On the Problem of Prevention”, un trabajo que escribí con JP Benoît en el International Economic Review en el 2013, estudiamos las causas de estos problemas, y otros similares. Un episodio triste pero colorido que llevó a otra gente a estudiar un aspecto de estos problemas fue el asesinato de la joven Kitty Genovese en Nueva York hace cinco décadas. El mismo cambió al mundo en muchas cosas y dejó lecciones en una variedad de ámbitos académicos y de la vida pública. Hoy analizaré sólo lo que tiene que ver con economía, administración, el “arte” de delegar y las elecciones. El hilo conductor será: ¿Por qué todos se lavan las manos?
Lo sucedido
Una madrugada Genovese estacionó su auto a una cuadra de su casa. Cuando caminaba rumbo a su apartamento, un hombre la apuñaló. Ella gritó pidiendo ayuda, pero sólo logró despertar a varios vecinos. Uno de ellos le gritó al atacante que la dejara. El joven escapó mientras Genovese intentaba llegar a su casa. Los testigos observaron al atacante que se iba, pero volvió a los 5 minutos. El hombre siguió el camino de sangre que había dejado Genovese y la encontró casi inconsciente al lado de la puerta de su apartamento. Allí la violó y la mató. Todo el ataque duró aproximadamente media hora, y fue presenciado por al menos 38 personas. La policía llegó pocos minutos después de terminado el ataque.
La investigación policial determinó, y los vecinos confirmaron, que nadie había llamado a la policía durante el incidente. Desde la primera llamada la policía demoró sólo un par de minutos en llegar a la escena del crimen. Los investigadores perplejos se preguntaron: ¿Por qué nadie había llamado a la Policía? Desde entonces han surgido varias docenas de explicaciones, con cada ciencia social proporcionando al menos un par.
Nace el 911
Una de las razones más importantes por las cuales nadie llamó a la policía, es porque no existía un sistema como el 911: anónimo y universal. Para llamar a la policía, los vecinos debían buscar el número en la guía (dependía del barrio en que estuvieran) y antes de enviar un patrullero, la policía preguntaba al denunciante su nombre, teléfono, dirección y demás, en parte para poder ubicarlo y tomarle declaraciones después de la denuncia. Las denuncias anónimas eran ignoradas. Por supuesto, el “costo” para una persona de llamar a la policía era entonces alto: debía incurrir el esfuerzo de buscar el teléfono y someterse a una investigación y cuestionamiento posteriores a la llamada. De hecho, varios vecinos aseguraron que no querían verse involucrados en el incidente, y que por eso no llamaron.
A raíz del asesinato de Kitty Genovese, se instauró el sistema 911. Todo el mundo conoce el teléfono, y cualquiera puede llamar y hacer una denuncia anónima.
El “Beneficio” de Llamar
Pero que el costo de llamar sea alto no es explicación suficiente. El beneficio debe ser bajo. Pero ¿Cómo puede ser bajo el beneficio de evitar una muerte? El problema en este caso fue que había demasiada gente mirando e, increíblemente, cuanta más gente mira, menos probable es que alguien llame a la policía.
En aquella madrugada, a raíz del primer pedido de ayuda de Genovese, un vecino gritó, unos cuantos prendieron las luces de sus casas y todos escuchaban el murmullo saliendo de las ventanas. Los 38 vecinos sabían que los otros 37 estaban mirando. Lo perverso del caso, es que todos pensaron que alguien más llamaría. Por eso, el beneficio de llamar se percibía como bajo: “¿Para qué voy a llamar, si seguro alguien ya llamó?”. Probablemente, si hubiera sido una cabaña en el medio del bosque, con un solo vecino, el vecino hubiera llamado. En un inteligente experimento en psicología, Darley y Latané (“Bystander Intervention in Emergencies: Diffusion of Responsibility,” Journal of Personality and Social Psychology, 1968) demostraron que una víctima de un ataque tenía una probabilidad de 85% de recibir ayuda si había una sola persona mirando, versus 31% si había más de 2.
El Problema de los Bienes Públicos y el “Free Rider”.
Los economistas han estudiado problemas como el de la muerte de Kitty Genovese desde hace al menos medio siglo, con el trabajo pionero de Paul Samuelson (“The Pure Theory of Public Expenditures,” Review of Economics and Statistics, 1954). Aunque el contexto fue bastante distinto del imaginado por los economistas, el problema enfrentado por los vecinos de Genovese fue exactamente el de la provisión de un bien público. Un bien público es aquel que una vez producido beneficia a todos los individuos de la sociedad. Los ejemplos de libro de texto son un sistema de defensa anti-misiles, un parque público y la iluminación de las calles. Una vez que se produjo cualquiera de esos bienes, se benefician todos.
Lo interesante de los bienes públicos es que por más que en general es beneficioso producirlos, la gente tiende a confiar en que los demás individuos de la sociedad aportarán recursos para su construcción. Así surge el llamado problema del “free rider”: un free rider es una persona que se beneficia de un bien público sin haber aportado lo debido (free = gratis, rider = que se suma a). Se ha demostrado en una variedad de contextos, y en forma tanto teórica como empírica, que cuanta más gente está involucrada en la provisión del bien público, más improbable es que el mismo se termine proveyendo. La razón es que los incentivos para convertirse en un free rider aumentan con el número de personas.
En el caso de Kitty Genovese, el bien público que debía ser provisto era la llamada a la policía: si alguien incurría el costo de hacerla, se beneficiaban todos. Pero si el de los bienes públicos era un problema viejo y conocido, ¿no era conocida también su solución? La solución era conocida, y tiene que ver con cómo se deben delegar las tareas.
El “Arte” de Delegar.
Por naturaleza uno tiende, si puede, a delegar en mucha gente. Por ejemplo, me ha sucedido en varias ocasiones que después de fijar una fecha de un parcial con mis alumnos, les digo “bueno, que alguien me mande un mail con la fecha, porque ahora no tengo nada para anotar.” Inmediatamente me acuerdo de Kitty Genovese, y me corrijo “vos, Federico, mandame un mail con la fecha del parcial.” Y les termino contando esta historia.
La tendencia a delegar en muchos es natural: si uno se olvida, es probable que dos no se olviden, y mucho menos 30. Y eso está bien. El problema es que ninguno tiene que saber que los otros también son responsables. La clave es entonces delegar en muchos, pero que cada uno piense que él es el único.
Al delegar en una sola persona, lo que se hace es corregir el problema de coordinación que surge en los problemas de bienes públicos. En cualquiera de estos problemas, si hay un candidato natural para producir el bien público, todos esperan que él lo produzca y él sabe que si él no lo produce, nadie más lo producirá. Como a él le conviene que se provea el bien, hará lo que todos esperan que haga. Así, cuando hay un candidato natural, todo funciona correctamente.
Una institución que genera los incentivos correctos a la hora de delegar, y que podría haber evitado la muerte de Kitty Genovese es la “Vigilancia del Barrio” (Neighborhood Watch) que funciona en la mayoría de los barrios problemáticos de Estados Unidos. El grupo de vigilantes está compuesto por vecinos que se auto-atribuyen la responsabilidad de observar y avisar en caso de emergencias. Este tipo de organizaciones utiliza lo que se sabe sobre el arte de delegar, y de la provisión de bienes públicos, para mejorar la seguridad del vecindario. Son los candidatos naturales para avisar en caso de emergencia.
La Participación Electoral
Finalmente, una reflexión sobre la participación electoral voluntaria. Recuerdo haber visto una tira cómica poco después de unas elecciones presidenciales en Estados Unidos en la cual un individuo del estado de Florida fue a trabajar con la cara cubierta por una bolsa de papel marrón. Un compañero le decía al otro: “lo que pasa es que no fue a votar el domingo.” La tira hacía referencia al hecho que la elección de Bush como presidente de los Estados Unidos se decidió por lo sucedido en un pequeño distrito del estado de la Florida, en el cual si unas decenas de personas hubieran votado distinto, Gore sería hoy el presidente.
Hay al menos dos “versiones” sobre porqué la gente no suele votar en Estados Unidos. Una es que la gente piensa que su voto no cambiaría nada. La otra sostiene que la gente confía en el electorado en general, y delega en que los demás harán lo correcto. Kitty Genovese no creería esta última versión.
En definitiva, a veces nos lavamos las manos, sólo porque confiamos en los demás. La buena noticia es que todo se arregla con una mejor asignación de responsabilidades y una mejor delegación.
Para entender (técnicamente) por qué cuanto más gente hay, menos probable es que alguien llame.
Imaginemos que el costo de llamar es 1 “útil” (o 1 peso), y que en caso de llamar Kitty se salva seguro sin importar lo que hagan los demás. Imaginemos por otro lado que no hacer nada nos brinda una utilidad de 0, pero que si Kitty muere, nos “cuesta” 100 útiles (o el equivalente a 100 pesos).
Para analizar qué pasa en este caso, asumimos que cada individuo elige una probabilidad de llamar a la policía, de tal manera que, sabiendo la probabilidad que eligen los demás, nadie tiene incentivos a cambiar su elección. Eso es, calculamos el equilibrio de Nash.
Asumamos por simplicidad que todo el mundo elige la misma probabilidad de llamar a la policía. Esa probabilidad debe ser tal que yo sea indiferente entre llamar y no llamar (de lo contrario, elegiría llamar seguro, o no llamar seguro, y lo mismo para todo el mundo). Eso debe ser así, sin importar cuánta gente esté observando lo que le pasa a Kitty. Por lo tanto, la probabilidad que al menos una de las otras personas llame debe ser constante (independiente del número de personas observando). Eso es lo mismo que decir que la probabilidad que ninguno de los otros llame es constante. Como consecuencia, cuando crece la cantidad de gente que observa, cada uno debe llamar con una probabilidad menor. Estos dos hechos:
a) Que la probabilidad que ninguno de los otros llame es independiente de la cantidad de gente.
b) Que la probabilidad de que cada persona llame cae con la cantidad de gente observando;
hacen que la probabilidad que ninguno llame crece con la cantidad de observadores (es el producto de una constante, por mi probabilidad de no llamar, que crece con el número de personas).
Por lo tanto, cuanto más gente, más probable es que todos se laven las manos.