Como en muchos países, la cuestión del salario mínimo ha sido objeto de fuerte controversia en los Estados Unidos, tanto en círculos académicos como políticos. Durante la reciente contienda electoral, por ejemplo, Hillary Clinton, se declaró a favor de aumentar el salario mínimo federal de 7.25 dólares a 12 dólares por hora; Bernie Sanders pidió un aumento aún mayor. Reacciones a estas propuestas dependen, en gran medida, de una pregunta empírica: ¿Cuál es el impacto del salario mínimo sobre el empleo? Un nuevo estudio ofrece evidencia que puede cambiar drásticamente las perspectivas al respecto. En la medida que el debate sobre salario mínimo es clave también en nuestros países, este estudio y su contexto proveen lecciones para el Perú y América Latina.
La literatura sobre el salario mínimo y el empleo parte de la observación de que hay gran heterogeneidad en el mercado de trabajo: los participantes difieren en muchas dimensiones, incluyendo nivel de educación o destreza para tareas particulares. Por eso, los estudios más influyentes se han centrado en estimar el impacto del salario mínimo sobre el empleo e ingreso de los trabajadores de menores recursos. Este énfasis es justificable por al menos dos razones: el salario mínimo tiene mucho menos relevancia para el empleo de trabajadores de alto ingreso; y, presumiblemente, un aumento en el salario mínimo tiene, como una de sus objetivos, ayudar a los trabajadores de menores recursos a salir de una situación de pobreza.
Definir el universo de “trabajadores de menores recursos” de manera de tener acceso a datos pertinentes ha sido un obstáculo importante. Por esa razón, la mayoría de los estudios relevantes se han centrado en grupos bastante restringidos. Un estudio muy influyente, en particular, fue el de David Card y Alan Krueger,[1] que examinó el impacto de un aumento del salario mínimo de New Jersey sobre el empleo en restaurantes de fast food en New Jersey y Pennsylvania (el salario mínimo no aumentó en Pennsylvania). Card y Krueger concluyeron que el cambio en el empleo fue básicamente cero, por lo que el aumento en el salario mínimo se debe haber traducido en un mayor ingreso de los trabajadores en restaurantes de New Jersey. Estudios posteriores han enfocado, como Card y Krueger, el impacto del salario mínimo en empleo en trabajadores de restaurantes, u otros grupos claramente definidos como el de los adolescentes, que pueden ser vistos como proxys de la totalidad de los trabajadores de menores ingresos. Y también, como Card y Krueger, muchos de estos estudios encontraron que aumentar el salario mínimo tiene poco impacto en el empleo de esos grupos. En un resumen de la literatura, David Neumark[2] concluye que los estimados de la elasticidad del empleo con respecto al salario mínimo se encuentran alrededor de -0.15 (es decir, un aumento del uno por ciento del salario mínimo llevaría a una caída del empleo de 0.15 por ciento en el grupo de trabajadores estudiado).
En este contexto acaba de ser distribuido un estudio de economistas de la Universidad de Washington (UW) [3]que analizan el impacto del salario mínimo en Seattle, y encuentran que las elasticidades pueden ser mucho más grandes; en particular, la elasticidad estimada es alrededor de -2.9 (¡veinte veces mayor que las citadas por Neumark!) cuando el salario mínimo aumentó de $11 a $13 dólares por hora en Seattle. Como consecuencia, los autores notan, dicho aumento debe haber resultado en una caída de 125 dólares por mes en el ingreso salarial promedio para los trabajadores de menores ingresos; en otras palabras, el aumento fue claramente contraproducente en términos del ingreso de los trabajadores de menos recursos.
El estudio de Seattle se ha convertido instantáneamente en un best seller, generando mucha reacción en redes sociales y medios de comunicación, y no hay duda de que será citado y complementado por muchos otros comentándolo y analizándolo. Por eso puede ser útil leerlo con detenimiento y observar los detalles.
El episodio bajo análisis surgió de una ordenanza de la ciudad de Seattle, que aumentó el salario mínimo en dos fases, de 9.47 a 11 dólares por hora en 2015, y de 11 a 13 dólares en 2016. Para su estudio, los economistas de UW accedieron a una base de datos mucho más rica que en estudios anteriores. Esa base de datos incluyó información de todos los trabajadores del estado de Washington que estaban cubiertos por seguro de desempleo; y, para cada uno de esos trabajadores, permitió calcular horas trabajadas y salario medio. Esto a su vez permitió identificar como “trabajadores de bajos ingresos” a todos aquellos con salario medio de 19 dólares por hora o menos. Esta definición es mucho más amplia y satisfactoria que las anteriores, incluyendo las que (como Card-Krueger) tomaron a los trabajadores en restaurantes fast food como proxies de los trabajadores de bajos ingresos.
Los resultados de Seattle son muy confiables, en gran parte, porque son bastante intuitivos. Por ejemplo, indican que los efectos no lineales importan: un aumento del salario mínimo puede tener efectos pequeños cuando se parte de un nivel bajo, pero grandes cuando se cruza cierto umbral. De hecho, el estudio encuentra que la respuesta del empleo al aumento del 2015 (de 9.47 a 11 dólares) tuvo elasticidad cerca a uno; por tanto, ese aumento debe haber tenido efecto nulo sobre el ingreso salarial de los trabajadores de menores ingresos. Pero, como mencionamos ya antes, la elasticidad estimada con respecto al aumento del 2016 fue de casi tres.
El estudio de Seattle también gana credibilidad porque es consistente con la literatura previa. Cuando la muestra se restringe a trabajadores sólo en el sector de restaurantes, los economistas de UW encuentran que los aumentos del salario mínimo tuvieron efecto casi cero sobre el número de empleos en el sector, un resultado similar al de otros. (Cabe anotar que también encuentran que el salario mínimo causó una reducción en el número de horas trabajadas por empleado en ese sector, aunque el efecto es estadísticamente no significativo).
¿Qué debemos concluir? El estudio del caso de Seattle revela claramente que aumentar el salario mínimo, en vez de beneficiar a los trabajadores de menores recursos, puede terminar perjudicándolos, y fuertemente (en este caso, causando una reducción del ingreso mensual de125 dólares al mes, o 1500 dólares por año, en promedio). El estudio reivindica lo que la teoría y el raciocinio económico sugieren: subir salarios mínimos tiene un costo en términos de empleo e ingreso total, a menos que los salarios mínimos sean bastante bajos para empezar. La idea de que no hay impacto significativo sobre el empleo, que algunos defendieron en base a extrapolar los resultados de Card-Krueger y otros, pierde validez.
Esto no quiere decir (como los economistas de UW señalan) que aumentar salarios mínimos sea una política equivocada. Pero sí quiere decir que hay un costo, en términos de empleo e ingreso para los trabajadores afectados, que puede ser mucho más grande que lo que hasta ahora se ha aceptado. Esta es una lección a tener en cuenta siempre, tanto en Seattle como en nuestros países.
Finalmente, esta discusión sirve para enfatizar la necesidad de dedicar más recursos en el Perú a la investigación económica sobre este y otros temas económicos, tanto en términos de adquirir información estadística como de generar estudios pertinentes. Sin ello, nuestra política salarial y laboral se elabora a ciegas. Como hemos visto, por ejemplo, es muy posible que el impacto de subir el salario mínimo dependa de si su nivel actual es bajo o alto. Pero, ¿cómo saber si el nivel es alto o bajo sin la investigación requerida?
[1] Card, D. and A. Krueger, “Minimum Wages and Employment”, American Economic Review 84 (1994), 772-93
[2] Neumark, D., “The Effect of Minimum Wages on Employment”, FRBSF Economic Letter 2015-37, 2015.
[3] Jardim, E., M. Long, R. Plotnick, E van Inwegen, J. Vigdor, and H. Wething, “Minimum Wage Increases, Wages, and Low Wage Employment: Evidence from Seattle”, NBER Working Paper 23532, June 2017